Las autoridades japonesas desde un comienzo ningunearon el asunto y le restaron gravedad. Habían señalado en su momento que el accidente había sido de categoría cuatro, en un máximo de siete según la escala internacional. Pero más adelante expertos franceses aseguraron que calificaba como categoría seis. Lo cierto es que, por los niveles de la radiación llegada al mar y repartida por la zona, era una cuestión de tiempo que tuviera sus efectos visibles en la población.
En un notable informe publicado por El Mundo, titulado “Las secuelas de Fukushima, cinco años después de la catástrofe”, se relatan las experiencias de un sacerdote en Koriyama, una ciudad a 50 quilómetros al sur de la central de Fukushima. El eclesiástico viene documentando unos 600 casos de niños que padecen los efectos de la radioactividad: copiosas hemorragias nasales, cáncer de tiroides, dolores de cabeza, ojos hundidos, extrañas coloraciones y erupciones en la piel. Los números revelan la dimensión del asunto: sólo en la ciudad son 115 los menores que padecen cáncer de tiroides, y se trata de la ciudad japonesa con mayor incidencia en esta enfermedad.
Lo peor del asunto es que las autoridades rechazan el vínculo con el accidente en la planta nuclear. Una asociación de madres de niños afectados se moviliza para captar cierta atención, pero hasta ahora no han obtenido más ayuda que la de algunos grupos de voluntarios. La asociación se reúne para relatar sus experiencias con absoluta impotencia, ante un gobierno que no atiende sus reclamos ni les ofrece indemnización alguna, ante medios de comunicación funcionales a los discursos oficiales y una sociedad que en general también adhiere a lo que ellos dicen. Algunas madres relatan lo difícil que es ver las claras secuelas que sufren sus hijos y que incluso sus maridos se nieguen a aceptar lo evidente.
Greenpeace ha señalado la detección de mutaciones en plantas y animales de la zona, así como “altas concentraciones de radiación en hojas nuevas de cedros y en el polen”. También se constata la significativa reducción en el número de aves circundantes, y la contaminación por cesio en peces de agua dulce destinados a la comercialización. Asimismo habría contaminación radiactiva en varios estuarios costeros.
Mientras tanto, las autoridades organizan ferias para gourmets con productos locales de todas las ciudades de la prefectura de Fukushima; en Koriyama bajo el título “Festival del florecimiento pleno de la deliciosa ciudad de Koriyama”. Para colmo, en las escuelas de Fukushima se están empezando a consumir verduras y arroz de la región, con el eslogan de “comamos comida local”.
A veces la necedad puede transformarse en llana locura.