La imagen hiere las retinas y queda grabada para siempre. Se trata de un cortometraje de los hermanos Lumière, en los mismísimos inicios del cine, y lleva como título Indochina: niños recogiendo arroz (1900). Pero no es algo tan simple como eso. De hecho se trata de un par de mujeres francesas de la aristocracia colonial, vestidas con suntuosos trajes, divertidísimas arrojando hacia un lado y otro lo que parecerían ser puñados de arroz. A su alrededor, un numeroso grupo de niños anamitas desarrapados se abalanza al piso, desesperados, como si en vez de granos de arroz se tratara de caramelos diminutos. El corto está en Youtube (bajo el título Indochina: Children Gathering Rice, y visto hoy nos permite asistir a semejante crueldad, desarrollada hace más de un siglo como una gracia ante cámaras. Puede advertirse cómo los colonos, en lo que más adelante sería Vietnam, concebían a los nativos como poco más que aves de corral.
Curiosamente, es una imagen que se ha repetido en la historia del cine. Ignoro si el director Akira Kurosawa habrá visto alguna vez este cortometraje iniciático, pero en su obra maestra Los siete samuráis hay una escena similar, e inolvidable. Los guerreros del título se aprestan a defender un pueblo del ataque de los bandidos, y su paga por la arriesgada labor son tan sólo dos raciones diarias de arroz. En determinado momento, varios samuráis deciden compartir su ración con los niños del pueblo, por lo que reúnen a todos para una gran repartija. En el interés inmediato de los críos, en su congregación en torno a ellos, en la necesidad generalizada de obtener una mínima porción podemos entender cabalmente el nivel de miseria en el que viven los pueblerinos, y hasta qué punto la batalla contra los invasores es la más justa de las causas.
Como si se tratase de un mal sueño que retorna cíclicamente, uno de los más brillantes documentales de los últimos tiempos, La pesadilla de Darwin (2004), muestra una vez más circunstancias semejantes. Esta vez la inmediatez de la escena lleva a la seguridad de que no se trata de una situación fraguada, y claro está que no es algo que pudiera figurar en el plan de rodaje del director Hubert Sauper. Ahora el registro tiene lugar en Mwanza, Tanzania, en las inmediaciones de la cuenca del Nilo. La región ha sido arrojada a una miseria absoluta debida al saqueo y la devastación perpetrados por las multinacionales, que convirtieron al río, que alguna vez fue una fuente de alimentos y recursos, en un entorno muerto, estéril. En este caso el reparto de arroz propicia que los desnutridos niños se peleen entre sí por un mísero puñado, quizá su único alimento en días. El desolador llanto de uno de ellos cuando su parte es robada, increpa al espectador, revelando cómo las grandes tragedias palidecen ante una situación tan aberrante como recurrente.