Fue una de las nominadas a mejor película extranjera el año pasado –perdió con la también brillante Son of Saul–, cuenta con un 90 por ciento de aprobación crítica en el sitio Rotten Tomatoes, y Peter Keough del Boston Globe la califica en su reseña como una de las mejores películas de guerra de todos los tiempos. Exageraciones al margen, Krigen1 (A War es su título internacional) merece una mirada atenta, ya que no sólo plantea una aproximación a la guerra (o invasión, mejor dicho) a Afganistán desde una perspectiva muy novedosa, sino porque además su presentación de ella escapa completamente a lo que cabría esperarse.
Dinamarca fue el país que desplegó el porcentaje mayor de sus fuerzas armadas en Afganistán (750 efectivos), y también el que tuvo, proporcionalmente, más soldados muertos. Tanto el Departamento de Defensa como los voceros gubernamentales daneses han dicho que la presencia de sus tropas cumplía la misión de preservar la paz, y en ocasiones quisieron “venderla” como una iniciativa para darle asistencia y víveres a los civiles, salvarlos de los talibán, ayudar a reconstruir escuelas y auxiliar a ancianos e incapacitados de trasladarse. Lejos de todo ello, el conflicto significó una pesadilla para los civiles que corrieron con la suerte de vivir cerca de sus bases, y esta película se ocupa de dar claras muestras de ello.
El comandante de compañía Claus M Pedersen es un líder ejemplar. Considerado con sus hombres, escucha sus peticiones, los comprende cuando están superados por el miedo e incluso busca la forma de planificar su regreso a casa cuando ellos se sienten sofocados por el entorno. Para levantar la moral de sus tropas, él mismo se expone en ciertas misiones, participando en una posición similar a la de sus subordinados. Por otra parte, se muestra atento con la población, intentando ayudar a los locales hasta donde sus posibilidades se lo permiten.
En el día a día, el batallón a su cargo se dedica a desactivar minas en el desierto, localizar blancos del enemigo y derribarlos desde lejos. Pero un día las cosas se van de madre cuando los talibán amenazan con atacar una familia; un pequeño comando danés intenta defenderla, pero allí mismo será emboscado. El comandante, ante la desesperación de ver rodeado a su equipo, ordena un bombardeo sobre la zona y se asegura una salida. Pero como consecuencia de su decisión mueren niños y mujeres afganos. Claus es removido de su cargo y tiene que enfrentar a un tribunal que podría condenarlo a cuatro años de prisión; el dilema moral se hace presente, si Claus miente, puede evitar su pena, si asume su culpa, de seguro lo meten preso.
Es así que esta película toma una posición atípica y especialmente incómoda: la perspectiva de un hombre culpable que se enfrenta a un tribunal de guerra y a una abogada por los derechos humanos. No caben dudas de que el protagonista no tuvo intención de hacerlo, pero también está claro que con su desesperada decisión asesinó gente inocente.
Por si este problema no fuese lo suficientemente complejo y sugerente, hay algo más que la película se encarga de mostrar, aunque no sea tomado en cuenta en el juicio al comandante: el protagonista no es sólo el responsable involuntario de un bombardeo sobre civiles, sino que además, poco antes, había enviado a la muerte a una familia entera por no querer alojarla una noche en su cuartel. Estas primeras muertes no están en tela de juicio, en ningún momento son cuestionadas y, a pesar de que el protagonista es directamente responsable, por ellas no hay consecuencias; ¿podrían haberse evitado?, quizá no, pero está fuera de dudas que acontecieron debido a la presencia de los soldados daneses en la zona. Por cierto, se necesitan dos fuerzas contrapuestas para que una guerra sea tal, y esta película muestra lo impertinente, improductivo y hasta perjudicial de la presencia de fuerzas armadas extranjeras en el lugar, por más que se presenten con la mejor de las voluntades.
El director Tobias Lindholm es la gran revelación del cine danés, y ha demostrado una gran capacidad para filmar historias atrapantes y plasmarlas con el mejor de los ritmos. Con R (2010) logró una trepidante y cruda inmersión en el género carcelario, luego A Hijacking (2012) se adelantó en un año a la anécdota de Capitán Phillips, superando a esta última por varias cabezas. Es, además, guionista de otras películas notables, como La caza y Submarino (ambas dirigidas por Thomas Vinterberg). Y lo mejor es que, con sólo 38 años, aún tiene muchísima más guerra para dar.
- Dinamarca, 2015.