En 2004, año de elecciones presidenciales en Estados Unidos y con el convulso clima derivado del atentado contra las Torres Gemelas en 2001, un equipo periodístico de la cadena Cbs emite en su noticiero central una información que pone en entredicho la actuación militar de George W Bush, que iba por su reelección. Los informes obtenidos por el equipo liderado por la productora Mary Mapes (Cate Blanchett), y que comunicaba a la audiencia en directo el mítico conductor Dan Rather (Robert Redford), revelaban que el presidente que enviaba tropas a Irak para combatir el terrorismo había logrado, en su momento, zafar de servir a su país durante la guerra de Vietnam. Al frente de un grupo de trabajo donde revistan el joven e impulsivo Mike (Topher Grace), el ex coronel Roger (Dennis Quaid) y la profesora de periodismo Lucy (Elizabeth Moss), con la aprobación de la empresa y el apoyo de Rather, Mary se lanza a la búsqueda de documentos y a convencer a un testigo, un viejo militar retirado (Stacey Keach), de que confirme la autenticidad de esos documentos.
¿Será que la difícil situación del periodismo en todo el mundo impulsa al cine a ocuparse de su importancia? Aún está en cartel Spotlight, la ganadora del Oscar, que se ocupa de la investigación del Boston Globe sobre los curas abusadores protegidos por un cardenal. Pero mientras ésta trae un triunfo, Conspiración y poder –inspirado nombre local para un filme1 que se titula con una sola y simple palabra clave, “verdad”– trae un fracaso, una estrepitosa caída que bien caro les costó a sus protagonistas. Basada en el libro de Mary Mapes Truth and Duty. The Press, the President, and the Privilege of Power, la película guionada y dirigida por James Vanderbilt expone los riesgos que corre el periodismo basado en fuentes que pueden ser frágiles o documentos de casi improbable verificación. Una parte del desarrollo consiste en la búsqueda de elementos que avalen la noticia, y otra buena parte consiste en el dramático despeñadero del dream team, acosado por sus superiores y por un extraño “tribunal de ética” que, tal como está presentado, tiene todo para parecer inquisitorial. En el medio, la breve apoteosis en que el rubio y desgastado Redford –ninguna casualidad que sea él quien interprete a Rather, desde la aureola de la emblemática Todos los hombres del presidente hasta el mismo perfil personal del actor comprometido con las causas progres, nadie como él para inducir, por sí solo, al aspecto ético de todo el asunto– comunica una noticia que, de no haber sido tan hábilmente puesta en cuestión, hubiera podido, quizá, cambiar la historia de la última década.
En un camino más anticuado que el desarrollado por Tom McCarthy en Spotlight, el debutante en la dirección Vanderbilt resalta el protagonismo absoluto de Mary Mapes introduciendo tópicos de su vida privada, y el discurso final de ella ante sus “inquisidores”. Una vieja tradición hollywoodense de puesta a punto, aunque es verdad que, sometido el espectador a la confusión entre mentira y verdad a la que inducen esas verificaciones de documentos, ese discurso convencional en términos de drama fílmico lo devuelve adonde todo el filme trató de llevarlo: a aceptar que lo revelado era verdad, digan lo que digan los republicanos, la Cbs, el tribunal de ética, el Pentágono y el mismo querido Dan Rather pidiendo disculpas.
Truth. Australia/Estados Unidos, 2015.