Donde Irán y Arabia Saudita se hacen la guerra - Semanario Brecha

Donde Irán y Arabia Saudita se hacen la guerra

La vieja competencia por el poder en la subregión entre sauditas y persas llegó a niveles críticos, tensando un conflicto que abarca a todo Oriente Medio y a las principales potencias, y que tiene a Yemen como punto neurálgico.

La explicación inmediata de la ruptura entre los dos países es la situación en Yemen. Ubicado al sur de la península arábiga, Yemen controla la costa oriental del estrecho de Bab al Mandeb, por donde sale cerca del 30 por ciento del crudo que consume el mundo. En la costa occidental, un pequeño país, Yibuti, vive gracias al arriendo de tierras para la instalación de bases militares de las principales potencias. Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y ahora China están allí, vigilando que nada ni nadie bloquee el transporte, más aun desde que los superpetroleros no pueden pasar por el viejo y ahora estrecho Canal de Suez. En 2010 el presidente yemení Saleh y el general Petraeus acordaron la entrega de la isla Socotra a Estados Unidos para el establecimiento de una base naval. Ubicada en la entrada oriental del Golfo de Adén, Socotra conforma con Yibuti un triángulo estratégico que asegura el Golfo de Adén y, junto con la base británica en Diego García, cierra un cinturón de dominio sobre el Índico. Yemen es parte central de este circuito defensivo. Todas las potencias, globales y regionales, se implican en ese país.

En Yemen coexiste un 53 por ciento de sunitas apoyados por Arabia Saudita y un 47 por ciento de chiitas zaidíes, primordialmente la tribu hutí, respaldados por Irán. Los hutíes no son una corriente del chiismo, como insisten los medios, son una familia que lidera una tribu que predica la variante zaidista del chiismo.

Sus escasos recursos petroleros –sólo se autoabastece– y su tierra árida hacen de Yemen el país más pobre y, paradójicamente, el más poblado –24 millones– de toda la región. Su población es 65 por ciento joven. La desocupación ronda entre el 25 y el 35 por ciento. El 45,6 por ciento se encuentra por debajo del umbral de la pobreza y cuatro de cada diez yemenitas viven con menos de dos dólares al día.

A fines de la década de 1990 el jeque de la tribu hutí, Husein Badr Eddine al Hutí, denunció la injerencia de Estados Unidos. Diputado entre 1993 y 1997, lideró la rama política del chiismo zaidista y a los sectores juveniles de Al Haq (Los Jóvenes Creyentes). En junio de 2004 las tensiones llegaron al máximo y estalló una guerra civil. Husein Badr Eddine se atrincheró en el norte. El gobierno de Saleh echó mano a su aliado, Arabia Saudita, que envió yihadistas wahabitas a combatir a los zaidistas. Desde el inicio la guerra civil se transformó en una guerra santa entre facciones musulmanas.

En 2005 el zaidismo fue derrotado, lo que permitió que el wahabismo saudita se instalara en Yemen. Junto con el combate a los zaidistas, el wahabismo instaló sus “madrazas” (escuelas coránicas) y captó a miles de adeptos. El sector juvenil, desesperado por la pauperización, fue su principal clientela. No es de extrañar que el número de yihadistas yemeníes haya aumentado exponencialmente. Una tercera parte de los detenidos en Guantánamo son yemeníes. Hacia 2011 los saudíes y los yemenitas representaron el 49 por ciento de los combatientes de Al Qaeda en Irak.

Desde 2009 Yemen “preocupa” a Occidente de manera especial. El atentado fallido al vuelo 253 a Detroit por un joven nigeriano reclutado por Al Qaeda en Yemen disparó los temores El 28 de enero de 2010 se realizó en Londres una cumbre convocada por el laborista Gordon Brown para debatir el problema del “terror en Yemen”. Casualmente, por los mismos días una ofensiva militar saudita-yemení mató a centenas de personas en el norte, mientras en el sur las fuerzas gubernamentales de Yemen y el ejército de Estados Unidos bombardearon a quienes llaman militantes de Al Qaeda. Intervenido militarmente, pobre y diezmado, sufriendo bombardeos y “daños colaterales”, jaqueado por sus vecinos y por Al Qaeda, soportando durante 32 años una dictadura inmensamente corrupta y entreguista, faltaba muy poco para que en Yemen, en el vital Yemen geoestratégico, estallara una revuelta social.

En 2011 la “primavera árabe” contagió a Yemen. La caída de Saleh y las intervenciones saudita, persa y occidental llevaron al país de la protesta social a la guerra civil.

LA GUERRA. Luego de la masacre de la Universidad de Saná, en la capital, en mayo de 2011, comenzó la cuenta regresiva para el régimen. Jefes tribales, militares, políticos y diplomáticos pidieron la renuncia de Saleh. El alzamiento popular por un lado y la resistencia del gobierno como contrapartida hicieron estallar un conflicto que estaba latente desde mucho tiempo atrás. En marzo de 2011 el general Ahamar Ali Mohsen se plegó a la revolución e intentó dirigirla. La llegada de la guerra a Saná tuvo consecuencias graves. A principios de julio de 2011 Saleh fue herido y se refugió en Arabia Saudita. Abandonó el gobierno en febrero siguiente, dejando el puesto a su vicepresidente Mansur Hadi, que también tenía su propio proyecto. La transición se alargó más de lo esperado, pues Mansur Hadi no estuvo dispuesto a dejar el sillón tan rápido como muchos esperaban.

