En los últimos tiempos, y de la mano del auge de las redes sociales, nos hemos acostumbrado a la proliferación de polémicas en tiempo real. Hasta no hace mucho tiempo los amantes de las discusiones inconducentes debían esperar a cruzarse con los compañeros de la oficina, del club o del bar, para intercambiar conceptos, con base en lo poco que habrán podido ver en la cancha (los menos) o en el “Polideportivo” dominical de Telemundo 12 (los más).
Para quienes no llegaron a verlo, el Polideportivo era un programa que tuvo su auge a fines de los años ochenta, que tras una breve introducción de noticias del panorama político o internacional (que por aquella época solían tener que ver con basurales en la ciudad o amenaza de guerra nuclear), dedicaba una hora al deporte.
Su esquema era simple, pero funcionaba: en el primer bloque se repasaban las imágenes del partido disputado el sábado por uno de los equipos grandes. Inmediatamente después aparecía el compacto de los partidos de la Primera Divisional B. Las condiciones técnicas de la época obligaban a los camarógrafos a hacer malabares para trabajar, sobre todo en las canchas chicas, por lo que era común que en algunos goles un hincha ansioso terminara impidiendo ver el ingreso de la pelota en el arco. O a veces el rollo se acababa, y mientras lo cambiaban llegaba el gol que habilitaba frases como estas de Alberto Kesman: El segundo de Racing, obra de la “Pocha” Fernández. Lamentablemente no lo tenemos”.
Luego de dos bloques de deporte internacional conducidos por Juan Gallardo (incluyendo disciplinas exóticas tales como “fútbol con camellos en Arabia”), llegaba el plato fuerte: los compactos recién editados de los partidos de Primera. Uno detrás del otro, sin publicidad en el medio, apenas con un separador que cambiaba cada tres o cuatro años.
Con esos escasos insumos televisivos, sumados al aporte de los comentaristas radiales más influyentes (que tenían que jugarse a una opinión sin la posibilidad de repasar la jugada en la pantalla), y a los titulares de la contratapa de los diarios (lejos estábamos de los suplementos deportivos con fotos de mujeres semidesnudas o informes incomprensibles), el hincha salía a disputar el tercer tiempo: aguantar las cargadas de los rivales, o ejercer las propias, para luego sí, intercambiar conceptos y polemizar. No es casualidad que Estadio Uno fuera un programa exitoso que salía los lunes de noche, o que en su época de oro la revista El Gráfico se publicara los martes temprano: era el momento en que eclosionaba la polémica del fin de semana, en la que todos tenían algo para decir sobre partidos que habían terminado 24 o hasta 48 horas antes.
Recuerdo un gol polémico en un clásico, obra del tricolor Sergio Maristán por la Liguilla de 1991. Para todos los presentes en el estadio, incluyendo periodistas, fue offside. La televisación –curiosamente los partidos de la Liguilla sí se trasmitían en vivo, vaya a saber uno por qué– así parecía evidenciarlo. Sin embargo, fue una foto publicada en El País la que demostró que en el momento de partir el pase de Tony Gómez, Maristán estaba habilitado.
En realidad técnicamente no era una foto sino una captura de pantalla. Hoy, lo que hizo el diario más importante de Uruguay hace 25 años lo puede hacer cualquiera, en su casa, con un celular estándar en la mano.
Por eso en estos tiempos ser hincha es mucho más complicado. Si tras una derrota dura le era difícil encarar las tareas cotidianas del lunes, hoy sabe que deberá afrontar la violencia simbólica que supone ver cómo cientos de personas le envían o comparten mensajes que tienen como objetivo recordarle la fatalidad de haber escogido un club proclive a irse de cuerpo en las difíciles, o a verse sistemáticamente beneficiado por los fallos del árbitro de turno.
Twitter parece mandado a hacer para ese fin. Cualquiera sube una captura de pantalla y dice “penal”, y en el acto será retwiteado por infinidad de hinchas de su mismo equipo. Gente que parece necesitar de esa mecha para hacer explotar la necesidad interminable de recordarle al mundo que si el otro equipo gana es porque obró de manera fraudulenta. Y así, si tal o cual hashtag llega a ser tendencia, por algo será. Analizar si los tres penales cobrados por Cunha a Nacional estuvieron mal o bien cobrados pasa a un segundo plano.
El gran problema sucede cuando el tema traspasa al puñado de gente que hace de las redes sociales su lugar en el mundo, y llega hasta jugadores, dirigentes o personas con poder de decisión dentro del fútbol. En cualquier momento, el delantero que marque un gol, en lugar de levantar los brazos de cara a la tribuna, sacará el celular y se pondrá a darle “me gusta” a los mensajes de sus hinchas.
Quizás llegue el día en que los barrabrava se trasladen de la cancha a sus propias casas. No necesitarán más que una pantalla y un celular con conexión para ejercer su labor. En lugar de presionar a los dirigentes para obtener entradas o pasajes, lo harán para obtener mejores celulares y conexiones más rápidas. En lugar de robar banderas y de matar gente, se contentarán con haquear cuentas o contraseñas de wifi. Apenas quedarán los hinchas que disfrutan viendo un partido de fútbol, que se emocionan con un gol en la hora, que se contentan con que su equipo pueda llegar lo más alto posible de acuerdo a sus posibilidades y que, aunque deseen fervientemente que su clásico rival pierda, serían incapaces de lastimar a otra persona por el solo hecho de haber elegido esos colores tan feos.
Si eso es lo que nos espera, quizás no todo esté perdido. Será cuestión de armarse de paciencia y de anhelar que ese espacio que queda libre en las tribunas cabeceras para que lo ocupe “la barra” cuando se le ocurra ingresar al estadio, no se llene nunca.