Juvenal “Naná” Vasconcelos nació en 1944 en Recife, en el Nordeste de Brasil. No conozco explicación para su disposición experimental. Supongo que habrá sido simplemente cuestión de índole. Tampoco conozco detalles sobre su formación. Sé que de joven era baterista en cabarets y tocó en la Banda Municipal de Recife. Muy pronto se conectó con figuras de relieve: Gilberto Gil, en los comienzos de su fama, lo adoptó para sus giras por el Nordeste, y fue Capiba, el gran maestro del frevo, quien lo trajo a las metrópolis (Rio de Janeiro y San Pablo) en 1967. Ganó fama acompañando a Gal Costa en 1969.
Son de ese año las primeras grabaciones suyas que conozco, con Milton Nascimento, que creo que fue el músico que primero abrió espacio para el estilo personal de Naná, que se convierte, en buena medida, en el estilo de la música en que participa. En una de las canciones más expresamente cuadradas de Milton, “Tarde” (1969), se lo puede escuchar haciendo un patrón de tumbadoras en 5/8 sobre la base de 4/4, una polirritmia que en teoría debería quedar rarísima, y sin embargo la canción fluye perfectamente. Pero sobre todo llama la atención el colorido de su toque, la forma en que cada golpe define una nota bien diferenciada de otras, que hace que el instrumento cante. Eso mismo solía hacer con el berimbau: liberándose de los toques tradicionales de capoeira, trabajaba ese instrumento con el espíritu con que Jimi Hendrix abordaba la guitarra eléctrica, es decir, ampliando su espectro sonoro, “derritiendo” los bordes entre las sonoridades, construyendo al mismo tiempo ritmos, melodía y ambiente. Para resaltar esos efectos, muchas veces duplicaba esos sonidos con su propia voz. Cuando uno lee en una ficha técnica: “percusión: Naná”, en realidad se trata de la percusión más la voz del músico, generando una especie de súper-instrumento. El magnífico disco de Milton de 1973, Milagre dos peixes, es como una oda a Naná: por doquier se escuchan sus sonidos melifluos, misteriosos, viscerales, que pueden evocar lo primitivo o incluso lo animal. Algunos momentos de ese disco parece que estuvieran grabados en una selva, con la voz y la guitarra de Milton cercada de bichos y pajarracos, que son esencialmente Naná sobregrabado varias veces, cantando/hablando/gritando y tocando varios instrumentos.
Era además tremendo showman. Así que no tardó en ser descubierto en otros ámbitos. El aspecto “escenográfico” de sus efectos sonoros fue explotado en películas; hizo varias bandas musicales para cine, desde Pindorama (Arnaldo Jabor, 1970) hasta El niño y el mundo (que está en cartelera). Y viajó mundo afuera. Su talento prodigioso y su carisma se vieron favorecidos por la moda de la world music. Tocó, entre muchos otros, con Gato Barbieri, Talking Heads, Egberto Gismonti, Pat Metheny, Ginger Baker, Paul Simon, B B King, Arto Lindsay, Laurie Anderson, Caetano Veloso, Ryuichi Sakamoto y John Zorn. Junto a Don Cherry y Colin Walcott formó el trío de “world jazz” Codona, con el que grabó tres discos. También grabó varios discos personales, aunque la composición no era su punto más fuerte.
Aparte de las tumbadoras y el berimbau (y de innumerables otros instrumentos que también tocaba muy bien) desarrolló en tiempos más recientes maneras personales de abordar la cuíca (que se puede escuchar en su magnífico disco a dúo con Jards Macalé, Let’s Play That, grabado en 1983) y la percusión corporal.
Desarrolló un importante y persistente trabajo con niños discapacitados. Organizó durante años, a medias con Gilberto Gil, el festival internacional de percusión Percpan, en Salvador. Fue el brasileño que ganó más Grammies (ocho) y ostenta la proeza de haber sido “mejor percusionista del año” de la revista Down Beat por siete años consecutivos (1984-90). En los últimos quince años siempre fue figura de destaque en la apertura del carnaval de Recife.
Murió el 9 de marzo de cáncer de pulmón en su ciudad natal.