Una estatua de la virgen María en la rambla. Conozco imperfectamente esta iniciativa a través de las redes sociales. La Junta Departamental, con algunas discrepancias y abstenciones, dio el permiso que levantó en Facebook protestas de ciudadanos que en nombre del laicismo, y también de la izquierda, se oponían; los que aceptaban la idea, lo hacían en nombre de la tolerancia y de la diversidad, no de la virgen ni de la religión. “¿Por qué no, si están Confucio y Iemanjá?” Seguramente, estimo, por la misma razón por la que no se imprimen panfletos en contra del canibalismo pero sí contra el capitalismo salvaje. Otros respondían: “Es verdad que hay muchas ¿para qué sumar otra?”. Uno escribió que las religiones han provocado y provocan demasiado sufrimiento. Eso, bien pensado, es un argumento. Alcanza ver Primera Plana, en cartel, para medir la capacidad de daño en los aledaños de la fe. Confieso, sin embargo, que me preocupaba más la estética. Esa virgen que traen de México sería, por algún milagro, hermosa, sería arte. En los mismos días vi las imágenes incomparablemente bellas de la “Virgen de la granada” de Fra Angélico que acaba de adquirir el Museo del Prado a la Casa de Alba.
El Uruguay es saludable y rústicamente laico y, tal vez hace bien, ahorra dolor, un dolor. No sé si nuestra renuencia a los mitos no hace a otro dolor que se multiplica en suicidios. En todo caso, no está en el ánimo de esta breve nota dilucidar esas honduras. Acercar, tal vez, algunos insumos en torno al tema. Es raro que en ninguno de los argumentos detractores asomase algún trazo de pensamiento feminista. En Eva, la historia de una idea, John A Phyllips sostiene que María, la virgen, es la nueva Eva librada del pecado original por el que la primera pareja fue expulsada del paraíso. Una nueva alianza, una oportunidad de redención. Pero es sabido que una interpretación sexual del pecado original y la pureza de la virgen sostenida sobre esa interpretación está en la raíz de toda la represión sexual que es una ominosa herencia del catolicismo. Pero nada es tan lineal en los mitos: el nacimiento del culto mariano trae a Europa una idea luminosa de lo femenino y con el Dolce Stil Nuovo, la invención del amor en Occidente. Fue una alumna de Julia Kristeva, Marina Warner, educada en su niñez en el catolicismo, quien escribió un estudio comprensivo de todas las contradicciones y sentidos detrás de la idea de María. En Tú sola entre las mujeres: el mito y el culto de la virgen María (Taurus), Warner hace una enorme investigación erudita y viaja a los lugares de culto, para relevar en profundidad las distintas figuras de la virgen, desde la virgen niña de la Anunciación a la mater dolorosa. Una mirada antropológica e historicista descubre la belleza de un mito que crea una figura piadosa que humaniza la religión y descubre también el daño que representa el mito de la virginidad con su horror a la carne y su mojigatería. Hacia el final de su libro, originalmente escrito en 1976, Warner profetizaba la extinción del culto de la virgen, condenado por las transformaciones en las relaciones entre los géneros y la secularización de las costumbres. Al reeditarlo en 2013, descubrió que su vaticinio fue un error, que el culto a la virgen sigue vivo y muchas veces con un sentido contracultural: “La virgen de los oprimidos –dice– ha renovado su mitología”. Pienso en La virgen de los sicarios del colombiano Fernando Vallejo. Aquí en Uruguay, país laico, pasamos años sin darnos cuenta de la blasfema pero profunda religiosidad de nuestro escritor mayor. Hasta que Ruben Cotelo señaló con lucidez que Onetti fundó Santa María y construyó todo su universo y su saga sobre la obsesión de la pureza, la glorificación de las muchachas, sus vírgenes, y sobre el horror a la corrupción de la carne. Onetti da un espacio a otra santa que anuncia, cada agosto y con furia, los días de tormenta, en agosto, en sus relatos. En 2009 fui a Lima para un homenaje a Onetti con motivo de su centenario. En un breve paseo por la ciudad histórica visité la tumba de Santa Rosa de Lima, patrona de la ciudad. En la cripta encontré una revelación: un antigua leyenda que leía: “Santa Rosa de Santa María” y vi que Onetti sonreía. La moraleja dice que, aun sin la estatua, la idea de la virgen puede estar sumida en nuestras costumbres y en los relatos que nos hemos hecho de nosotros mismos.