Hasta la década del 60 lo único que importaba para los espectadores –bueno, en la mayoría de los casos– era quién actuaba. Se iba a ver una película “de” Marlon Brando, “de” Marilyn Monroe, “de” Alain Delon. Luego empezaron a importar –bueno, en una variable cantidad de casos–, los directores. Entonces empezamos a ver películas “de” Fellini, “de” Visconti, “de” Bergman, y “de” una mayoría que no se podía recordar. Por detrás, y pese a que los Oscar de Hollywood se encargan de señalar y premiar cada rubro, queda ese ejército de técnicos, escritores, músicos, directores de arte, etcétera, cuyo lento desgrane en cada ceremonia anual de la Academia sólo impacienta a quienes quieren llegar a “lo que importa”: directores, mejor película, actor, actriz. Lo que prueba que hay hábitos difíciles de erradicar.
Tamaña ingratitud empieza a intentar ser solucionada por los interesados, y una de las formas más efectivas, porque rebota en los medios, son las listas de “mejores”. Hay muchas, y para todos los gustos. Ahora los guionistas de Estados Unidos –su sindicato, Wga por sus siglas en inglés– hacen conocer cuáles son los mejores guiones de comedias, llegando hasta los 101 títulos (el último corresponde a Shakespeare apasionado). Y sin duda, habrá más gente en de-sacuerdo que en acuerdo con la selección.
Adivinen quién tiene hasta seis de sus guiones en esa lista. No es muy difícil, es Woody Allen, y precisamente su Annie Hall (1977) ocupa el número uno como el guión más divertido de todos los tiempos. Podrá parecer muy exagerado, pero las votaciones son así. Como para corregir un poco las cosas, el lugar número dos corresponde a Una Eva y dos Adanes (1959), escrito por Billy Wilder, que dirigió la película, y I A Diamond, y que seguramente encabezaría la lista si lo que se votara fueran las frases finales: aquella “nadie es perfecto” que pronuncia un impávido Joe Brown mientras maneja una lancha y mientras Jack Lemmon le revela que es hombre, pasó a la historia. El tercer puesto es para Hechizo del tiempo (1993) –que con toda justicia uno tiende a recordar como “El día de la marmota”–, escrito por Danny Rubin y Harold Ramis. La siguiente es ¿Y dónde está el piloto? (1980) de Jim Abrahams y David y Jerry Zucker, que para muchos espectadores de aquel momento fue una de las películas más cómicas que podían recordar. El quinto lugar es para Tootsie (1982), que ganó ese año el Oscar al mejor guión. El sexto corresponde a El joven Frankenstein (1974), escrito a medias por Gene Wilder y Mel Brooks. En el número siete viene Doctor Insólito (1964), cuyo guión está firmado por Terry Southern –autor de una novela gráfica que impresionó a Peter Sellers y que sería uno de los componentes–, Peter George, cuya novela Red Alert también aportó lo suyo, y Stanley Kubrick, el director de la película. En octavo lugar viene Locura en el Oeste (1974), también de Mel Brooks con Norman Steinberg, Andrew Bergman, Richard Pryor y Alan Uger. El noveno y décimo corresponden respectivamente a Los caballeros de la mesa cuadrada (1975), firmado en pleno por los seis Monty Python, y a Colegio de animales (1978), de Harold Ramis, Douglas Kenney y Chris Miller para una comedia que dirigiría John Landis.
Es obvio que las disconformidades pueden multiplicarse, a poco que se repase la historia del cine, y la historia de las risas de cada quien, a lo largo de su vida en el cine. Estos “top ten”, aún sabiendo que se limitan al cine anglosajón, parece también muy limitada en el tiempo, ya que la fecha más temprana en la lista es 1959. Si se evoca las cimas de humor que aportaron Chaplin, Buster Keaton, los hermanos Marx, Frank Capra, Howard Hawks, Lubitsch, Blake Edwards –entre otros–, la reincidencia en Mel Brooks o Ramis luce más bien excesiva. Pero así son las listas y los rankings: por definición, nunca hay acuerdo.