Tal el caso de Los secretos (2007, de Avi Nesher), Medusas (2007, de Etgar Keret y Shira Geffen), La infiel (2010, de Eitan Tzur), La esposa prometida (2012, de Rama Burshtein), Epilogue (2012, de Amir Manor), que en nada se parecen entre sí pero que amplifican, todas ellas, la experiencia de lo humano hacia vivencias que pueden hacer brotar el misterio desde la más descarnada realidad.
En este caso,1 una maestra de jardín de infantes (Sarit Larry) que además concurre a un taller de poesía, repara en la extraña facultad de uno de sus alumnos, Yoav, de 5 años (Avi Shnaidman), para inventar poemas sencillos, pero de notable hondura. Ni las palabras usadas ni los sentimientos que expresan tienen nada que ver con una criatura de esa edad, al punto que el espectador se siente tentado a pensar en fenómenos paranormales –el niño como ventrílocuo de un espíritu adulto, una trasmisión telepática imposible de detectar, etcétera–, pero nada de eso tiene cabida en el filme. Nira es casada, tiene hijos ya criados y una relación asentada y afectuosa pero no demasiado estimulante con su esposo; Yoav es el hijo único de un próspero comerciante y, cree él, huérfano de madre, cuando en verdad aquélla huyó al exterior con un amante. De maneras bien diferentes, se trata de dos solitarios, soledad que la cámara muestra en instancias cotidianas, desdramatizadas, mínimos instantes en que uno u otra parecen perdidos en su entorno. Desde su privilegiado lugar de maestra, la mujer va tejiendo en torno al niño una red compuesta de curiosidad, gestos de acercamiento, protección o afecto, pese a que llega en algún momento a usar como propios sus poemas. Hay una evolución pausada de esa rara relación de la que nunca está ausente el misterio.
Nadav Lapid –realizador de la interesante Policía– compone un relato calmo, en el cual escenas de aparente intrascendencia –la maestra sacando al niño de su siesta, los juegos de éste con un compañero del jardín de infantes que son como el opuesto absoluto a su otro yo poético, las idas y venidas del pequeño en el jardín, la mujer con su esposo o celebrando un ascenso militar de su hijo, sus conversaciones con la niñera de Yoav, etcétera– van bordando ese extraño lazo donde la poesía, ese arte en retirada del que ya nadie quiere saber, como se expresa más de una vez en la película, ocupa un centro a la vez ubicuo y absorbente. La poesía como un don que alguien tiene y otra quiere tener, o, al menos, amparar.
Logrando un filme inquietante y removedor, Lapid siembra más preguntas que respuestas, como si él mismo fuera el primer intrigado por el extraño don de Yoav. Por el extraño don de la poesía, en manos de quien no puede explicarla.
1. Haganenet. Israel/ Francia 2014.