—Asumiste en 2013, ¿qué encontraste y qué pasos definiste?
—Venía de coordinar el Centro de Exposiciones Subte, y las autoridades del momento de la División Artes y Ciencias de la Intendencia de Montevideo, de la cual dependemos, confiaron en mí para asumir la dirección del Museo Histórico Cabildo de Montevideo; cito el título completo porque especifica lo que es como institución, aunque estaba absolutamente desdibujado cuando asumí. No poseía guión museográfico, ni propuestas de exposición, ni conservación del acervo. Comencé, entonces, a intentar subsanar estas carencias junto al estupendo equipo de gestión, y de docentes, que integro.
—¿Primera medida?
—Cerré el lugar, para eximir al público de verlo en las condiciones en que estaba, con un proceso de restauración de la fachada iniciado en 2011 y ahora felizmente en fase final, y para elaborar, con dedicación prohibida para ansiosos, una propuesta museográfica, una política de conservación y restauración del acervo, y un plan educativo. Todo esto asentado, a su vez, en una concepción crítica de la historia, sus silencios y vacíos, que ponemos a dialogar con este presente complejo a través de las voces de lo excluido, lo indígena, lo negro, lo criollo y la propia comunidad, a la que invitamos a colaborar con nuestra tarea.
—¿Cómo?
—Para la muestra El legado (in) visible, de la artista Alejandra González Soca, que enfoca la representación histórica de lo femenino y puede visitarse hasta el próximo 31 de julio, convocamos a la gente a acercarnos fotografías, objetos y relatos de sus legados familiares, y la respuesta, tal como la califica Alejandra en el folleto que acompaña a la exhibición, fue masiva.
—¿Qué aportaron?
—Relatos orales, recetarios de cocina, audiovisuales con historias familiares, pequeños objetos, vestidos. Trabajamos la interdisciplina; en la exposición Piedra fundamental participaron, además de nuestra licenciada en historia y nuestros docentes con conocimiento en la materia, arqueólogas de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación. Este año saldrá una publicación coordinada por la Universidad Autónoma de Madrid y la Universidad Católica de Uruguay, con 20 miradas sobre la patrimonialización de Montevideo como ciudad portuaria, incluyendo la de esta directora, para lo cual estoy entrevistando a integrantes del Sindicato Único Portuario y Ramas Afines (Supra).
—El Estado sostiene, en Montevideo, tres agrupaciones sinfónicas, un circuito de salas de espectáculos, un elenco teatral estable y casi toda la oferta museística. En ese marco, ¿la identidad del Museo Histórico Cabildo aspira a distinguirse de los de similar perfil?
—Sí, mediante el guión museológico de cada proyecto y la mirada crítica sobre temas que van del proceso fundacional de Montevideo a la representación histórica de lo femenino, o la visión de las ciencias en los siglos XVIII y XIX. A raíz del proyecto sobre la patrimonialización de Montevideo como ciudad portuaria recabamos mucho material sobre la Ciudad Vieja, que nos permitirá lanzar una convocatoria abierta a quienes habitaron o habitan este barrio, para que aporten objetos y testimonios ligados a él. La muestra Piedra fundamental, que trabaja el período colonial con escolares y liceales y fue diseñada por el curador chileno Ramón Castillo, será remplazada en mayo por otra exposición que observa a la colonia durante las invasiones inglesas, no a través del macrorrelato de acontecimientos sino de microhistorias de ciudadanos anónimos, que nos legaron formas de ver y estar.
—¿Qué importancia das a la faceta de centro cultural del Cabildo?
—Inauguramos tres salas, equipadas, de conservación de acervo, una para papel, otra para textiles y la tercera destinada a metales y objetos varios; poseemos desde libros en papel de tela hasta muebles, acuarelas y relojes. Las entidades privadas que deseen hacer uso de la Sala de los Constituyentes, conocida como Sala de Actos, deben abonar una contraprestación y respetar un protocolo de uso que prohíbe, por ejemplo, el ingreso a ese espacio con comestibles y bebidas. Contamos con un archivo histórico, y cada dos o tres meses organizamos visitas guiadas a las salas de conservación, para que el público aprecie in situ el trabajo y comprenda por qué no podemos exponer en forma permanente todo lo que tenemos.
—¿Qué aprendiste, desde que aceptaste este rol, acerca de cómo dialoga la historia con la gente?
—La deconstrucción del imaginario “aburrido” de la historia fue uno de los ejes en los que apoyé mi proceso, vertiginoso, de puesta a punto con el cargo. Y tuvo un aval gratificante cuando obtuve una beca para cursar un seminario de curaduría crítica en Gotemburgo y comprobé que mis intuiciones sobre qué proponer en un museo histórico integraban las iniciativas de colegas de Londres, Holanda y África.