Mansur no significó una salida. En agosto de 2014 las manifestaciones en Dhamar fueron el reinicio de la escalada que sigue hasta hoy. El vacío de poder habilitó el resurgimiento del zaidismo en setiembre de 2014 y los hutíes volvieron al centro de la escena con más poder que diez años atrás. En noviembre de 2014 el zaidismo logró la salida de Mansur Hadi, que se refugió, como era natural, en Arabia Saudita. En febrero de 2015 el zaidismo tomó Saná y disolvió el parlamento, sustituyéndolo por un Consejo de Estado de adictos a la causa. Era una victoria iraní. Arabia Saudita no tardó en intervenir.

El presidente Hadí es el títere de los saudíes, mientras el viejo dictador, Saleh, en un nuevo giro de su versátil carrera política, se respaldó en el zaidismo chiita. El primero fue devuelto a Yemen y estableció su gobierno en Adén, la vieja capital de Yemen del Sur. Así el caos interno permitió la emergencia de nuevos actores que complejizan aun más la situación.

En la guerra están presentes los Hermanos Musulmanes con su partido Al-Islah en la zona de Taiz, respaldados por la coalición que lideran los saudíes. Organizada principalmente en el sur, Al Qaeda en la Península Arábiga (Aqsa) se suma al movimiento Hirak, de independentistas sureños. Y desde octubre de 2015 opera en Yemen el Estado Islámico. Los tres, y los independentistas, luchan contra todos y, también, entre ellos…

Detrás de los bandos zaidíes y del gobierno de Adén, Irán y Arabia Saudita juegan un partido aparte. Kaleh Batarsi informó cómo Irán abastece de armas y personal con 28 vuelos semanales a cargo de la Guardia Revolucionaria. A fines de marzo dos barcos iraníes llevaron armas pesadas, incluyendo misiles balísticos.

El 25 de marzo de 2015 Arabia Saudita comenzó a bombardear las posiciones zaidistas. El nuevo rey saudí, Salmán bin Abdulaziz, habilitó la llegada de una nueva generación dirigente, en la que destaca el ministro de Defensa, Mohammed bin Salman, que tiene un concepto mucho más belicista en cuanto a la solución del conflicto regional. Parte de esa nueva estrategia es el aumento de las ejecuciones para mantener el poder aristocrático en una región inestable. La coalición liderada por los sauditas integra a todas las monarquías del Consejo de Cooperación del Golfo. Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Qatar y Kuwait no tardaron en sumarse. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de la coalición y de tener el armamento más moderno de la zona, en abril de 2015 el zaidismo tomó Adén y Hadí tuvo que regresar a Riad, empujando una mayor intervención de la coalición saudí, ahora mandando tropas propias… integradas por reclutas yemeníes.

 MÁS ALLÁ DE YEMEN. La ejecución de jeque Nimr Baqr al-Nimr –opositor chiita– por el gobierno saudí fue una provocación, y la destrucción de la embajada árabe en Teherán la respuesta política que buscó tensar la cuerda por parte de la ortodoxia chiita. La ruptura de relaciones de Arabia y del Ccg con la república islámica de Irán fue un parteaguas que alineó los bandos a la espera de una reacción militar iraní que no se produjo. El campo de batalla es Yemen, pero la disputa por la hegemonía entre persas y árabes es en toda la región.

La baja de los precios del barril y las tensiones internas llevan a Arabia Saudita a una situación problemática. La guerra en Yemen opera como una válvula de escape, pero la profundización de la crisis económica como consecuencia del aumento del gasto militar desgasta el apoyo social obtenido. Sin embargo, la interna saudita no es el factor más importante. La distensión entre Teherán y Washington luego de los acuerdos nucleares reubicó a Irán en el tablero regional, cosa que no gustó nada a la casa de Saúd. Irán y el chiismo se presentan ahora como un actor necesario desde Damasco hasta Saná, y clave para la estabilidad, desplazando a Riad a una posición donde no sólo pierde poder sino que queda en evidencia, aliada a lo peor del wahabismo fundamentalista. Tensar la lucha contra su adversario regional le permite acumular poder gracias a una paradoja coyuntural; su aliado histórico, Estados Unidos, está demasiado débil para imponer condiciones o frenos a la política del rey Salmán, pero no puede abandonar a Riad, debido a la trama de intereses que se tejieron desde el Pacto de Quincy, en 1945.

Arabia ve el avance chiita como una amenaza creciente. El poder que Teherán obtuvo en el centro de Irak, su presencia en el oriente de Arabia y en Bahréin, su alianza con el gobierno alauita en Siria, su nuevo “entendimiento” con Washington, Moscú y Beijing, además de su tutela sobre Hizbolá y Hamas, hacen del chiismo un rival cada vez más poderoso.

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En cifras

Según señala el Consejo Internacional Geopolítico sobre Oriente Medio en su informe “Yemen, crímenes contra la humanidad”, en un año ha habido en ese país más de 164 mil ataques aéreos y bombardeos. En 90 por ciento de los casos las víctimas han sido civiles. Los muertos y heridos superaron los 35 mil, 15 mil de ellos niños. El Consejo denuncia la destrucción del 80 por ciento de las infraestructuras del país, incluyendo aeropuertos, carreteras, escuelas y hospitales. Afirma también que se han lanzado sobre los civiles más de un millar de bombas de racimo, prohibidas por el derecho humanitario internacional.

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