Por lo menos no joden con el arbolito tapizado de nieve y el trineo cuando nos calcinamos a casi 40 grados. El rito se llama Takanakuy, que en quechua significa “golpearse entre sí”. Es el modo, ritual y público, de resolver los conflictos que de lo contrario se enquistan en las familias y las comunidades.
Las reuniones suelen realizarse en las plazas de toros de los pueblos, donde se aglomeran multitudes. Si alguien sale al ruedo y dice un nombre, el aludido puede dar un paso al frente y comienza un combate en el que sólo valen puños y patadas. “Está prohibido sujetarse, atacar por la espalda, tirarse encima del oponente o seguir golpeándolo cuando ya ha caído”, asegura el cable de la Bbc. Luego de tres minutos se da por finalizada la pelea y los combatientes se abrazan.
“Muchos critican que nos agarremos a trompadas el 25 de diciembre, pero no conozco nada más salvaje y egoísta que cenar bien y darse regalos mientras que otros, al lado de tu casa, no tienen qué comer. Además nosotros celebrábamos el Takanakuy antes que la Navidad, que es una costumbre occidental y capitalista, que no nos representa”, sostiene Florentino Laime, ex alcalde de Santo Tomás, distrito en el que se celebra el ritual, ubicado a siete horas de Cusco.
Se trata de formas catárticas comunales utilizadas en casi toda la región andina. Por supuesto que hay golpes y a veces heridos. Pero son peleas rituales, voluntarias, nadie es obligado a pelear, y los que se enfrentan suelen imitar los sonidos y movimientos de los animales. En las fiestas suelen combatir el barrio bajo y el barrio alto, y de ese modo se sacan a la luz los pequeños-grandes problemas que son el infierno de la convivencia en cualquier parte del mundo.
Las peleas se dan entre rivales de estatura y complexión similares y son supervisadas por las rondas campesinas, una institución nacida en el norte de Perú para combatir el robo de ganado, que luego enfrentó a Sendero Luminoso y ahora le planta cara a la minería a cielo abierto. Son “rondas” porque las familias se turnan para dar recorridas por las noches para vigilar su ganado y con el tiempo han sido admitidas por el Estado. Son tan legítimas que administran su propia justicia.
“Dos veces han invadido mis terrenos, pero lo resolví peleando, esto es mejor que ir al juez”, dice un joven de 25 años. En muchos pueblos andinos perviven costumbres no capitalistas ni estatistas, sino formas de ser ancladas en el ancestral “buen vivir” que ahora muchos occidentales idolatran, sin comprender que incluye poner el cuerpo, como antes, a la vara del viejo o del maestro.