—¿Cómo conociste a Papico Cibils y de qué manera quedó su archivo a tu cuidado?
—Lo conocí en 1994, fuimos compañeros de trabajo y al poco tiempo me enteré de que estaba con ese proyecto, porque siempre andaba con un trasiego de Vhs, copiones y entrevistas sobre Zitarrosa. Materiales que tenían que ver directamente con él, registros que había realizado del 84 al 89 y luego con entrevistas que hizo después de la muerte de Alfredo. Por el año 96 Papico me invita a ser una especie de asistente de este rodaje que se hacía de forma muy esporádica. Luego él para un poco porque se enferma, y en el 2004, muere. Ahí, como primera reacción, junté el material que sabía donde estaba, porque ya entonces estaba todo disperso. Su viuda, Susana Ferrer, me pasó cosas que habían quedado en su casa y ahí armé este archivo. En Vhs, algunas cosas en U-matic, otras en audio. Era un archivo cuyo orden lo tenía Papico en la cabeza, no estaba ordenado. Y ahí quedó por 11 años hasta que un día decidí digitalizarlo, y al visionarlo, aunque con dudas –las que todavía tengo–, dije “acá hay un relato”. Un relato solo con este seguimiento, con este intento de hacer un documental sobre Zitarrosa, que por más que cuando ves el material en forma bruta no percibís un punto de vista, yo creo que hay un relato y el punto de vista puede estar unido a la circunstancia histórica. El punto de vista puede ser el exilio y el momento del regreso. Cómo se vivió eso en lo poco que se ve de Zitarrosa pero en lo mucho que se ve en la gente. Y a eso agregarle una segunda línea narrativa, que es contar quién fue el que quiso hacer ese documental. No estoy tratando de reconstruir un documental sobre Zitarrosa, sino presentar una película sobre la relación que tuvo un hombre que quiso hacer una película sobre Zitarrosa con Zitarrosa.
—Eso que decías sobre la gente y el punto de vista de Papico, lo que señalabas sobre el momento histórico, es tremenda la carga emotiva que trasmite…
—Yo creo que podría llegar a ser un documental de una enorme carga afectiva y uno se puede permitir la licencia de no estructurar tanto desde lo racional sino desde lo emocional, incluso por las personas que aparecen. ¡Rodríguez Camusso! Para las nuevas generaciones es un zombi de las películas de George Romero. Es muy impresionante verlo. Germán Araujo, Pablo Estramín. Hay un plano muy breve en la primera presentación que hace Zitarrosa en el Franzini, que sólo canta dos canciones y la gente pide que suba Liber Seregni. Entonces la cámara se da vuelta y aparece el Corto Buscaglia aplaudiendo entre la gente. Uno atisba a figuras importantes de ese período y la gran masa que reacciona enfervorizada ante determinadas palabras. “Qué es lo que quieren decir con eso de la libertad”, y la palabra “libertad” por sí sola desata una locura. Es una película que –si llega a ser– estará muy basada en los afectos y en la comprensión de un grupo muy endogámico de los que vivimos eso. La película está encapsulada en emociones que alguien que no lo vivió difícilmente entienda lo que está pasando.
—Lo que se ve, también es otro país…
—La caravana que acompaña a Zitarrosa… parece Albania. No reconocés Uruguay. Cómo era la gente. Yo encuentro valor en eso y por eso decidí que valía la pena hacer algo. Y cuando digo “algo” es porque no sé qué es. Y por un lado también me gusta que no se sepa lo que es. No temo que el relato no tenga un conflicto, un desarrollo. No persigo eso. Siento la impunidad de la emoción. Jugando, haciéndole un guiño a un tipo de gente. Es un experimento. Por eso y por ser en Vhs, en 4:3, por estar fuera de la era HD. Yo lo creo valioso, pero no sé.
—Además él filma ahí entre la gente, es uno más, un producto de ese tiempo…
—Él tenía el celular que hoy todos tienen: una cámara.
—Está también la relación de Papico con Zitarrosa…
—Hay una escena doméstica, un cumpleaños y los amigos le regalan… un póster de Zitarrosa. La casa es un museo de Zitarrosa. En la entrevista que le hacen por el libro de poemas que Papico publicó, la dictadura lo censura por nombrar a Zitarrosa. Sus gestos eran zitarrosianos, la forma de agarrar el cigarrillo…
—También registró el entierro de Roslik, el acto del Obelisco…
—Son increíbles esas imágenes, por lo que filma Papico, desde dónde. El estrado del Obelisco casi no se ve, importa la gente. El niño, la enfermera. En el acto del Franzini importa la cola al entrar. A mí me resulta impresionante. No sé, es una película frágil, hasta en su materialidad, la “cinta” siempre parece a punto de romperse. Pensé en llamarla “La película huérfana”, pero podía sonar pretencioso. Le puse Guitarra blanca, por el poema de Papico. Él es guitarra blanca, Zitarrosa es guitarra negra.