El poco elegante título de este reciente estreno1 no parece expresar en forma terminante la opinión de la protagonista con respecto a su marido. Si bien el adjetivo en cuestión desde hace largo tiempo se usa para calificar a aquellos que nunca se esfuerzan por llevar las cosas a cabo, así como para quienes no merecen ninguna descripción halagüeña, en los últimos tiempos, sobre todo por estos pagos, la palabrita suele colarse en la conversación para sustituir a la vieja muletilla “che”. Ninguno de los sentidos citados serviría realmente para apelar a la palabrita y, de buenas a primeras, calificar con justicia a un personaje que, antes que nada, resulta un irredimible egocéntrico, alguien capaz de mentir para salir bien parado, así como para, cada pocos minutos, hacer saber a sus interlocutores que se ha codeado con famosos como Brad Pitt, Sean Penn, Francis Ford Coppola y la plana mayor del Actors Studio, porque, como ya se sabe, el hombre es una estrella de cine. Lo es, y de una manera tan especial como para seducir a la joven actriz principiante que filma con él una película y que, como se señala en el título del filme, no termina sino que empieza por casarse con él.
En manos del realizador Juan Taratuto, responsable tanto de la inquieta No sos vos, soy yo como de la simpática Un novio para mi mujer, tal asunto le abre camino a una comedia con inspirada definición de caracteres, una cualidad digna de ser apreciada cuando las siluetas que desfilan ante el espectador pertenecen al equívoco ambiente del cine. En la ocasión, vale la pena entonces posar la mirada no sólo sobre el astro que motiva el título –un sujeto que, para peor, se apellida Brando–, y que a medida que avanza el relato muestra imprevisibles cambios en su proceder, sino sobre su consorte, que además de los problemas que le acarrea el casamiento, debe enfrentar viejos complejos personales y los obstáculos que traen consigo los compromisos laborales. Un par de figuras interesantes, que brindan oportunidad de lucimiento a Adrián Suar y Valeria Bertuccelli, al reencuentro de quien los dirigiera en Un novio para mi mujer. Por otra parte y sin forzar la fórmula, Taratuto se las arregla aquí para sacar adelante una comedia con la necesaria sofisticación que le permite evadir las trampas, las facilidades y los vulgarismos de la mayor parte de los productos porteños. Esmeros de ambientación, refinada fotografía en pantalla ancha, adecuada banda sonora –en la que, hacia el final, hasta se escucha una canción en la voz de Vicentico (marido de Bertuccelli)–, cuidado elenco secundario, en el que irrumpen Norman Brisky en el papel de resignado agente del protagonista y Gerardo Romano como el relativamente paciente realizador de la película en la que se conocieron quienes dan pie a la historia, se dan cita en un producto de cuidada factura comercial. A lo largo de éste Taratuto sabe hacer lugar para aludir con inteligencia a algo que puede ocurrir en los círculos artísticos más allá de la mirada de los espectadores y, por supuesto, de los medios de prensa, aquí debidamente citados. Como no es oro todo lo que reluce, cabe señalar que cuando el libretista Pablo Solars decide afectar a uno de los implicados en el asunto con una repentina ceguera que no es tal recuerda demasiado al Woody Allen de La mirada de los otros (Hollywood Ending, 2002), un descuento que se suma a la nada imaginativa secuencia donde, en forma accidental, el protagonista se entera de lo que su mujer opina sobre él. El resto, claro, es mejor.
- Argentina, 2016.