—¿Qué es el movimiento Bds y qué tiene de particular con respecto a otras formas tradicionales de solidaridad con Palestina?
—El Bds surge en 2005 con un llamado de las organizaciones palestinas a la sociedad civil internacional. Es una respuesta a muchos años de impunidad de Israel, de continua violación del derecho internacional y las resoluciones de la Onu, de inacción de los gobiernos ante el continuo proceso de ocupación, colonización y apartheid. Frente a eso, la totalidad del pueblo palestino –la población que vive dentro de Israel (que es el 20 por ciento y no tiene los mismos derechos que la población judía), la que vive bajo ocupación en Gaza, Cisjordania y Jerusalén, y la población refugiada alrededor del mundo– nos ha pedido que presionemos a nuestros gobiernos e instituciones para que rompan su complicidad con Israel.
Las tres demandas del movimiento son claras: derecho al retorno de las y los refugiados (como está estipulado desde 1948 por la Onu); fin de la ocupación y desmantelamiento del muro; derechos iguales para las y los palestinos que viven en Israel. Y propone una herramienta de presión no violenta: el boicot, el retiro de inversiones y las sanciones hasta que Israel cumpla con sus obligaciones internacionales.
El movimiento ha crecido en el mundo y ha logrado muchas victorias en estos últimos años,1 y por eso es una forma efectiva de solidaridad. Lo que distingue al Bds es que responde a un llamado del pueblo palestino, tiene liderazgo palestino y es una manera de pasar de la solidaridad retórica a la práctica. El Bds nos ofrece herramientas concretas para superar la impotencia que nos genera la situación de Palestina, y a la vez apunta a hacerle pagar un precio a Israel por mantener el statu quo.
—¿Qué está pasando hoy en Palestina y qué postura asume el Bds?
—Hay un empuje de la resistencia popular; la gente está protestando en la calle porque ya no aguanta más tanta opresión. Es una generación joven que creció bajo el fallido proceso de Oslo y sus protestas no tienen liderazgo específico de ningún partido político. Nos toca apoyar esa resistencia, y el BDS es la forma más efectiva de hacerlo.
Además de ser una herramienta efectiva, el Bds es pedagógico, porque muestra lo que es la industria de represión que se desarrolla alrededor de la ocupación, la colonización y el apartheid. Por ejemplo, el muro que construyó Israel en Cisjordania –ilegal, según la Corte Internacional de Justicia– fue hecho por una empresa israelí que está ahora en Uruguay: Elbit, que aquí se presenta como Noa, y tiene un contrato con el gobierno uruguayo para proveer equipos de “seguridad antiterrorista”. Uruguay, que es firmante de los convenios de Ginebra, no está cumpliendo con su obligación de no ser cómplice de una empresa que los viola. Las casas palestinas son demolidas diariamente con topadoras Caterpillar. La seguridad de las prisiones y colonias israelíes está tercerizada a empresas como la británica G4S, que también está en Uruguay.
El Bds empodera a la gente, porque le permite hacer cosas para cambiar esa realidad. Y le está poniendo un precio real a esas violaciones de derechos humanos y del derecho internacional. La empresa francesa Veolia ha perdido en Europa más de 14 millones de dólares por su participación en la colonización y el apartheid en Cisjordania. En 2014 la inversión extranjera en Israel cayó un 46 por ciento, y según un informe de la Unctad se debió al ataque a Gaza y al movimiento Bds. Entonces las cifras muestran que el movimiento es efectivo.
—¿Cuál ha sido la reacción del gobierno israelí al avance del Bds?
—La reacción es una prueba más de que el movimiento está siendo efectivo. El primer ministro, Beniamin Netaniahu, ha dicho que el Bds es un enemigo de Israel y una amenaza estratégica. Hay un presupuesto específico para combatir al Bds en Israel y en el mundo. Están por crear un ministerio contra el Bds, están aprobando leyes para criminalizar al Bds dentro y fuera de Israel. El argumento es que el Bds es un movimiento discriminatorio, antisemita. Eso no tiene ningún fundamento; al contrario, el Bds es por definición antirracista y pide el fin de la discriminación. Por eso Israel no va a tener éxito. El Bds tiene apoyo incluso de israelíes y de personas y organizaciones judías en todo el mundo, porque es un movimiento por los derechos humanos. Y no apunta a los individuos, sino a instituciones cómplices de las violaciones israelíes.
—El boicot tiene un precio, indudablemente. Y parte del discurso sionista es que perjudica a los trabajadores palestinos que se ganan la vida en las empresas boicoteadas.
