Una ciudad podría vivir eternamente sólo del aura y el prestigio de ser la cuna del arte. Cualquiera sabe que Florencia fue eso y mucho, mucho más. Cualquiera sospecha que Italia tiene la mayor densidad artística y cultural de Occidente. Lo sabe la Unesco, que ha declarado que “posee entre 60 y 70 por ciento del patrimonio cultural mundial”. Y, naturalmente, lo saben los italianos. Tanto que su Constitución prevé ya en el artículo 9 que: “La república promueve el desarrollo de la cultura y la investigación científica y técnica. Tutela el paisaje y el patrimonio histórico y artístico de la nación”.
Sin embargo, quienes mejor conocen ese patrimonio advierten que está en peligro. Y no se limitan a pensarlo ni a decirlo.
El sábado 7 una manifestación partió de la Plaza de la República, en Roma, para decir no a las políticas del gobierno en materia cultural. Esta autodenominada Emergencia Cultural que apoyaron 94 organizaciones, algunos partidos de izquierda y, fundamentalmente, estudiantes, artistas y académicos, fue convocada y liderada por un historiador de arte florentino, Tomaso Montanari (Florencia, 1971), profesor de la Universidad Federico II de Nápoles y figura referencial en el tema de tutela de patrimonio, autor de Le pietre e il popolo (2013) y una de las voces más críticas del periodismo cultural en Italia.
Los activistas culturales italianos quieren que se dé un debate sobre el patrimonio cultural de su país, exigen su discusión en el parlamento y en la esfera pública. No es que no haya inversión en cultura, sino el modo en que ésta se hace y lo que ese modo revela. Entrevistado por La Jornada, de México, Montanari explica su oposición a una visión mercantilista del patrimonio cultural. Según el especialista, esta decadencia empezó con Berlusconi y continúa con Renzi, que “desde una postura más moderna, de story-telling, narrativa, concibe el patrimonio cultural como una gran feria, un espacio de diversión gobernado por la mercadotecnia”. Matteo Renzi, hoy primer ministro italiano, es también un florentino de la misma generación que Montanari y fue alcalde de Florencia. Su paisano lo acusa de tener una idea del arte “del estilo Código Da Vinci, lo cual es peligroso no para el patrimonio, sino para su utilización, porque el arte pierde su función de laboratorio de democracia y no produce ciudadanos conscientes sino consumidores y clientes”.
Lo que exigen los activistas culturales es que se destine el dinero a donde es más necesario, a dotar de personal especializado y reforzar el cuidado de las obras, y a devolver ese cuidado a manos de quienes lo conocen y no a políticos y gerentes. “Nos oponemos al uso del patrimonio cultural con fines mercantiles; exigimos que los museos sean dirigidos por historiadores del arte, por arqueólogos e investigadores y no por ejecutivos; que se reintroduzca la materia de historia del arte en las preparatorias, pues fue abolida por Berlusconi”, precisa Montanari.
Lo curioso es que estos reclamos suceden cuando el ministro de Cultura, Dario Franceschini, ha anunciado una inversión de 1.000 millones de euros para la revalorización del patrimonio. Pero además del dinero importan las ideas: “Esa cantidad de dinero se canalizará a intervenciones extraordinarias, pero no se destinará siquiera un euro adonde está la verdadera urgencia: se necesitan automóviles, gasolina, computadoras, teléfonos, como los requiere la magistratura y la educación. Nada va a la tutela ni a la conservación. Es como encontrarse a un hombre moribundo en medio del desierto y con la finalidad de ayudarlo se le ofrece todo tipo de atenciones, menos agua”.