No quedan claros los hechos. Si había negociación o ya había fracasado, si vinieron antes las piedras o los palos, si mienten unos u otros, o si hay alguna tercera, o cuarta verdad o mentira que no se puede ver. La niebla de la guerra tiene eso. La narración que emerge es que los heridos, la furia, la confusión son fruto de la provocación de unos pocos “ultras” que nada tienen que ver con los estudiantes.
Como el progresismo biempensante (por ahora) no puede justificar la represión policial nocturna de una ocupación estudiantil, se forma una suerte de teoría de los dos demonios según la cual la Guardia Republicana y la Plenaria Memoria y Justicia (junto con su pérfido aliado, el Suatt) tienen de rehenes al resto de los involucrados, imponiendo sus lógicas violentas. Claro, esta narración no alcanza para explicar quién mandó a la Republicana, en primer lugar, ni las razones para la ocupación ni, más en general, la radicalización del conflicto. La Republicana y la Plenaria no podrían hacer absolutamente ningún mal si no estuviera dada una situación política que parece hecha a su medida.
Aun tomando por buena la narración oficial de los hechos (lo que no es poco, dado que abundan testimonios de estudiantes que dicen haber sido golpeados dentro del Codicen antes de que volaran las piedras y los palazos y que parece claro que el grueso de los detenidos no fueron de la Plenaria ni del Suatt, sino de Ades, Ademu, Ceipa y Feuu, gremios directamente involucrados en el conflicto de la educación), es un error usar a los ultras como chivo expiatorio de un conflicto pésimamente manejado.
El problema, antes que las piedras a la Republicana, fue que ésta estuviera ahí. Si vamos más atrás, el origen de los recursos administrativos que terminaron en la intervención policial era una ocupación que difícilmente existiría de no haberse radicalizado y consolidado el conflicto con la declaración de esencialidad de hace unas semanas. El conflicto era inevitable ya que se trata de un año presupuestal con restricciones fiscales, pero sería mucho menos agudo si docentes y estudiantes organizados no tuvieran tanta desconfianza en el gobierno.
Si al gobierno y al Frente Amplio les preocupa tanto la influencia de los ultras entre estudiantes y gremios de la educación, llama la atención su estrategia, que parece diseñada para confirmar los discursos ultraizquierdistas. ¿Qué idea es razonable esperar que tengan sobre el Frente Amplio los estudiantes que se están formando políticamente en este conflicto? ¿Cómo se espera que la tensión con los docentes se disipe si, además de no acceder a sus demandas, se los provoca y ofende continuamente?
La idea del gobierno parece ser apoyarse en las “mayorías silenciosas”, con un ojo en las encuestas, cultivando la idea de que sus críticos forman parte de “minorías radicalizadas” no representativas, al igual que lo hizo Nixon durante su famoso discurso sobre la guerra de Vietnam. Independientemente de si el conflicto mide bien en las encuestas o del tamaño real de las organizaciones que lo llevan adelante, este discurso es peligroso para la izquierda, que tiene su identidad, su base institucional y su razón de ser en la representación de colectivos organizados, que existen para mover a unas mayorías que no tienen por qué ser silenciosas. Si la izquierda se pasa meses y meses diciendo que los paros molestan y que los sindicatos tienen demasiado poder, corre el riesgo de terminar creyéndolo, y haciéndolo creer.
Porque el problema, en el fondo, es que estos meses están dando muchas razones para ser ultra, o mejor dicho, para el crecimiento de la izquierda extra(anti)frenteamplista, o por lo menos escéptica y frustrada con el Frente Amplio. Repasemos: en pocos meses se suspendió la distribución en la educación de una guía de salud sexual elaborada con participación de militantes Lgbt; se pospuso la reglamentación de la ley de servicios de comunicación audiovisual; se postergó nuevamente la aplicación de la venta en farmacias de marihuana; se mantuvo un ministro de Defensa enemigo de las organizaciones de derechos humanos; se forzó que el Fondes, creado para apoyar proyectos autogestionarios, tuviera que financiar también empresas capitalistas, y se decretó la esencialidad de la educación. Y esto sin entrar en temas salariales o presupuestales, y dejando de lado las peleas mediáticas entre miembros de gobierno y el nombramiento de Joselo López como vicepresidente del Pit-Cnt, que sin duda colaboran con este estado de ánimo, y no son culpa de la Plenaria ni de la derecha.
Las dos grandes conquistas de la izquierda en estos meses fueron la salida del Tisa y el levantamiento de la esencialidad de la educación, es decir bloqueos de políticas derechistas del gobierno de izquierda, que nunca debieron existir.
En el plano de la educación, las desconfianzas no son de ayer, aunque la esencialidad no ayudó y el nombramiento de una ministra por “saber lidiar con sindicatos complicados” tampoco. Menos después de que Mujica dijera que hay que hacer mierda a los gremios de la educación y de una campaña electoral en la que los principales partidos hicieron énfasis en la necesidad de quitar poder a los sindicatos.
No es difícil desde un discurso oficialista poner objeciones contra la narración que estoy desarrollando. Es cierto que estos sucesos no son parte de una estrategia coherente de un solo actor, que quienes tienen la responsabilidad en cada caso son actores diferentes y que es injusto achacar cada uno de estos sucesos al gobierno y al FA en general, donde me consta que hay personas que están haciendo cosas valiosas, incluso en estos terrenos.
Es cierto también que hay quienes aprovechan la situación de manera oportunista y contraproducente, y que esto fue rechazado por los propios estudiantes, que no son tan manipulables como muchos quieren hacer creer. Pero el oportunismo necesita oportunidades, y hay que preguntarse por qué tiene tantas.
Es verdad, por cierto, que en toda América Latina y el mundo las izquierdas están en crisis. Que el capitalismo es agresivo y que la hegemonía neoliberal no cede, y que encima el precio de la soja sigue bajo.
Pero nada de esto suspende la responsabilidad política por el estado de las cosas. No alcanzan Seregni, ni La Teja, ni la bandera de Otorgués, ni las estadísticas ni las conquistas. El gobierno, la dirigencia y la militancia del FA tienen que, por razones sustantivas, estratégicas y de supervivencia, encontrar la manera de parar con esta deriva, y no tildar de poco unitarios a quienes se preocupan y denuncian. De hecho, si la unidad está en riesgo no es por ellos, sino por las cosas que generan preocupación y denuncias. Y si se salva, es porque se pudo hacer algo al respecto.