—¿Qué ocurre con los gobiernos progresistas, que cuando se ven acosados en determinados momentos, optan por ajustes, flexibilización laboral, tratados de libre comercio y políticas de derecha? Brasil puede ser uno de los ejemplos.
—Primero hay que tener conciencia de que los partidos progresistas llegaron al gobierno pero no al poder. El poder está en manos de las trasnacionales, los bancos, los grandes empresarios. Segundo, para llegar al gobierno hay que hacer algún tipo de alianza. Es difícil para un gobierno de izquierda mantenerse si ignora alianzas más amplias. Tercero, para hacer estas alianzas, tanto con los políticos como con el mercado, tiene que haber un proyecto político. Yo me pregunto si nuestros gobiernos progresistas tenían claro un proyecto político o manejaban un proyecto cosmético, de corregir las políticas sociales, las relaciones internacionales, pero sin apuntar a cambios estructurales. En 12 años de gobierno, el PT brasileño no hizo ninguna reforma estructural. Me refiero sobre todo a las más urgentes, como las reformas agraria, tributaria y la política. Y había condiciones políticas para encaminarlas. Somos un país donde hay mucha tierra sin gente y mucha gente sin tierra.
—Una percepción sobre los gobiernos progresistas es que su prioridad no fue crear ciudadanos sino sólo consumidores. Parece que no importó, o no se quiso, concientizar a la gente.
—Es un tema de fondo. En Brasil, y tal vez en otros países gobernados por figuras progresistas, se tomó como prioridad facilitarle a la gente el acceso a los bienes de consumo. Vas a una casita en la favela y ves televisores, celulares, computadoras y toda la gama de la línea blanca, heladera, cocina, lavadora, licuadora. Y quizás un auto, porque en Brasil se facilitó mucho el crédito para comprar autos, hasta 90 meses, como si se pudiera ir al juicio final en auto.
Pero las familias seguían viviendo en las favelas, sin bienes sociales, sin saneamiento, sin educación ni salud, ni transporte público colectivo y sin seguridad social. Este ha sido un error, porque así se creó una nación de consumidores y no una nación de ciudadanos. Otro problema es que no se han valorado las raíces de estos gobiernos progresistas, que están en los movimientos populares. Es verdad que algunos de esos movimientos han cometido el error de pensar que los nuevos gobiernos eran una gran vaca con una teta para cada boca. Y se quedaron esperando que les dieran todo. “Ahora todo viene del cielo, como el maná en el desierto”, pensaron.
—Pero hubo una falta de comunicación, por decir lo menos, entre los gobiernos progresistas y gran parte de esos movimientos sociales…
—Claro. Entonces ocurrió que algunos movimientos fueron cooptados por los gobiernos y pasaron a representar mucho más al gobierno frente a sus bases que a sus bases frente al gobierno. Otros, más rebeldes, fueron marginalizados o son llamados cuando hay una crisis política, como pasa ahora en Brasil. Ahora sí llaman a los movimientos a apoyar al gobierno. Y claro que van. Asumen el principio del mal necesario y dicen: este gobierno no es el de nuestros sueños pero es mucho mejor que la derecha. Pero la realidad es que no se hizo alfabetización política, no se trató de organizar a las bases populares, y no se puede mantener un pueblo movilizado sólo con consignas.
—El PT, que surgió de la movilización, de los sindicatos paulistas, de las comunidades eclesiásticas de base, de diversos sectores, ¿perdió su capacidad de movilización? ¿Se burocratizó? ¿Qué ocurrió?
—Lamentablemente, por las alianzas promiscuas que hizo, por los caminos que tomó, ha perdido sus tres símbolos emblemáticos: ser el partido de la ética, el de los más pobres organizados y ser el del socialismo. Algunos tienen vergüenza de hablar de socialismo. Entonces se dio un descrédito muy fuerte del partido. Ahora, con el abuso que cometieron contra Lula primero, llevándolo a declarar como si fuese un bandido, el PT recibió fuerza, recibió aire, pero ¿hasta cuándo se va a mantener eso? Vamos a ver ahora, y en mediano y largo plazo; vamos a ver qué va a pasar en las elecciones municipales de octubre de este año.
—Más allá de que los gobiernos progresistas hayan sido mucho mejores que los demás, ¿no se han transformado en un colchón necesario para el capitalismo en América Latina?
