Tarso Genro, uno de los cuadros históricos del Partido de los Trabajadores y ministro de Justicia en el segundo gobierno de Lula, sostiene que “el ciclo que llevó al PT al gobierno está agotado” (Folha de São Paulo, domingo 6). Y agrega que es muy difícil que tenga chances de permanecer en el poder en el próximo período, porque estamos ante “el fin de un ciclo económico, social y político de Brasil”.
En días de profunda incertidumbre y de fuerte ofensiva mediática y judicial contra el principal partido de la izquierda latinoamericana, está resultando difícil hacer análisis que superen el cortísimo plazo, para vislumbrar el futuro de esta fuerza política. Genro sostiene que el juez Sergio Moro, que fue quien ordenó la detención del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva la semana pasada, se inspira en Carl Schmitt (1888-1985), jurista y filósofo alemán que colaboró con el régimen nazi. La lógica con que operó la justicia en este caso consistió en “apuntar primero a una persona y después intentar producir pruebas contra ella, lo que es un procedimiento de excepción al margen de la legalidad constitucional que genera un derecho paralelo, una Constitución paralela”. Todo el sistema judicial está distorsionado, dice Genro, incluyendo las famosas delaciones premiadas.
EL PT Y AMÉRICA LATINA. En julio de 1990 se reunieron en el hotel Danubio de San Pablo 48 partidos y organizaciones de América Latina, por invitación del PT, con el objetivo de “debatir la nueva coyuntura internacional poscaída del muro de Berlín y las consecuencias de la implantación de políticas neoliberales por parte de la mayoría de los gobiernos de la región” (forodesaopaulo.org). La propuesta principal giró en torno a crear una alternativa popular y democrática al neoliberalismo.
La mesa de aquel primer encuentro lucía una pancarta con el logo del PT y la mayoría de los asistentes militaban en ese partido. En esos años de neoliberalismo feroz, el Partido de los Trabajadores de Brasil se convirtió en el principal referente de las izquierdas latinoamericanas, rasgo que se acentuaría en los años siguientes.
En 1988 se realizó en Porto Alegre, ciudad gobernada por el petista Olivio Dutra, la primera experiencia de presupuesto participativo en el mundo. El proceso fue tan impactante que pronto se irradió hacia otras ciudades, entre ellas Montevideo y Rosario, al tiempo que una decena de ciudades brasileñas adoptaban la experiencia, que también tendría traducciones en otros continentes.
Pero la mayor creación del PT fueron los foros sociales. Con ellos la estrella roja comenzó a alumbrar no sólo a la región sino al mundo. El primer foro fue convocado por la Asociación para la Tasación de las Transacciones Financieras para la Ayuda al Ciudadano (Attac) y el PT, y se realizó del 25 de diciembre de 2000 al 30 de enero de 2001 en Porto Alegre, vitrina de lo que podía ser un gobierno de esa fuerza política.
Los siguientes foros fueron un éxito completo. El tercero, en 2003, año en que Lula se estrenaba como presidente, recibió más de 100 mil personas provenientes de 156 países, organizó 1.300 seminarios talleres y acogió a los más importantes pensadores de la izquierda mundial: Noam Chomsky, Antonio Negri, John Holloway, Eduardo Galeano, entre muchos otros. Pocos repararon en que una de las siglas que aparecían entre los auspiciantes era la de Petrobras.
En un clima de euforia colectiva, Lula improvisó un discurso: “Tengo la nítida noción de cuánto nuestra victoria representa de esperanza no sólo para Brasil, sino también para la izquierda del mundo entero y sobre todo para la izquierda en América Latina”. Dijo ser consciente de “la esperanza que los socialistas del mundo entero depositan en el éxito de nuestro gobierno” y adelantó que esperaba contribuir “para que otros compañeros ganen las elecciones en otros países del mundo”.
