Murió en Roma, meses después de cumplir los 100 años, Pietro Ingrao, quizás el penúltimo gran dirigente sobreviviente del más poderoso Partido Comunista del mundo occidental, el italiano. Queda vivo Giorgio Napolitano, que hasta febrero de este año fue presidente de la república, pero Ingrao fue el último en seguirse declarando orgullosamente “comunista, aunque derrotado”.
Lo más llamativo de la desaparición física de las grandes figuras de la experiencia histórica del Partido Comunista Italiano (Pci) es la excelente memoria y el escaso cuestionamiento histórico de las personas. Todas son reconocidas, hasta por los adversarios, como de alto nivel e íntegras, a pesar –o en razón– de la larguísima distancia entre el pensamiento y los legados ideológicos de éstos y el estado de la izquierda que hoy gobierna el país. Napolitano, moderado hasta cuando era comunista, ha sido figura central de la última década como presidente de la república; Enrico Berlinguer, fallecido en 1984, sigue siendo percibido como uno de los políticos más intachables y amados de la llamada primera república; Antonio Gramsci, víctima del fascismo, es todavía uno de los intelectuales italianos más estudiados en el mundo; el propio Palmiro Togliatti, uno de los más estrechos colaboradores de Stalin, sigue siendo considerado, junto al democristiano Alcide de Gasperi, como padre de la democracia y de la república italianas…
En este pequeño panteón entra con todo derecho Pietro Ingrao, comunista herético y ortodoxo a la vez. Nacido en 1915 en la histórica región agrícola ubicada entre Roma y Nápoles, fascista hasta su formación universitaria, empezó a militar en el antifascismo antes de la guerra y en 1940 entró en el PC clandestino. Partisano, en la posguerra se identificó con el sector del Pci más atento a los cambios sociales y al mismo tiempo, desde 1947 hasta 1957, fue director de L’Unità, es decir, el diario que dictaminaba la línea ortodoxa del partido. Desde esta barricada tomó las posiciones más filosoviéticas, defendiendo la invasión de Hungría por el Ejército Rojo en 1956. Años después se arrepentiría (“fue mi más grande error”), pero 1956 quedará como el año en el que el Pci se consolida (y seguirá creciendo durante más de 20 años) y al mismo tiempo pierde parte importante de la riqueza intelectual que lo había caracterizado.
Diputado ininterrumpidamente durante más de 40 años, Ingrao se impondrá luego como el líder natural de la izquierda del partido, crítica de la invasión soviética de Checoslovaquia y del socialismo real. Este sector conectará con los movimientos sociales de fines de los sesenta y exigirá mayor democracia interna en el partido, al tiempo que formulará una novedosa crítica del modelo de desarrollo. Se trata de los intelectuales que darán forma al grupo del “Manifesto”, que reúne a dirigentes como Rossana Rossanda, Lucio Magri, Luciana Castellina, Valentino Parlato, Luigi Pintor, Aldo Natoli. Todos ellos serán expulsados del Pci, pero Ingrao privilegia la unidad del partido y se convertirá años más tarde en el primer comunista presidente de la Cámara de diputados. Cuando tras la caída del muro de Berlín, el Pci se suicida y se transforma en el socialdemócrata Partido Democrático de la Izquierda, Ingrao aparecerá como el líder natural de los neocomunistas que no aprueban la llamada svolta. Sin embargo, como en la época del Manifesto, en ese momento no abandona el partido. Lo hará, sí, una década más tarde, incorporándose al Partido de la Refundación Comunista.
Complejo él mismo, Ingrao protagonizó una historia compleja en la que probablemente buscaba para el movimiento comunista un camino que los distanciara tanto del estalinismo como de la socialdemocracia y la vocación minoritaria a la cual estaban destinados sus compañeros más cercanos. Fuera de la institución partido, para él todo carecía de sentido.
Más allá de sus errores y del hecho de que privilegió siempre la unidad del partido, de Ingrao permanece la conciencia de que la desigualdad es el primero y el más peligroso de los crímenes contra la humanidad. Quería la luna fue el título que eligió para su autobiografía y por esta utopía fue mil veces derrotado. Pero para los excluidos, en Italia y en todo el mundo, los motivos para seguir deseando alcanzar aquella luna siguen vigentes.