—Si uno conoce las condiciones de trabajo de los palestinos en las empresas israelíes, nunca lo va a utilizar como argumento. La respuesta es que sin ocupación las condiciones de vida y de trabajo en Palestina van a ser infinitamente mejores. Es un pueblo educado y capacitado para hacerse cargo de su economía, si lo dejan. Por eso, si nos preocupan los derechos de los trabajadores palestinos, lo mejor que podemos hacer es apoyar el Bds para terminar con el régimen que los explota. Además las encuestas muestran que la gran mayoría del pueblo palestino apoya el Bds.
La gente también se pregunta: ¿qué pasa con los puestos de trabajo en las empresas que están sufriendo el boicot? Es interesante saber lo que han hecho los sindicatos de esas empresas, por ejemplo en el País Vasco, donde Veolia tiene el sistema de transporte de Bilbao: se han sumado a la campaña de boicot, presionando a la empresa desde adentro para que se retire de los territorios ocupados, no sólo por solidaridad, sino también para defender su fuente de trabajo, porque si la empresa sigue perdiendo contratos, ellos también pierden.
—¿Por qué se sabe tan poco sobre el Bds en América Latina, en comparación con el hemisferio norte?
—América Latina tiene un vínculo muy fuerte con Palestina, hay una solidaridad histórica, porque nuestros pueblos saben lo que es el colonialismo, el terrorismo de Estado, la limpieza étnica de los pueblos indígenas… También nuestros gobiernos han reconocido a Palestina, hablan a favor de su derecho de autodeterminación; pero es una solidaridad retórica: siguen comprando armas y haciendo negocios con Israel. Brasil es el cuarto comprador mundial de armas a Israel. Uruguay firmó el contrato con Elbit mientras Israel bombardeaba Gaza, cometiendo los crímenes de guerra más horrendos de su historia. Lo que falta entonces es hacer práctica y efectiva esa solidaridad.
Hay experiencias exitosas que no se conocen: el año pasado el gobierno de Río Grande del Sur rompió un contrato con la empresa Elbit debido a la presión del movimiento social. Lo mismo hizo el gobierno de la provincia de Buenos Aires, que en 2012 canceló un contrato con la empresa israelí Mekorot, responsable del apartheid del agua en Palestina. Los sindicatos presionaron y denunciaron incluso los impactos negativos que tendría para la población ese contrato de privatización con Mekorot. Poco a poco los movimientos sociales latinoamericanos están involucrándose con el Bds. Las centrales sindicales ya han planteado la ruptura del tratado de libre comercio Mercosur-Israel. En esto hay dos niveles: lo mejor es romperlo para aislar a Israel hasta que cumpla las resoluciones de la Onu; o por lo menos aplicar una cláusula que ya existe en el tratado para rechazar los productos provenientes de las colonias ubicadas en territorio ocupado. Al no respetar esta cláusula, el Mercosur queda atrás de la Unión Europea, que ya está aplicando normas al respecto.
—¿Cómo ve el movimiento palestino, que te nombró coordinador en América Latina, las perspectivas para expandir el Bds en la región?
— Latinoamérica tiene mucho potencial. Las empresas israelíes están apostando fuerte a esta región frente a las dificultades que están teniendo en Europa. Y a nosotros nos toca de cerca, porque las empresas que están desarrollando la industria de represión (utilizando los cuerpos palestinos como laboratorio de pruebas) la venden en Latinoamérica para usarla contra nuestros pueblos. En Brasil hay una campaña contra ISDS, que tiene un contrato con el Comité Organizador de los Juegos Olímpicos 2016. Es una empresa israelí acusada de colaborar con golpes y dictaduras en Centroamérica, y entrena a la policía militar que ocupa las favelas de Rio de Janeiro y mata a negros y pobres todos los días, con racismo sistemático. Todo eso es parte de la industria de represión que Israel le vende al mundo. En Brasil decimos que los estados están globalizando la barbarie, y por eso tenemos que globalizar la resistencia. En ese sentido, el BDS tiene un significado muy importante: no es sólo practicar la solidaridad con Palestina, sino también luchar por nuestros derechos humanos –ya sea contra la represión, contra la privatización del agua, etc.
Quizás falta más claridad, más información, para ver la conexión entre las luchas; porque materialmente los gobiernos ya la han hecho. G4S, por ejemplo, está vendiéndole a Estados Unidos la tecnología para el muro de la frontera con México. Los movimientos de favelados están empezando a hacer esas conexiones. El movimiento negro en Estados Unidos lo está haciendo con mucha potencia…
—¿Cuáles son los tipos de boicot que impulsa la campaña?
