Cosa rara, la solidaridad. No extravagante, sino más bien caprichosa. Ponga usted su firma al pie del manifiesto en apoyo de las ballenas y dormirá tranquilo, sin preguntarse quiénes ni por qué las matan.
Coloque usted una moneda en la alcancía para solidarizarse con los niños sirios que aparecen muertos en las playas, sobre todo aquellos que nadie fotografía, y descansará tranquilo, sin formularse incómodas preguntas sobre las razones de tantos refugiados, y de tantos medios que reproducen el horror sin colocarle algún marco, conceptual e informativo.
La solidaridad da para todo. Pero es un buen sustituto de la reflexión y, sobre todo, de la introspección, de esa formulita socrática que le permite a uno, luego de un esfuerzo de sinceramiento, encontrar los vínculos entre aquel niño en la playa y las propias deserciones –a menudo éticas– de su responsabilidad como ser humano. Porque hubo un tiempo, no tan lejano, en el cual lo que le pasaba a uno, a una, nos pasaba a todas y todos.
“Heladera solidaria”, reza la noticia que proviene de Goiânia, en el centro de Brasil. Se trata del invento de un empresario que fue abordado (habría que decir “asaltado”) por una mujer que cargaba con un recién nacido en brazos, implorando un plato de comida. La noticia dice que el hombre decidió “transformar su dolor en acción”, y para eso instaló esta tal “heladera solidaria” que está abierta las 24 horas, en la cual se pueden colocar alimentos (acción de solidaridad) o extraer alimentos (acción de beneficiario), eso sí, con seriedad, y no vaya usted a poner alcohol, o llevarse comida si no la necesita.
La bendita heladera trae a la memoria una célebre frase de Susanita, la amiga de Mafalda: “Cuando sea grande voy a organizar fiestas donde comeremos caviar y tomaremos champagne para recaudar fondos para comprarle a los pobres arroz, porotos y esas cosas que comen ellos”. Palabra más o menos.
Lo bueno que tiene el invento es que no hace falta conocer ni mirarles la pinta a esos moradores da rua que llegan a medianoche a recoger su vianda. Digamos que es una solidaridad aséptica. Como toda solidaridad. ¿Será por eso que los revolucionarios franceses estamparon el vocablo “fraternidad” entre los tres lemas que aventaron al mundo?
“Fraternidad”, de hermanarse, de hacerse carne con otros, como los esclavos en las cavernas romanas, como todos los resistentes en todos los tiempos. Como Jesús con los perseguidos, las prostitutas y los leprosos. Pero, ¿quién quiere hoy en día hermanarse con esa plebe? Mejor nos solidarizamos y dormimos en paz.