Las tres experiencias que confluyeron hace apenas una década en Porto Alegre se marchitaron: el presupuesto participativo se convirtió en una reseca práctica burocrática, los foros sociales se vaciaron, cooptados por las grandes Ong, y el gobierno del PT naufraga en la incertidumbre. Debe recordarse que esas tres experiencias merecieron tesis y libros, fueron motivo de extensas reflexiones en el seno de una izquierda que, una década y poco después de la caída del socialismo real, acariciaba el retorno de los buenos tiempos. Sólo el zapatismo se mantuvo al margen.
IZQUIERDA Y ESTADO DE EXCEPCIÓN. “Si el Estado de derecho ya venía sufriendo las vicisitudes de la actual crisis política por la innegable conducta parcial y sesgada de la justicia contra los pobres, contra los negros, contra las mujeres y otras minorías, con la operación Lava Jato la violación del Estado de derecho se eleva al estatuto de estado de excepción judicial. Este estado se configura por la violación sistemática y políticamente orientada de derechos y garantías individuales plasmados en la Constitución y las leyes”, escribe el sociólogo Aldo Fornazieri (Jornal Ggn, lunes 7).
Al igual que Giorgio Agamben y Hannah Arendt, quienes sostienen que el nazismo fue un punto de inflexión en la utilización de la legalidad estatal de excepción para la construcción de un régimen autoritario, Fornazieri sostiene que en Brasil se ha instalado una “dictadura judicial”.
Sin embargo, quienes defienden a Lula y al PT no tomaron en cuenta por lo menos tres cuestiones.
La primera es que en las décadas durante las cuales los negros y los pobres, y de modo muy particular los habitantes de las favelas, fueron sistemáticamente hostigados, asesinados y desaparecidos por la Policía Militar y ninguneados por la justicia, los dirigentes del PT miraron para otro lado o fueron cómplices de esos hechos. Un solo ejemplo. En febrero de 2015 la Policía Militar de Salvador (Bahía) mató a 15 jóvenes negros pobres, siendo muy cuestionada por los organismos de derechos humanos. El gobernador Rui Costa, del PT, declaró a los medios: “La policía tiene que decidir en cada momento, tener la frialdad y la calma necesarias para tomar la decisión acertada. Es como el artillero frente al gol que intenta decidir, en segundos, cómo va a disparar frente a la portería. Después de que la jugada termina, si fue un golazo, todos los hinchas lo van a aplaudir” (Carta Capital, 9-II-15).
En los años de Lula y Dilma la muerte violenta de negros se disparó casi un 40 por ciento.
La segunda es lo que sostiene Luciana Genro, hija de Tarso y miembro de la Dirección Nacional del Partido Socialismo y Libertad, con base en la delación premiada de Delcídio Amaral (senador y ex jefe de bancada del PT): “Es lamentable que un líder histórico como Lula haya dejado de ser del pueblo para aliarse con las elites, gobernar con ellas y recibir por eso mismo cuantiosas comisiones y regalos” (Viento Sur, sábado 5).
Nadie puede negar que el PT y Lula establecieron relaciones carnales con el gran empresariado brasileño, en particular con las constructoras a las que les abrieron mercados y defendieron cada vez que enfrentaron problemas, como sucedió cuando Odebrecht fue expulsada de Ecuador por el presidente Rafael Correa.
Finalmente, el PT y el conjunto de la izquierda brasileña no parecen en condiciones de afrontar ni de enfrentar el “estado de excepción permanente” que denuncian. Según Agamben, “el totalitarismo moderno puede ser definido como la instauración, a través del estado de excepción, de una guerra civil legal, que permite la eliminación física no sólo de los adversarios políticos sino de categorías enteras de ciudadanos que por cualquier razón resultan no integrables en el sistema político”.1
Este es el talón de Aquiles del lulismo: no tiene la fuerza moral necesaria para enfrentar la ofensiva de las derechas porque no defendió, cuando debía hacerlo, a las víctimas del mismo sistema que ahora lo condena.
- Estado de excepción, Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2004, pág 25.