Brecha cumplió 30 años y nos parece mucho; el New Yorker, también un weekly, acaba de cumplir 90, y naturalmente nos parece mucho más. En todo este tiempo se ha aguantado, según consenso, manteniéndose fiel a un modelo: notas en profundidad, largas y muy documentadas, sobre casi cualquier tema, salpicadas por esos cartoons vintage de humor fino y sabor arcaico y, claro, escritas impecablemente. En 2007 pude visitar su sede privilegiadamente. Habíamos conocido a una dibujante de cartoons, según ella: modesta, que nos hizo recorrer toda la planta. Vi de perfil a John Lee Anderson, me mostraron el sistema de cuatro correcciones (la última sólo mira los riesgos legales) y me abrieron su archivo histórico, donde toqué con unción las colaboraciones de Nabokov, Updike y Salinger. Digamos que lo de la pluma se lo toman en serio. La receta es a la vez sofisticada y simple, pero los ingredientes abruman en excelencia. Nada de eso los ha librado de la amenaza de Internet y el colapso de la publicidad impresa. Han resistido bien, “no sólo son la revista que más premios ha ganado sino que tienen una circulación de más de un millón de ejemplares”, pero reconocen el peligro. Quien asume la dirección enfrenta el fantasma de que su nombre pueda asociarse al fracaso de una aventura tan larga y brillante: si el barco se detiene puede hundirse rápido.
En ese marco puede leerse la noticia de que la revista acaba de inaugurar un programa semanal de radio. “¿Por qué un venerable semanario toma de pronto la decisión de pasarse a un medio distinto, por qué la radio?”, fue la insistente pregunta que una periodista de The Guardian le planteó al actual director, David Remnick. Remnick es el quinto director que ha tenido la revista en toda su larga vida. Hay un duración de tipo papal: los dos primeros ocuparon el cargo durante 62 años, y uno de ellos, William Shawn, se jubiló pasados los 80; luego hubo otros dos, entre ellos una mujer, Tina Brown, que sumaron apenas 11, y ahora Remnick que lleva ya 17 años al mando. Según la nota, Remnick dio algunas vueltas antes de confesar, pero al final lo hizo cruda y gráficamente: “Cuando al hampón Willie Sutton le preguntaban por qué robaba bancos, contestaba que porque ahí estaba el dinero. Yo respondo igual: porque ahí hay lectores, también hay grandes cantidades en la prensa todavía, por eso debo estar en los dos lados”.
Todavía la mayoría de las ventas son las de la edición en papel, con apenas unas 80 mil suscripciones digitales en 2014; pero mientras los lectores de la revista que tienen entre 18 y 34 años sólo alcanzan a ser el 27 por ciento del total, entre los que consultan el sitio web del New Yorker ese mismo grupo etario trepa al 45 por ciento. Para encontrar a los jóvenes parece más indicado ir a las redes como Facebook o Instagram, pero el director se opone. Declara que aunque lo están discutiendo, sólo ve una solución en las suscripciones: “No puedo simplemente regalar nuestros contenidos en la web, si no ¿qué estoy haciendo? Ayudando a Facebook”.
Su estrategia parece ser la difusión a través de lugares y acciones estratégicos. En el primer programa debutaron con una larga entrevista, a cargo del propio Remnick, al escritor T A-Nehisi Coates, un hijo de un pantera negra que pasó su infancia en Baltimore en tiempos del crack y, como sus muchos hermanos, se educó en la universidad y se ha especializado en temas de negritud. La radio estatal ha tenido un creciente prestigio y ha sido un lugar de experimentación, por lo que no es raro que la hayan elegido para entrar en contacto con potenciales lectores. Desde que Remnick asumió la dirección el New Yorker ha subido su precio a más del doble del ritmo inflacionario. Cada ejemplar cuesta hoy 7,99 dólares (lo del 99, la verdad, no contribuye a su proclamada sofisticación, pero nadie se lo preguntó). La razón está en que, a falta de avisos, “todo indica que en el futuro será el lector quien pague nuestro trabajo”. “Este es uno de los mejores clubes de la ciudad –explica–, y para la audiencia comprometida del New Yorker, un extra de diez o 30 dólares no es un impedimento. Es lo mismo cuando pagan extra a Hbo o Netflix si desean un contenido premium.”
En octubre, para la fiesta aniversario, también pensada como una forma de propaganda, Remnick tocó la guitarra y quien cantó fue Patti Smith.