El partido del pasado martes ante Chile debe de haber sido el más emocionante de la historia de la primera rueda de las eliminatorias, desde que se juega en régimen de todos contra todos. No tanto por lo ocurrido dentro de la cancha, donde más o menos se dio lo previsible: Chile tuvo la pelota, Uruguay lo controló al extremo de que no le permitió generar ni una sola chance clara en todo el partido, y lo ganó con tres goles de no demasiado elevado nivel estético, como le ha ganado casi siempre a Chile en el Centenario.
Pero en las tribunas el partido se vivió con un fervor exacerbado, que afortunadamente –y acaso gracias al resultado– no se tradujo en algo que fuera más allá de lo anecdótico. Ojalá esto nos deje una enseñanza: independientemente de que todos queremos vender diarios, obtener retwits o ganar más puntos de rating, quizás no tenga mucho sentido insistir con construir odios donde no los ha habido nunca. No veo mal que se genere una rivalidad circunstancial con Chile (si Danubio-Defensor y Racing-Fénix son clásicos, ¿por qué no lo puede ser Uruguay-Chile?), pero no podemos hacer de ello una cuestión nacional. Ni con Chile, ni con nadie.
El problema central es que creemos que los chilenos son “demasiado poco humildes”. ¿Cómo van a presumir de que son una superpotencia cuando en realidad ganaron su primera copa 99 años después que nosotros? ¿No ven que Barcelona trajo a Suárez y dejó libre a Alexis Sánchez, del mismo modo que Nacional dejó ir a Taborda cuando trajo a Alonso?
¿Son agrandados los chilenos? Más allá de que las generalizaciones son siempre peligrosas, diría que “el hincha del fútbol chileno” ha padecido eso que Alejandro Dolina ha denominado “bovarismo ascendente”, que se da cuando el individuo o colectivo se cree mejor de lo que es. Algo similar les ocurre a los mexicanos: ambos países han tenido desempeños deportivos que históricamente no han podido alcanzar los niveles de su autopercepción. El problema está en que hoy Chile sí tiene motivos para presumir: tiene un equipo que juega muy bien y que acaba de salir campeón de América.
Así como hay países que parecen tener jugadores, técnicos, periodistas e hinchas mucho más humildes y ubicados (caso Ecuador y Colombia), las manifestaciones posteriores al encuentro de algunos jugadores de “la roja” nos hacen comprender que estamos ante gente que deportivamente ha sufrido mucho, y que cree haber alcanzado ese estado en el que el universo parece querer darte la razón. No podemos entrar en ese juego, ni seguir llorando porque “nos sacaron de la Copa”, ni contarles hasta quince cada vez que los topemos. Si bien puede resultar preocupante que los chilenos se crean mejores de lo que probablemente son, no es menos peligroso que nosotros nos creamos en el derecho de “ponerlos en su lugar”. No somos quiénes. Ya se encargará el tiempo, tal como nos lo ha enseñado Julio Ríos.
En el fútbol el único resultado que importa es el último. Y la última vez que jugamos, Bravo la fue a buscar tres veces adentro. Muslera fue una sola, y ni siquiera valía.
Más allá de errores gramaticales, tuvo mucha razón aquel que dijo que “el fútbol son momentos”. Disfrutemos éste y recordemos aquello de la libre determinación de los pueblos para entender que si Alexis Sánchez sube una foto a Instagram con la Copa que ganó hace cinco meses, segundos después de haber recibido un gol de nuca de Palito Pereira, está en su derecho.
Free Luis. Lo sabemos todos y todas: la espera ha terminado, y Luis Suárez está hoy habilitado para jugar partidos oficiales con la selección.
El 9 del Barcelona se ha convertido en actor franquicia del guionista de Dios (Desbocatti dixit), casi al nivel de un Johnny Depp para Tim Burton o una Scarlet Johansson para
Woody Allen (o un Nicolás Vigneri para Juan Ramón Carrasco). Habrá que esperar la fijación de la sede para el Brasil-Uruguay a disputarse en la próxima semana de turismo (más precisamente el “jueves santo”), pero son elevadas las chances de que el primer partido oficial de Luisito con la selección en casi dos años se juegue muy cerca de la cancha en la que le raspó el hombro con los dientes a Chiellini.
Cuesta creer que algo sorprendente no ocurra ese día. La fecha se presta para que Atilio Garrido redacte sus tan interminables como inconfundibles títulos, buscando paralelismos entre la figura de Suárez y la de Jesucristo.1 Que tengamos cuatro meses de tranquilidad por delante es el mejor de los regalos que nos haya podido hacer este grupo tan querible de jugadores cuyo juego no le agrada a Bielsa, pero que sigue emocionando como el primer día.
En cualquier caso, nos guste o no, es hora de cambiar el chip. Cuando algunas gargantas todavía están disfónicas por haber gritado esos tres goles como hacía tiempo no lo hacíamos, es hora de volver a pensar en el campeonato local. Ese que tan lejos está de nuestra selección y por el que deberíamos preocuparnos más, si es que no pretendemos vivir eternamente de los éxitos del señor del bastón que está apenas a siete partidos de ser el seleccionador nacional que dirigió más partidos en la historia del fútbol mundial.
Casi nada.
1. El título bien podría ser: “El héroe bíblico de los dientes afilados vuelve al norte brasileño dispuesto a resucitar su hambre de gol. Tenfield único medio presente en el reconocimiento del estadio de Fortaleza. Cáceres en duda; juega David Luiz. Uruguay nunca ganó en Brasil con árbitro peruano”.