El aprendizaje de Macri en la Italia fascista se adaptó a la realidad argentina generando un estilo o un modo de comunicar la antipolítica que se hace extensivo a la democracia. En un excelente trabajo –Perón: discurso político e ideología–, Silvia Sigal y Eliseo Verón analizaron hace años el discurso casi mesiánico del “movimiento”. Tres décadas después de editado, el trabajo de Sigal y Verón ayuda a explicar la razón del triunfo del Pro, de esa no-política, que hace de Macri, entre tantas cosas, un hijo histórico del peronismo.
El discurso del peronismo fue, desde el origen, contrario a los “políticos de comité”, a los que calificaba con los peores términos. Nacido de un golpe militar, el peronismo denigraba la política profesional y, por extensión, desde su impronta nacional-católica, al sistema demoliberal.
Este primer peronismo marcó a la cultura política argentina para siempre. Su caída en 1955 ayudó al mito y, en consecuencia, la carga nacionalista católica, antipolítica y radicalmente contraria al liberalismo y a la izquierda hizo base en el imaginario argentino. Lo “zurdo” y lo “liberal” con todas sus consecuencias, incluyendo a la democracia, estaban en el índex de la cultura peronista. La política como el libre juego de partidos y de opciones era anatema frente al “movimiento nacional” que englobaba a todos. En esa propuesta no existía más que un sentido –el movimiento nacional– y la dirección del “conductor”. Solamente una vez Perón abjuró de su posición por encima de los partidos, cuando el 31 de agosto de 1973, en plena campaña electoral, asumió un genérico “nosotros los políticos, tan denigrados durante tantos años, a pesar de todos los sacrificios que hemos realizado para servir de alguna forma a la patria, de la manera en que cada uno de nosotros la entiende”. Este cambio ideológico del “conductor” respondía a una estrategia puntual de acuerdos interpartidarios, que en 1973 jugaron un papel medular en la política argentina. Sin embargo, esta asunción parcial de su rol político se hizo descalificando a la política como forma de acción. “La política como arena ideológica reconocida no existe ahora, como no existió nunca en el universo discursivo peronista”, concluyen Sigal y Verón.
La impronta de la no-política perdura, larga, en el tiempo. Macri es el punto culminante de ese estilo, de esa manera.
DE DISEÑO. Vommaro, Morresi y Bellotti presentan, en su Mundo Pro, un profundo y documentado análisis del personaje y su partido, de esta novedad no tan novedosa en la política argentina. Expliquemos esta aparente contradicción.
Macri creó un “partido de diseño”. Tal como sus actos y su propaganda, cuidada, pulcra, elitista, exacta, el Pro es un partido “fabricado para ganar”. Producto directo de la crisis de 2001 y de la implosión de aquel endeble sistema de partidos, el Pro nace de la fundación Creer y Crecer, donde Macri y De Narváez fabricaron una propuesta conservadora de nuevo tipo. Luego Horacio Rodríguez Larreta incluyó a su fundación, el Grupo Sophía, que convocaba a técnicos jóvenes para diseñar políticas y propuestas que se integraban a las estructuras del Estado nacional o porteño.
Así, el Pro logra ensamblar peronistas, radicales, derechistas de la Ucd, técnicos de las fundaciones y empresarios exitosos. Ese rompecabezas mostró contradicciones y tensiones, pero como todo puzle, el Pro queda ensamblado, mostrando las líneas de división. El sistema se mantiene unido porque el liderazgo de Mauricio Macri es indiscutido y él tiene, siempre, la última palabra… como en el peronismo.
Una de las novedades del Pro es que no surge ni depende de ningún partido anterior, apenas si recoge algunos retazos de los partidos implosionados en 2001, y desde las fuentes fundantes –Ong y empresarios– pagó la elaboración de programas para catapultar a un líder que no era un político, sino “alguien que se metió en política”. Y en una Argentina que gritaba “que se vayan todos”, un perfil conservador de estas características podía tener futuro si jugaba bien sus cartas.
La inexistencia de estructura partidaria, su diversidad interna, su no exigencia ideológica y programática hacen del Pro un “partido de lo nuevo”, en el que lo único que se debe respetar es la decisión última de Mauricio. El Pro no tiene institucionalidad, nunca tuvo elecciones internas, y se dirige desde una “mesa chica” donde los cercanos a Macri conforman la elite que decide, designa y comunica. La internas, cuando las hay, las decide el dedo del líder… como enseñó Perón.
