El texto reza así: “Los cigarrillos indios de Grimault y Cía hacen desaparecer: asma, opresión, insomnio, catarro. En todas las farmacias. Venta al por mayor: 8, rue Vivianne, París”. Ese aviso comercial, que de eso se trata, y que podría provocarle una apoplejía a nuestro presidente, aparece como publicado en el diario El Comercio, de Lima, Perú, en 1927. Y quien se tomó el trabajo de rastrearlo y subirlo a Facebook aclara que, en vez de tabaco, los “cigarrillos indios” contenían marihuana. Una marihuana sanitaria, como se ve.
Si alguien se asombra de que alguna vez se pudo creer en que un cigarrillo pudiera ser recomendable para “hacer desaparecer” el asma, del mismo Perú provienen algunos datos que hacen pensar en las distancias –higiénicas, psicológicas, sociales– que separan nuestro mundo del de las primeras décadas del siglo XX en todo lo concerniente a las drogas, o a algunas de ellas. En una de sus crónicas periodísticas reunidas en El arte de envolver el pescado, el poeta Antonio Cisneros rescata el pingüe negocio que el señor Ángelo Mariani realizó a fines del siglo XIX y comienzos del XX con el vino tónico que llevaba su apellido, elaborado a partir de la coca del Perú. Negocio contemporáneo al entusiasmo de Sigmund Freud con la cocaína, a la que conoció en 1884 y de la que se convirtió en usuario y defensor, aunque en 1896 declaró haber abandonado su consumo.
Más duradero fue el consumo del vino Mariani. Entre quienes degustaban el “más agradable y el más eficaz de los tónicos estimulantes” se contaban los papas León XII, Pío X y León XIII, la británica reina Victoria, el zar de Rusia, el presidente estadounidense Mckinley, Thomas Alva Edison, Sarah Bernhardt, los escritores Alejandro Dumas hijo, Julio Verne, H G Wells, Edmond Rostand, Anatole France, Sully Prudhomme, Henry Ibsen, W B Yeats, reyes de España, Grecia, Serbia, Suecia y Noruega, el gran Enrico Caruso, el escultor Rodin y el músico Saint-Saens.
Muchos de estos distinguidos clientes expresaron su agradecimiento al señor Mariani –que siempre se ocupó personalmente de todos los pasos necesarios y la fórmula secreta para la elaboración de su irresistible vino– en cartas y testimonios que el industrial reunió y publicó en 1895 con el título de “Las figuras contemporáneas”. Entre esos testimonios se destacan algunos. “Su santidad el papa León XIII me ha encargado de trasmitir en su augusto nombre los agradecimientos al señor Mariani. Su santidad se ha dignado inclusive ofrecer al señor Mariani una medalla de oro portando su venerable imagen. Firma (por su santidad) el cardenal Rapallo, Roma, día 2 de enero de 1898.” Sarah Bernhardt: “El vino Mariani siempre me ha dado las fuerzas necesarias para cumplir los duros esfuerzos que impone mi arte”. Anatole France: “El vino Mariani extiende un fuego sutil a través del organismo”. Luis Blériot (héroe de la incipiente aviación): “He llevado conmigo una botella de vino Mariani para mi primera travesía del Canal de la Mancha en 1909. Su acción energética me ha mantenido durante todo el vuelo”. Emile Bergerat (poeta y dramaturgo casi olvidado): “Un vaso de vino es para un artículo, dos para una semblanza. Pero en el fondo de la botella se halla la genialidad”.
Ángelo Mariani, consigna Cisneros, murió, riquísimo y respetadísimo, en 1914, año en el que empezaría la Primera Guerra Mundial y en el que se prohibió mundialmente la cocaína. La fecha de su salida de este mundo lo salvó de asistir a la armazón criminal y el desastre humano provocado, años después, por la base de su elixir de la felicidad. Retirada a tiempo, que le dicen.