El pasado domingo de Pascuas, Facebook mandó un mensaje erróneo a miles de usuarios: “¿Estás bien? Parece que estás en la zona afectada por la explosión en Lahore, Pakistán. Avisa a tus amigos que estás bien”. Muchos usuarios, a más de una decena de miles de quilómetros de distancia, se preguntaban qué demonios era la explosión en Lahore, e ironizaban con publicaciones sobre el milagro de mantenerse con vida.
Lo cierto es que para muchos la notificación de Facebook debe de haber sido el único indicio de que existen atentados terroristas más allá de Europa y que hubo uno terriblemente sanguinario durante la noche de Pascuas en la capital de la región de Punjab, al noreste de Pakistán, que se llevó la vida de más de setenta personas e hirió a más de trescientas. Una facción local del Talibán se adjudicó la autoría del ataque, aclarando que su objetivo era ir contra las familias cristianas que celebraban Pascuas en el parque Gulshan-e-iqbal.
La situación deja patente la tensión existente entre cristianos e islamistas radicales en Pakistán. No se trata del primer gran atentado contra la población cristiana allí, sino del segundo. Los cristianos representan tan sólo una minoría de 1,6% de la población del país, y suelen ser descendientes de indios de las castas bajas, convertidos al cristianismo durante la época colonial británica. Hoy mismo muchos de ellos siguen ocupando los estratos más bajos de la sociedad y se desempeñan en tareas que los locales evitan; son víctimas de una saña permanente, no sólo por parte de grandes sectores de la población civil, sino también del gobierno.
Así es que en Islamabad, la capital de esa república, paralelamente a la explosión, una turba de miles de radicales se movilizó para agilizar la ejecución de Asia Bibi, una campesina condenada a la horca por el delito de blasfemia contra Mahoma. En el año 2009, mientras trabajaba cosechando bayas en el campo, Bibi fue a buscar agua a un pozo, pero al servirse un poco para tomar en una vieja copa de metal, un grupo de mujeres le dijo que, como ella no era musulmana, iba a contaminar el recipiente volviéndolo impuro. Según relató la misma Bibi, esas mujeres comenzaron a cuestionar su religión, y ella les respondió que “Cristo murió en la cruz por los pecados de la humanidad” y las increpó preguntándoles qué había hecho Mahoma por ellas. Las mujeres, indignadas, acudieron al imán local, que acabó denunciándola a la policía por el delito de blasfemia. La casa de Bibi fue invadida por una turba enfervorecida, que la golpeó a ella y a miembros de su familia hasta que la policía intervino. Una vez apresada, un juez le ofreció convertirse al islam para salir libre, a lo que ella respondió que prefería morir siendo cristiana que abrazar la fe musulmana.
El caso tomó conocimiento internacional e incluso, en su momento, el papa Benedicto XVI pidió el indulto para la mujer. Cbn News ha constatado que desde entonces se encuentra recluida en confinamiento solitario y, según señala The Daily Mail, incluso se cocina su propia comida para evitar ser envenenada. En 2011, en un mercado de Islamabad, el gobernador de Punjab, quien había defendido a Bibi y se había expedido contra la ley de blasfemia, fue asesinado por un miembro de su propia seguridad. Tras ser apresado, el guardaespaldas argumentó que lo había matado por haber cerrado filas con la campesina y ser, por consiguiente, un “blasfemo”.
Los manifestantes islamistas que hoy se enfrentan con la policía, incendian autos en torno al parlamento y claman por el ahorcamiento inmediato de Bibi plantean también su desaprobación por la ejecución del guardaespaldas, a quien respaldan en su accionar y piden al gobierno un reconocimiento de su “martirio”. El veredicto final sobre la acusada aún no está confirmado, pero la Corte Suprema debe tomar una decisión con respecto al recurso de apelación presentado por su defensa.
Como informa El País de Madrid, las autoridades paquistaníes en un principio habían negado que el atentado terrorista del domingo hubiera tenido como objetivo a los cristianos; luego del comunicado del Talibán, el jefe de gobierno calificó a los ataques de “cobardes” y prometió derrotar la “mentalidad terrorista”.
El problema es cómo vencerla si el mismo gobierno la incita y estimula, desde una república islámica que ordena la muerte de quienes osan tan sólo profesar otra religión.