—Hay distintas maneras de sumarse al Bds: desde un sindicato, un municipio, la universidad… A nivel de sanciones, por ejemplo, exigimos a los gobiernos el embargo militar a Israel. El boicot institucional implica impulsar resoluciones anunciando que no se aceptarán vínculos de complicidad con la ocupación. El boicot económico tiene un impacto muy efectivo. La empresa Caterpillar perdió el status de “socialmente responsable” en Estados Unidos por presión del Bds, y eso le hizo perder muchas inversiones (de iglesias, fondos de pensiones y otros). Fundaciones como la de Bill Gates retiraron inversiones de G4S. Los bancos israelíes han perdido muchas inversiones europeas debido a que están implicados en la ocupación y colonización. En universidades de Estados Unidos, los estudiantes han ganado muchas mociones de desinversión.
Además del boicot institucional y económico, está el cultural, el académico y el deportivo. A nivel cultural el Bds está creciendo mucho: cada vez más artistas están diciendo que no van a actuar en Israel ni a aceptar patrocinios de su gobierno.
—Contanos cómo fue la campaña para pedirles a Caetano y Gil que no actuaran en Israel.
—Desde que se anunció su concierto en Tel Aviv les pedimos que lo cancelaran, apelando a su compromiso histórico con las luchas por los derechos humanos, libertad y justicia en Brasil y en el mundo, por ejemplo su oposición al apartheid en Sudáfrica. Ellos recibieron una carta de Desmond Tutu y tres cartas de Roger Waters pidiéndoles que no fueran. Judíos de Estados Unidos e israelíes que apoyan el boicot les escribieron. Artistas palestinos también se lo pidieron, y muchos artistas brasileños también; el ministro de Cultura dijo que en su lugar él no iría. Hablamos con ellos. Fue una campaña larga que movilizó a la prensa y al ambiente cultural, todo el mundo hablaba de eso. Pero ellos igual viajaron a Israel. Fue una gran decepción. Antes de ir a Tel Aviv hicieron su tour europeo, y en todos los países encontraron protestas de la gente con banderas palestinas, pidiéndoles que respetaran el boicot cultural. Pero allá se reunieron con israelíes críticos y visitaron Susiya, una aldea palestina muy pobre en Cisjordania ocupada, que está amenazada de destrucción completa por la expansión de una colonia judía. Y conocer esa realidad fue suficiente para que ahora Caetano escribiera una carta pública diciendo que no volverá a Israel, y que los planteos del Bds tienen fundamento.
Ese proceso de darse cuenta de que la imagen idealizada que tenía de Israel como un país democrático es falsa, es algo que todavía pasa con la izquierda latinoamericana. Y es un proceso doloroso, que incluso personas judías están haciendo, y se suman al Bds; eso en Estados Unidos es muy fuerte.
—A menudo cuesta entender las implicaciones racistas de afirmar que Israel es un Estado judío, el Estado de todos los judíos y judías del mundo. Sería como decir que Uruguay es el país de su población blanca, o de su población cristiana…
—Exactamente. Los derechos humanos son para todas las personas de un país, no para un grupo étnico o religioso dominante. La igualdad de derechos es indiscutible en el siglo XXI. Sin embargo, esto para el sionismo es una amenaza, y sostiene que llevaría a “la destrucción de Israel”. No es cierto: la igualdad que reclama el Bds va a destruir al racismo. Estamos en contra de un régimen de apartheid que otorga derechos diferentes según la adscripción étnica o religiosa de las personas. La Suprema Corte de Israel ha dicho que se debe controlar a la población palestina para que no amenace el carácter judío del Estado. ¿Te imaginas un discurso como ese en cualquier democracia moderna? Es algo que toda la comunidad internacional rechazaría de plano, pero a Israel se le tolera. Algo tan elemental como plantear derechos iguales para todas las personas es visto por Israel como una amenaza a su existencia. ¿Qué tipo de democracia es la que se siente amenazada cuando se habla de igualdad de derechos? El Bds es temido y combatido por Israel precisamente porque ha desenmascarado la naturaleza racista de su régimen.
La pretensión israelí de tener un Estado exclusivamente judío y de hablar en nombre de todas las personas judías del mundo es inaceptable, y cada vez más gente la rechaza. La ocupación, la colonización y el apartheid son crímenes condenables y perseguibles, no tienen nada que ver con la religión o la identidad judías. Y eso, gracias al Bds, está quedando cada vez más claro. Ya no se admite la excepcionalidad o la impunidad de Israel: si estuvimos contra el colonialismo, las dictaduras, el terrorismo de Estado, los crímenes de lesa humanidad en América Latina, no podemos aceptarlos en Palestina. Si uno defiende los derechos humanos y el derecho internacional, no puede haber excepciones.