—Es verdad. Primero, porque no tuvieron el coraje de movilizar a las fuerzas populares que les darían la fuerza política capaz de legitimarlos, Y segundo, porque mucha gente que ha sido de izquierda hoy piensa que el capitalismo es humanizable. Y no lo es. Tú le puedes quitar los dientes al león y el león seguirá siendo león. Alguna gente piensa que quitándole los dientes va a tener un perrito domesticado en su casa, y no es así. Entonces es una lástima que hoy mucha gente de izquierda tenga vergüenza de su pasado, de sus principios. Muchos dirigentes de izquierda han cambiado, abandonaron sus principios y pasaron a abrazar intereses. Lo que caracteriza a la derecha es justamente eso, que se moviliza por intereses. Lo que caracteriza a la izquierda es que se moviliza por principios, y cuando cambias los principios por los intereses estás perdido. Y ocurrió eso. Yo escribí un libro cuyo título, La mosca azul, proviene de un poema de Machado de Asís que cuenta la historia de un ciervo que fue picado por una mosca azul y pensó que se había convertido en un señor. Muchos políticos han sido picados por la mosca azul y ya no dialogan con los movimientos sociales, no debaten sobre sus políticas, no se someten democráticamente a sus bases. Yo estoy convencido de que una persona que se ha leído toda la literatura de izquierda, si no tiene un vínculo efectivo con los sectores pobres de la sociedad difícilmente va a mantenerse en sus principios. Es vulnerable a la cooptación, porque lo que impide a un militante ser cooptado es su vínculo efectivo y afectivo con los sectores pobres. Eso es parte de mi observación de más de 50 años en la izquierda.
—En Brasil se hablaba de la existencia de una burguesía nacional que de alguna forma peleaba contra los intereses estadounidenses. En algún momento la izquierda reivindicaba a esa burguesía nacional como un aliado estratégico en la lucha contra el imperialismo y en la construcción de un proyecto nacional. Se pensaba que era una burguesía “algo diferente” a las de otros países, que casi nacieron desnacionalizadas. ¿Eso quedó atrás?
—Hasta la mitad de la década del 60 hubo una burguesía nacional en Brasil, que se formó hacia la mitad de los años treinta y se fortaleció durante la Segunda Guerra Mundial porque se dio la sustitución de importaciones y el país estuvo muy bien económicamente, con una importante producción siderúrgica. Pero ahora ya no existe una burguesía nacional. Hoy la burguesía está asociada a las trasnacionales. Hay empresas y bancos que siguen teniendo una actitud subimperialista hacia otros países. El gobierno es diferente. Lula y Dilma tienen mucho respeto por la soberanía de los países hermanos. Cuando Evo Morales subió tres veces el precio del gas y alguna gente del gobierno decía que Petrobras no lo pagaría, Lula los llamó y les dijo “tienen que pagar”.
Pero actualmente los brasileños están con la cabeza gacha, porque han perdido la Copa del Mundo y han perdido la confianza en un gobierno que trajo mucha esperanza. Esto de estar éticamente involucrado en hechos de corrupción lo colocó en un momento difícil, más allá de la presión de la derecha y de los intereses golpistas.
—Brasil, más allá del compromiso de Lula, tuvo un perfil bajo en la integración latinoamericana, no se involucró totalmente. ¿Cómo se puede analizar ese hecho?
—No tengo suficientes elementos para una respuesta categórica, pero voy a señalar mi opinión. El Ministerio de Relaciones Exteriores es tradicionalmente muy conservador, dominado por la derecha. A pesar de que hay muchos diplomáticos que siempre han apoyado la política externa de Lula y luego de Dilma, ciertamente hay gente que no ha querido el acercamiento de Brasil con Venezuela, ni con nada que pudiera sonar a una alianza bolivariana, como el Alba, pero tampoco a la Celac o la Unasur. Creo que ese sector puso un freno cuando se trataba de profundizar e involucrarse más en un proyecto integrador. Recuerdo algo que pasó en el primer gobierno de Lula, cuando yo todavía estaba dentro. Lula otorgó un crédito a Cuba, y pasado un tiempo llegó la queja de que no se cumplía lo dispuesto. Entonces él llamó al ministro de Economía y le dijo: “El crédito a Cuba que yo firmé hace meses nunca se otorgó”. El ministro le dijo que debía de haber habido algún problema con su segundo, que era quien manejaba “la caja”. Fue a hablar con él y éste le respondió: “Yo recibí tu orden, pero, ¿hay que dar dinero a esa dictadura comunista?”. Eso dijo el secretario del Tesoro de Lula. Ahí se ve uno de los grandes errores del gobierno: nombró gente que estaba contra él, por ejemplo en el Supremo Tribunal de Justicia. El gobierno hizo demasiadas concesiones a los conservadores, y ahora es víctima de ellos.
