Cuando empieza la película,1 Lucille (Michelle Williams) y su severa suegra, madame Angellier (Kristin Scott-Thomas), se disponen a recorrer las granjas de los arrendatarios para recabar sus alquileres. Pero es 1940, el hombre de la casa está en el frente, el ejército alemán se despliega por Francia y llega al pueblito de Bussy. También llegan los que huyen de la París ocupada, algunos de los cuales se quedan allí pensando que están más seguros. El clima de helada contención que reina entre suegra y nuera se acentúa con la presencia del oficial alemán Bruno (Matthias Schoenaerts), huésped obligado al que la mayor ignora por convicción y la más joven por obligación. Entre un adentro signado por esa tensión y por la obvia –se adivina la primera vez que Bruno entra en la casa– atracción entre Lucille y el ocupante y la helada vigilancia de la señora, y un afuera donde algunos personajes del pueblo cobran perfil propio, no siempre atractivo, frente a esa situación extrema, se desarrolla esta película dirigida por Saúl Dibb, basada en parte del libro homónimo de Iréne Nemirovsky.
El desarrollo de estos dilemas de amor y odio, de patriotismo y de miseria, de enfrentamientos y sentimientos solapados durante la mayor parte del tiempo es expuesto en un estilo clásico y pausado, contenido, con escasos estallidos fácticos o emocionales. Pero hay algunas incongruencias que conspiran contra el nervio y la emoción que cabía esperar de un tema así. Por ejemplo, hay algo raro en el hecho de que se hable en inglés en una película ambientada en Francia con personajes franceses, una licencia bastante común en el cine, pero sucede que, en cambio, los alemanes sí hablan en alemán. Asimismo, podría decirse que el elenco rinde, en cuanto a su caracterización, pero así como se elige a mujeres con caras de tapa de Vogue –Ruth Wilson, Margot Robbie– para encarnar a pobres y rudas campesinas, la pasión irrefrenable y maldita del oficial nazi y la joven francesa es más decorativa que honda. Pese a la pintura ambiente destinada a remarcarla, esa pasión se describe pero no se percibe. Esa extraña e inasible calidad que permite a la platea “sentir” lo que los personajes sienten tiene un buen apoyo en Matthias Schoenaerts, pero resbala ante la impasible y saludable estolidez de Michelle Williams. Una ilustración prolija de un drama mayor, que debería haber merecido mayor suerte, teniendo en cuenta los datos sobre el origen de ese drama. Iréne Nemirovsky, judía rusa residente en Francia desde la revolución bolchevique, había escrito el manuscrito de dos libros –“Tormenta de junio” y “Dulce”– y pensaba llegar a cinco esbozando un retrato de la Segunda Guerra Mundial desde fuera de las batallas, desde la vida de los hombres y mujeres comunes que la padecieron. Apresada y asesinada en Auschwitz en 1942, tuvieron que pasar más de sesenta años para que su hija publicara, en 2004, esos dos libros bajo el título común de Suite francesa. Estos datos, que aparecen al final de la película, si conocidos de antes superponen a ésta un dejo de asombro y melancolía. Esa mujer estaba hablando del amor y de la vida, a las puertas mismas de su muerte a manos de aquellos a quienes quiso retratar con los matices acordados a cualquier ser humano.
1. Francia/ Reino Unido, 2014.
https://youtu.be/udvIpEuI1xQ