Hace unos días se viralizó por Whatsapp el audio que registraba una conversación entre una señora evidentemente rica con una telefonista del cine perteneciente a uno de los shopping de Montevideo.1 La señora preguntaba por la posibilidad de adquirir una entrada haciendo uso de la promoción dos por uno que el cine tiene con algunas tarjetas de crédito. Lo sustancial del diálogo viene cuando la telefonista le comunica que con las tarjetas de crédito que posee no puede acceder a la promoción y le nombra las compañías crediticias que sí la habilitarían. La respuesta de la señora marca un desprecio indisimulado a las mismas, dado que son las tarjetas que usan sus mucamas, y que le dan “asco”. Obviamente dicha repulsión no viene por tal o cual compañía de crédito, sino por quien usa ese tipo de tarjeta, marcando un vívido ejemplo del odio de clase. Al parecer el audio es real y nos recuerda algo que muchas veces se pretende minimizar u ocultar: el constante desprecio de los ricos hacia los pobres.
Ninguna de mis amigas. Como si la telefonista le hubiese propinado un insulto al decirle que con los metros de Oca podría conseguir la ansiada promoción, la señora retruca: “¿Qué voy a tener Oca? Ninguna de mis amigas tiene Oca, nadie tiene Oca (…) la tarjeta de los pobres”.
El tomar como un insulto asociarse a una determinada clase de consumo es algo que podría creerse bastante racional. Desde hace ya mucho tiempo, los economistas clásicos como Adam Smith comenzaron a teorizar sobre distintos tipos de consumos, pero fue años más tarde que Thorstein Veblen, uno de los padres de la economía institucional de la escuela americana, marcó un punto de inflexión en las problemáticas del consumo (y en especial el de los ricos). A lo largo de su obra (y específicamente en su trabajo de 1899 La teoría de la clase ociosa) estudió el consumo que otorga cierto prestigio. Veblen establecía que la motivación para esta acción (consumir) venía dada por dos lados, uno asociado a la utilidad en sí misma de consumir algo (saciar la sed bebiendo algún líquido, vestirse con algo abrigado cuando se tiene frío, etcétera), y otro asociado a la imagen que las personas proyectan hacia sus pares al consumir tal o cual tipo de bien: el estatus está asociado al tipo de bienes que se consumen.
Específicamente entre los ricos (clase ociosa para Veblen) esto es muy importante, dado que no pueden andar cargando sacos llenos de dinero para todos lados para demostrar que efectivamente lo son, precisan de un nivel de consumo tal para hacer ostentación de su riqueza.
Es por ello que la diferenciación entre los tipos de consumo es vital para asegurar la diferenciación simbólica entre las clases, y determinados tipos de consumo sirven para marcar los límites dentro de ellas. Nadie (de los conocidos de la señora) tiene la tarjeta Oca, porque para estar en los círculos en los que ella se maneja es necesario tener un tipo de consumo diferencial (el de los “bancos lindos”, según sus propias palabras).
Bancos lindos y feos. Una de las características de nuestro sistema financiero es su gran concentración. Pocos bancos (entre ellos “los lindos” que la señora menciona), o mejor dicho seis (Brou, Itaú, Santander, Bbva, Scotiabank y Bandes), dominan el total de los ahorros y los créditos del sistema financiero. El crecimiento de estos bancos se ha hecho a través de la constitución de grupos de empresas financieras, por ejemplo el Brou posee a República Microfinanzas SA –dedicado al microcrédito destinado a emprendimientos productivos de mipymes–, República Afap –encargada de la administración de fondos de pensión– y Afisa, que administra fondos de inversión.
Por el esquema de estos grupos financieros es que podemos ver que la tarjeta Oca (la de los pobres y “los uruguayos”) es propiedad de los capitales brasileños que son dueños del banco Itaú y que a su vez poseen la empresa administradora de fondos de pensión Unión Capital Afap. También podemos ver cómo realmente existen bancos “lindos” para ricos como el Scotiabank, y existen (dentro del mismo grupo) entidades “feas”, a menudo vinculadas a casos de semiusura y de propaganda engañosa, como cuando se anunciaba que llevando la cédula y comprando algún artículo en una mueblería de la Unión te regalaban dinero, como el caso de Pronto.