—En algunos países parece que se está cediendo tanto ante los sectores del poder económico que éstos presionan por más y más. Y finalmente cuando pueden presionan para sacar a esos gobiernos.
—El problema es que muchos amigos nuestros en el gobierno dejaron de creer en la lucha de clases. Y la lucha de clases no fue inventada por Marx. Es un hecho. Sales a la calle y ves la lucha de clases, porque hay gente que tiene mucho dinero y hay mucha gente que no tiene casi nada. Desde mi punto vista cristiano pienso que el mundo ha sido creado para que todos podamos vivir como hermanos y hermanas. Eso significa que somos distintos pero debemos tener los mismos derechos y las mismas oportunidades. Como en una familia. En una familia los hermanos son distintos en capacidades, talentos, pero los padres no pueden negarles a unos derechos que les han dado a otros. Pero además hay un problema de fondo en todos estos gobiernos: optaron por un desarrollo modernizador y no por reducir al máximo la desigualdad social y generar una vida digna para la gente. Puede que no cambies de celular cada seis meses, pero lo importante es que hayas cambiado de calidad de vida. Esa era la opción por la cual se debía optar. Pero se optó por la otra.
—El Plan Hambre Cero, en el que estuviste al comienzo, es asumido como un referente por gobiernos y analistas de muchos países. ¿Se puede considerar un ejemplo de política diferente?
—El Plan Hambre Cero era un plan emancipatorio, pero fue sustituido un año después de iniciarse por el programa Beca Familia, que es bueno pero es sólo compensatorio. Hay dos diferencias fundamentales entre la propuesta inicial y la que se llevó luego a cabo. La familia que ingresaba en el Plan Hambre Cero, en tres o cuatro años estaba calificada para seguir produciendo su propia renta, porque había un conjunto de 60 programas que convergían para que eso ocurriera. La familia que ingresa en Beca Familia, en cambio, no sale nunca, permanece dependiente del dinero del gobierno central, siempre. Por ese cambio dejé el gobierno, y desde entonces soy un feliz individuo no gubernamental, Ing (se sonríe). ¿Por qué hubo ese cambio? Porque hubo presiones de quienes se oponían a que los movimientos sociales controlaran el catastro del Hambre Cero. De los 5 mil municipios del país, en un año llegamos a formar comités gestores populares en 2.500. Había un involucramiento de la sociedad. Y esa gente era la que decidía. Hacían un análisis muy serio de las familias que merecían entrar y las que no. Era un trabajo muy interesante de organización y participación. Pero los alcaldes presionaron al gobierno de Lula y dijeron: “O el dinero pasa por la alcaldía y nosotros controlamos la lista de quién puede recibir el beneficio, o vamos a sabotear al gobierno desde las bases”. Y el gobierno cedió. Mató el Hambre Cero e introdujo la Beca Familia. Con una lapicera exterminó a todos los comités gestores, y los alcaldes pasaron a controlar las listas. Muchos que son corruptos ponen en las listas a quienes quieren y utilizan eso de una forma clientelar.
—¿Cuál es el cambio que ha producido la elección del papa Francisco en la Iglesia Católica?
—El papa Francisco es un accidente en la elección de los cardenales y un milagro de Dios. Muchos cardenales deben de estar arrepentidos de haberlo elegido. Es un hombre que tiene clara la opción por los pobres, la crítica de fondo al capitalismo. Basta leer la encíclica socioambiental Laudato si’ (Alabado seas).
