Todo comenzó el lunes con el partido amistoso ante River argentino. Como suele suceder en estos casos, el encuentro fue aburrido: Peñarol lo resolvió rápidamente gracias a un juego marcadamente superior al habitual y con el aporte del arquero suplente millonario. El ingreso de Iván Alonso en filas riverplatenses le dio algo de emoción al partido, pues el ex Nacional parecía obsesionado con anotar y el público presente premió su accionar con insultos varios.
La ceremonia previa tuvo como puntos altos el primer gol anotado en el Campeón del Siglo, obra de Fernando Morena con pase de su nieta, y el discurso de un emocionado Juan Pedro Damiani en su día de gloria. Nadie duda de que el estadio es el gran triunfo del presidente carbonero, el único trascendente desde que tomó las riendas de la institución tras la muerte de su padre. Sus palabras fueron celebradas con estruendosos aplausos por los presentes, los mismos que le reclaman un poco más de coherencia a sus decisiones, los mismos que –con la debida manija de cierta parte del periodismo– creyeron que Peñarol iba por la sexta Copa Libertadores y que ahora deberán contentarse con pelear el Uruguayo.
No hubo lugar para las críticas a su gestión. Tampoco las hubo dos días después, en ocasión de la inauguración formal del estadio, con un show larguísimo aunque muy bien producido. Podrá haber gustado o no, pero todo pareció salir de acuerdo a lo planeado. Una pena que las incomprensibles dificultades de acceso al estadio pospusieron el arranque de la fiesta y privaron a muchos hinchas de asistir a los primeros minutos de la ceremonia.
Resultó curioso ver la cantidad de jugadores y técnicos que se fueron en malos términos del club durante las administraciones Damiani (padre e hijo) y que sin embargo allí estuvieron para formar parte del show. A vuelo de pájaro, Gregorio Pérez, Tito Gonçalves Jr, Diego Martín Dorta, Venancio Ramos, Pablo Bengoechea, Eduardo Pereira, hombres que se marcharon de Peñarol por la puerta de atrás pero que parecen no guardarle rencor al dueño del circo. Quizás sea ese mismo poder de Juan Pedro el que lo lleva a ganar elección tras elección, pese a que parece haber consenso con respecto a que podría hacer las cosas de un modo más racional.
En el debe, quizás la parte del espectáculo en la que se le dio protagonismo a las canciones de la barra brava no fue la más feliz (aunque es de destacar que en el setlist no figuraba ninguna de las canciones que festejan la muerte o la sodomía del rival). Asimismo, el guión interpretado por Jorge Bolani incluyó una referencia a Nacional (“surgiría de este pequeño club, nuestro clásico rival: Nacional”) que se podría haber evitado o reformulado. Empero, la mención al origen universitario de los tricolores despertó el sentimiento carbonero del ex presidente Mujica, presente en el estadio, cuya aversión hacia lo universitario quedó plasmada más de una vez durante su mandato.
La única mancha del tigre la puso, una vez más, la empresa Tenfield. Lejos de hablar de que Forlán anotó el primer gol en el flamante estadio, o de que el árbitro Cunha tiró una puteada ni bien dio término al partido, se terminó hablando de lo sucedido con el equipo del noticiero de Canal 4.
Se le prohibió el acceso a la cámara de Canal 4. Prohibirle el acceso a una cámara de un equipo televisivo equivale a negarles la posibilidad de trabajar. Los periodistas Eduardo Rivas, Federico Paz y Leonardo Sanguinetti pidieron saber quién estaba detrás de esa orden (aunque lo sospechaban) y consultaron a Diego Pérez, jefe de prensa de Peñarol, que al parecer la desconocía, por lo que permitió el ingreso de periodistas y camarógrafo. Pero cuando estaban a punto de realizar la primera nota, Pérez volvió y esta vez a ejecutar la orden de impedirles trabajar, impartida por Tenfield, debido a que el día anterior Bardanca “le pegó” a la empresa. “Es una fiesta privada que organizan ellos, y como fiesta privada que es, ellos deciden quién entra y quién no entra”, manifestó Pérez, a quien adivinamos incómodo con una decisión que no hizo más que dañar al club.
Pero más que al club, Tenfield –una vez más– se dañó a sí misma. El periodista Santiago Díaz publicó en su cuenta de Facebook: “Tenfield es una empresa grande, gobernada por personas pequeñas (…). Los que toman las decisiones en Tenfield son pequeños. Pequeños y poco inteligentes, porque, además de empañar la fiesta que organizaron, se ganaron el odio general y le dieron máximo protagonismo a sus enemigos”.
No podría estar más de acuerdo. Tenfield opera como el Pinocho Sosa cuando, al sentirse atacado por un conjunto, se niega a compartir escenario con él. Es la lógica del matón: si vos me criticás, yo muevo mis influencias para impedir que me sigas criticando. No hago las cosas mejor, ni siquiera las sigo haciendo igual sin prestar atención a tus críticas: las avalo al hacer lo posible por callarlas. El primer perjudicado por buena parte de las decisiones que toma Tenfield es Tenfield. Y el principal efecto es que la gente tome partido por sus circunstanciales enemigos (Bardanca, Fox o quien fuere).
En ese sentido, Juan Pedro saca cuerpos de ventaja. Pese a que tiene pasaporte italiano y es un hombre visceral, también sabe –o está aprendiendo– a hacer cosas que quizás no tenga ganas de hacer pero que lo terminan dejando mejor parado que a su rival. Muestra de ello fue su visita al Gran Parque Central, en compañía del presidente de la Fifa, minutos antes de que el presidente tricolor, José Luis Rodríguez, se negara a visitar al Campeón del Siglo. En un simple gesto como el de visitar un estadio vacío, Damiani se puso a ganar el primer clásico en mucho tiempo.
Para resumir, el estadio es hermoso y tiene mucho para crecer. Claramente, Nacional se verá forzado a ordenar el proceso de ampliación del suyo, que con cada cambio de directiva parece tomar nuevos rumbos.
Si hemos tenido que aguantar que peleen por ser el más viejo, por llevar más gente, por tener la bandera más grande, y por tener más títulos internacionales conseguidos en la época del Vhs, quizás no esté tan mal que ahora se peleen por tener el estadio más grande.
Al menos hasta que alguno de los dos gane una copa internacional y vuelvan a competir por lo que realmente importa.