Las políticas, cualesquiera de ellas y principalmente las asistencialistas, son “desde arriba”. María Eugenia Vidal, gobernadora electa de Buenos Aires, es el mejor ejemplo que explica esta modalidad. Llegada al Pro desde el asistencialismo católico, hizo de la caridad pensada socialmente la forma de operar en los barrios más carenciados. Sus grupos y Ong llamaron la atención de Rodríguez Larreta, que la convocó a Sophía, para luego catapultarla a “la política”. Y esa política define al Pro como “el partido del hacer” o como un “paladín de la gestión”, en que la realización es la base, sin importar las tediosas e inconducentes definiciones ideológicas ni mucho menos las designaciones democráticas.
TÉCNICOS 2.0. Definido por Mauricio Macri como “el primer partido promercado y pronegocios en cerca de ochenta años de historia argentina”, en el Pro son profesionales y no políticos los que hacen las propuestas. Fueron cuadros empresariales los que se ocuparon de manejar las finanzas en la ciudad de Buenos Aires durante los gobiernos de Macri, y desde el 10 de diciembre así será en todo el país. La idea fuerza es gestionar lo público privilegiando el usufructo de lo privado. O sea, el Estado cumple un rol, no es marginado ni eliminado, elabora reglas, coopera o se asocia con empresas o personas para promover la creatividad de lo privado. Es la afirmación del management como valor político. Ideal para técnicos 2.0.
Efectivamente, para las elites que creen en un mundo ideal donde el saber se impone sobre cualquier otro principio de legitimidad, es perfecto un partido en el cual todo se define sin actores, sin intereses, sin conflictos. Pero resulta claro que detrás de la erradicación del conflicto se esconde una política conservadora que favorece el statu quo, en el que se benefician aquellos con mayor poder para imponer y negociar.
Macri es, sin duda, el mayor triunfo de la forma peronista de hacer política, la forma más lograda de la no-política. Entendida como un disvalor, la política queda marginada y sustituida por la gestión, en que todas las ideas tienen cabida, porque ninguna tiene razón de ser. El líder es una “esponja” pragmática que absorbe todas las opciones, se queda con las útiles y desecha las que no sirven. Su pragmatismo y su “apertura” refundan la derecha en Argentina.
LA NUEVA DERECHA. Derecha de gestión, ni ultra ni radical, Macri descarta las aristas más duras del neoliberalismo y se presenta como un hacedor en beneficio de la calidad de vida de todos. Ideologías, movilizaciones, activismos y conflictos no tienen lugar en su mundo Pro. La diferencia social o individual no es un obstáculo, “potencializa”, y es aceptada y querida. La desigualdad vale como impulso creador. Sus políticos son gestores y la gestión es una administración pura y aséptica, en la que la diferencia hace que gane “el más apto”.
Esta nueva derecha es original, pero carga con la mochila de la historia reciente. Por un lado es la primera derecha “democrática” que llega al poder por el voto popular en Argentina. Se presenta con equipos nuevos, no contaminados por “la vieja política”, creando en los hechos una nueva elite con arraigo, pronta para administrar y para preocuparse “por vos”.
Esta derecha de gestión esconde detrás de los colores y los diseños algo más profundo e histórico. Como decíamos al principio, la no-política del Pro es, quizá, uno de los triunfos póstumos de Perón. Pero mientras el peronismo creó un movimiento que buscaba integrar a todos en clave nacionalista y corporativa, Macri reivindica el mercado y lo privado como valores de gestión pública, donde el Estado es manejado por una elite apta y profesional, donde la sociedad no tendría que preocuparse por nada más que votar cada cuatro años. El sueño de la dominación hegemónica hecho realidad. Empujados por los graves errores del ciclo kirchnerista, lo social y lo clasista perdieron fuerza como determinante de la lealtad política y generaron el “vacío del descreimiento” que abrió las puertas al triunfo del Pro. La política de la cúpula, definida por un “conductor”, se mantiene en Argentina, degradando la democracia, la negociación, marginando la existencia del “otro” como actor social y, obviamente, como actor político. En el próximo gabinete todos sus integrantes han dirigido compañías. Tres de los ministros son ingenieros, como Macri. Y uno es especialista en sistemas.
La excepción es el futuro jefe de gabinete, el politólogo Marcos Peña, pero será oportunamente acompañado por dos managers amigos íntimos de Rodríguez Larreta: Mario Quintana, titular de Pegasus, un fondo que controla numerosas compañías; y Gustavo Lopetegui, ex ejecutivo de Lan y antiguo director de proyectos de McKinsey, una de las más importantes consultoras globales para empresas tanto públicas como privadas.
La nueva derecha de gestión empezó su marcha no-política… veremos qué le depara el destino.