—Sin ser un teólogo de la liberación…
—Sin serlo. Y eso finalmente no importa, pero está con nosotros. Nosotros no tenemos puntos de divergencia con el papa Francisco. Y no encontramos que él tenga puntos de divergencia con nosotros. Es el primer papa en la historia que convoca a tres o cuatro encuentros internacionales de líderes de movimientos populares. Es el primer papa que tuvo el coraje, en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, de decir que “el capitalismo es una dictadura sutil”. Laudato si’ es tal vez el mejor documento socioambiental de la historia, porque es el único que va a las causas de la degradación ambiental. No apunta solamente a efectos o medidas cosméticas. Pero el papa es la cabeza de un cuerpo conservador. No podemos olvidar que le preceden 34 años de pontificados conservadores. Primero Juan Pablo II y después Benedicto XVI. Y es muy difícil hoy encontrar gente en la jerarquía afinada con la línea del papa. Conozco varios obispos que no lo aceptan. Dicen, incluso, que un sector ultraconservador católico de España hace oraciones por el papa con esta fórmula: “Señor, ilumínalo o elimínalo”.
—Y la teología de la liberación, ¿dónde está hoy?
—La teología de la liberación no es una superestructura, es un reflejo de las llamadas comunidades eclesiásticas de base. Como las comunidades fueron muy desvalorizadas –no voy a decir reprimidas ni condenadas, pero sí censuradas–, estaban disminuidas. Ahora están regresando con más fuerza. Yo participé de encuentros de las comunidades en 2014, reuniones que hacemos cada tres o cuatro años, y había 73 obispos. ¿Por qué? Porque el papa envió una carta de saludo a las comunidades. Eso nunca había pasado. Entonces ahora yo diría que hay un resurgimiento de la teología de la liberación.
[notice]Especulaciones
El proceso de impeachment ya está en el Senado, donde 47 legisladores ya se declararon favorables a la destitución de Dilma Rousseff. Pero el gobierno no se da por vencido. La Fiscalía General de la Unión, dependiente del Ministerio de Justicia, estudia presentar una denuncia ante el Supremo Tribunal Federal (considerando ilegal la votación en la Cámara de Diputados. Esta semana Rousseff viajó hacia Nueva York, donde participará en una reunión de las Naciones Unidas sobre el clima y aprovechará la ocasión para denunciar lo que considera una tentativa de golpe institucional por parte del Parlamento, según el molde hondureño o paraguayo. El gobierno estará a cargo del vicepresidente, Michel Temer, su probable sucesor, durante 24 horas. La presidenta ha recibido apoyos de parte de la Unasur e incluso de la Oea, cuyo secretario general, Luis Almagro, consideró que no existen fundamentos para su destitución.
“Estamos siendo víctimas de un golpe blanco”, ha repetido Rousseff en los últimos días. Mientras tanto comienzan a conocerse lineamientos de lo que sería la política económica a llevar a cabo por un nuevo gobierno a cargo de Temer. La privatización de bancos estatales como el Banco do Brasil y la Caixa Econômica ocupa un lugar especial; también se considera la venta de Petrobras, o en todo caso la concesión de “facilidades” extremas a las trasnacionales petroleras. Uno de los consejeros del actual vicepresidente es el economista Arminio Fraga, principal asesor económico del derrotado candidato a la presidencia Aécio Neves y colaborador del megaempresario George Soros. Fraga no asumiría el Ministerio de Hacienda, como se especuló en un primer momento, pero sí lo haría un hombre de su confianza, por ejemplo Henrique Meirelles, presidente del Banco Central en el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva. No se excluye que José Serra tenga una posición destacada en esta área. El senador Ronaldo Caiado, del partido Demócratas y vinculado a la Unión Democrática Ruralista, entidad que defiende los intereses de los grandes propietarios de tierras, ocuparía el Ministerio de Agricultura.
Por otra parte, ya se sabe que Temer recibió el apoyo de gran cantidad de dirigentes políticos, incluidos muchos de los que fueron aliados del gobierno de Rousseff, a cambio de futuras inmunidades. Ello lo condicionaría, y complicaría, a la hora de formar gobierno, y sobre todo haría inviable su promesa de reducir el número total de ministerios, de los actuales 31 a sólo 20. En efecto, ya hay una avalancha de postulaciones a cargos que deberán ser llenados con muchos de los hoy acusados de corrupción, por ejemplo del Partido Popular, que cuenta con el mayor número de parlamentarios investigados por delitos de corrupción. En algún lado habrá que meterlos.
Mário Augusto Jakobskind
Desde Rio de Janeiro
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