Jugando con su habitual fuerza y convicción, la versión internacional del Nacional de Munúa empató 0 a 0 ante Corinthians, en una fría noche en el Parque Central en la que los tricolores merecieron mejor suerte. Lentamente, el equipo ha logrado generar un vínculo con sus hinchas basado en el compromiso siempre presente de salir a dar pelea ante rivales con presupuestos mucho mayores.
El Nacional de Munúa parece tener dos versiones. La local, obligada a ser protagonista en todos los partidos ante rivales que suelen esperarlo y contragolpear, donde gana pero sin brillar. En la otra, la “copera”, las cosas parecen fluir mucho mejor. A nivel local gana, pero no logra suscitar tanto entusiasmo como cuando juega para las pantallas de Fox. Es que en la Libertadores, Nacional ha logrado superar en juego a rivales encumbrados (Rosario Central, Palmeiras, ahora Corinthians) que lo han salido a atacar, mientras que ante River (la versión defensiva del River de Carrasco) los albos tuvieron problemas, tanto que no pudieron ganarle ni en el Parque Central ni el estadio.
Resulta claro que este Nacional basa buena parte de su poderío en la rapidez con la que pasa de defensa a ataque, con volantes rápidos (física o mentalmente) y delanteros ágiles, más proclives a jugar por bajo que a ganar pelotas por arriba. Ante ese panorama, los espacios que generan los equipos que creyéndose superiores salen a avasallar a Nacional resultan vitales. En cambio, cuando el rival espera guarecido en su campo y Nacional toma la iniciativa, más allá de la preocupación por jugar el balón por bajo, el equipo tiende a volverse repetitivo en sus procedimientos y a carecer de profundidad.
El partido del próximo miércoles ante Corinthians ofrece la posibilidad de confirmar o refutar esta teoría. Los paulistas saldrán a buscar el resultado desde el principio, y su línea defensiva, que ya dejó claras muestras de ser su punto débil, deberá extremarse para frenar al “Diente” López, jugador que parece estar un par de escalones por encima del resto de sus compañeros. Nacional, empero, tiene a tres de sus cuatro defensores en el mejor momento de la temporada (Polenta, Victorino y Espino) y a un arquero que, tras un arranque titubeante, hoy nadie pone en cuestión. De la capacidad de su mediocampo para frenar el malón de los norteños dependerá buena parte de la suerte alba en el torneo.
Atrévase a soñar. En la Libertadores, Nacional apunta alto. El hincha razona “si allá les metemos un gol de contragolpe, ya está: nos metemos atrás y no nos ganan con nada. Después en cuartos seguro nos toca Boca, y a Boca le podés ganar. Ya les ganamos allá hace poco con el Cacho Blanco de técnico, ¿no les vamos a ganar ahora? Y ahí estamos en semifinales y puede pasar cualquier cosa”. Pero claro, antes Nacional deberá al menos empatarle a Corinthians en la misma cancha en la que hace dos años Suárez le metió dos goles a Inglaterra y nos hizo creer que aquello del “país de primera” finalmente se había concretado.
No está mal que el hincha sea ambicioso cuando se apoya en cosas tangibles, como el nivel de juego o la actitud, y no en elementos de dudosa eficacia como el peso de la camiseta. Claro está: las chances de que Nacional pierda y se vuelva a Montevideo eliminado son altas, pero no lo suficiente como para dar la clasificación por perdida.
Empatar 0 a 0 y ganar por penales, o empatar por cualquier score, no parecen resultados imposibles.
El Peñarol de los pibes. Mientras, en la acera de enfrente, los hinchas de Peñarol asisten con cierto descrédito a los experimentos del técnico Da Silva, que amenaza con mandar a Forlán al banco de suplentes para darle ingreso a un centrodelantero juvenil que en pocos minutos hizo lo que tanto parece costarle a sus demás compañeros: un gol.
Resulta curioso que los dos hombres sobre los que se depositan las esperanzas carboneras (Rossi y Valverde) sean jóvenes nacidos en 1998, precisamente el año en que Peñarol comenzó su proceso de desmembramiento deportivo pos Quinquenio. Soy de la idea de que Peñarol va a resurgir el día en que el símbolo de los cinco dedos extendidos vuelva a ser un saludo y no el recordatorio de una época en la que los carboneros, otrora animadores de la Copa, comenzaron a conformarse con ganar el Campeonato Uruguayo.
Paralelamente, mientras el empuje del estadio nuevo comienza a ceder ante las performances poco estimulantes del equipo, la hinchada hace fuerza para que Nacional quede afuera de la Copa cuanto antes, aun yendo en contra de sus intereses, bajo el supuesto de que un Nacional centrado en la Copa perderá foco en el torneo local, que quedaría servido en bandeja para los dirigidos por el Polilla.
Resulta duro descartar a Plaza, pero son tantos los beneficios con los que cuentan los grandes (entre ellos, que parte de sus rivales hagan todo lo posible por ceder sus localías a cambio de unos pocos dólares) que nadie se lo imagina capaz de ganar el Clausura y luego finales a Peñarol. Pero claro, luego los mismos grandes salen del microclima local y enfrentan presiones que les resultan ajenas, como jugar de visitantes o sufrir arbitrajes poco sensibles a sus intereses. Y quedan, como Peñarol, eliminados ante rivales de medio pelo.
De hecho, Nacional es, para el concierto continental, un equipo humilde pero también ordenado, que sale a ganar pese a que las estadísticas y la lógica de mercado parecieran jugarle en contra. Es a la Libertadores lo que Plaza Colonia al Uruguayo, pero con el plus de un pasado glorioso que ayuda pero que no es suficiente.
Hace falta jugar bien y creer que se puede, aunque se termine no pudiendo.