La forma en que otorgan créditos estas entidades pertenecientes a un mismo dueño –o grupo de dueños– en parte se basa en marcar esta diferencia, que cataloga a determinadas entidades como bancos “serios”, mientras que el otro tipo son los “malos”. Esto ayuda a capturar mayor ganancia, pues los clientes ricos irán a su banco “lindo” y ahí podrán evitar hacer fila con sus propios empleados (quienes estarían ahí tratando de conseguir un crédito al consumo para suplementar su salario, o para adquirir bienes, a veces necesarios para el hogar, y otras veces para intentar imitar el patrón de consumo de sus patrones).
La tarjeta de las mucamas. ¿Por qué la mucama tiene tarjeta? El crédito al consumo es un fenómeno que ha venido creciendo en el sistema financiero desde la década del 90. Este tipo de crédito tiene grandes ventajas para el sistema financiero, en primer lugar es muy diversificable, se pueden dar montos y plazos diferentes a distintos tipos de personas según la información (que cada vez es mayor) sobre las mismas, lo que reduce el riesgo de impago; lo segundo es que las personas, a diferencia de las empresas, cuando pasan por un mal momento económico (una mucama pierde su empleo) en general no desaparecen, por lo tanto es más fácil buscar renegociaciones para no perder todo el capital; y tercero, en ciclos económicos expansivos, al aumentar el ingreso de las familias, se incrementa la capacidad de repago de deudas, lo que motiva a las instituciones bancarias a prestar más y obtener más beneficio de la actividad bancaria.
Es una de las condiciones para que el mercado de préstamos al consumo prospere, altos niveles de empleo (como los que hemos venido teniendo en la última década), pero con bajos salarios en relación con distintas necesidades de consumo. Uno de estos ejemplos puede ser el caso de las trabajadoras del sector doméstico.
Onda mis clientes son mucamas. Una de las cosas que más impactan en la conversación difundida es el desprecio que la señora siente por las posibilidades de consumo que tiene su mucama (en concreto, poder ir al cine pagando la promoción). Esto tampoco es nuevo. El recelo que tiene la burguesía y la oligarquía ante el consumo de los pobres es aterrador, como cuando se quejan por los planes del Mides, por la transferencia de ingresos a través de la Tarjeta Uruguay Social, que sólo sirve para comprar alimentos, bebidas no alcohólicas y productos de limpieza. Cuando un pobre se sale un poco de la pauta de consumo establecida por las clases altas para la clase baja, hay una inquisición moral. No importa que todas las señales a través de la publicidad y del propio consumo conspicuo de las clases altas den una idea de éxito y autorrealización a través del consumo de bienes superfluos. Ellos deberían saber que no es para ellos, deben pensar los ricos.
Una de las virtudes de los gobiernos progresistas en esta última década ha sido (además de impulsar políticas para fomentar el aumento de los salarios) subir los niveles de consumo de los más pobres a través de distintos planes sociales. Por cuestionable que sea esta política desde la izquierda (la inclusión social a través de su inclusión al mercado de consumo y no por vías alternativas), en el bolsillo y el bienestar de las clases bajas ha sido objetivamente una diferencia positiva.
Lamentablemente, el ciclo expansivo que permitió esto último está acabando. Las pautas salariales para los consejos de salarios aprobados por el Poder Ejecutivo probablemente hagan que para los pobres, por más dos por uno que haya, sea muy difícil ir al cine o darse algún lujito. Los deseos postergados de la señora clienta del Scotiabank se irán cumpliendo poco a poco, al ver que la desigualdad entre ella y su empleada se incrementa con mayor velocidad, a menos que aumente la movilización decidida a reconducir los destinos de la economía para evitar que el ajuste económico recaiga sobre los mismos de siempre.
* Economista, integrante de la cooperativa Comuna.
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