Liberaij, apartamento 9 (El Tinglado), de Rosa Álvarez, dirigida por José María Novo, se ocupa de analizar los hechos que culminaron en el largo tiroteo que sacudió al centro de Montevideo en 1965, episodio que diera lugar al libro Plata quemada, de Ricardo Piglia, posteriormente adaptado para la pantalla. El presente trabajo, más que a las siluetas involucradas en los acontecimientos, presta atención a un asunto que comienza en Buenos Aires y se traslada luego a esta capital, con la consabida participación de argentinos y uruguayos de ambos lados de la ley. La visión colectiva incorpora la presencia de una docena de actores que se desdoblan en varios papeles en torno al cuarteto que animan Luciano Gallardo, Nicolás Pereyra, Sebastián Carballido y Rafael Beltrán con cuidada verosimilitud, en una planta escenográfica que se modifica de acuerdo a lo que va sucediendo, para dar finalmente lugar a la discutida incidencia de las llamadas “fuerzas del orden” que abre camino al espíritu crítico del espectador de hoy, encargado de decidir si fue necesario entonces obrar de manera tan aparatosa. La conclusión sobreviene sin dificultad a lo largo de una puesta que Novo lleva adelante con un par de momentos de lograda intensidad, más allá de los vericuetos de un texto no demasiado claro que apuesta por demás a la gravitación de demasiadas figuras, varias de las cuales no agregan demasiado a un relato que reclamaría un par de instancias de mayor concentración.
Coriolano (Circular, sala 1), de William Shakespeare, con dirección de Anthony Fletcher, apuesta a la intemporalidad de un relato que, de acuerdo a la óptica del presente que encarna un grupo de jóvenes contemporáneos, contrapone el triunfo de un héroe militar a su posterior relación política con los habitantes de la tierra que acaba de defender. Todo un interesante punto de partida que en la práctica no funciona, al dedicarle Fletcher mayor atención a las recurrentes entradas y salidas de numerosos personajes que al peso y significado de las palabras del autor, que parecen perderse entre la incidencia del movimiento y el demasiado llamativo colorido de los grafiti que ocupan más espacio de lo apetecible. La profundidad del texto se pierde entonces a lo largo de una puesta donde el repentino empeño de gente como Martín Castro, Guillermo Robales, Cecilia Baranda, Walnir de los Santos y Marisa Barboza sucumbe a la sorpresiva exterioridad de una versión en la que ni siguiera queda demasiado claro qué es lo que piensa cada una de las partes involucradas.
Besando a un tonto (La Candela), escrita y dirigida por Martín Arellano, llega en nueva versión a cargo del grupo Infaustos. Una decena de actores encarnan los bien delineados personajes dispuestos por el autor para ilustrar qué sucede cuando, muchos años después, un grupo de ex alumnos liceales se reúne para, en principio, recordar tiempos pasados e intercambiar puntos de vista acerca de un presente que no todos comparten en similares coordenadas. Más allá de algún calculado golpe de efecto, el texto fluye con comodidad, gracias a la ironía que Arellano sabe destilar a propósito de lo que el paso de los años es capaz de causarles a los objetivos que el ser humano se propone, así como a la licencia que el autor se sabe tomar para dar a entender que, en este mundo traidor, no hay héroes ni villanos y todo quizás dependa del color con que se mire. Juan Ramón Arenas, Ruben Ratner, Giovanni Giannino, Laura Morón, Mónica Tuvi, Helen Curbelo, Marcelo Caldarelli, Israel Falcón, Alejandro Almada y Fernando Landó, como los diez involucrados, se mueven con soltura a lo largo de una labor que les exige manejar las famosas apariencias que casi siempre engañan.