Mascaró y las tristezas de esta banda - Semanario Brecha

Mascaró y las tristezas de esta banda

La noche del 4 de mayo de 1976, cuando un comando de militares secuestró a Haroldo Conti (Chacabuco, 1925-) de su casa porteña en la calle Fitz Roy, no sólo se llevó –para no devolverlo jamás– a uno de los escritores argentinos más talentosos de su generación, también al hombre que cultivó la amistad como una forma de trascendencia.

La noche del 4 de mayo de 1976, cuando un comando de militares secuestró a Haroldo Conti (Chacabuco, 1925-) de su casa porteña en la calle Fitz Roy, no sólo se llevó –para no devolverlo jamás– a uno de los escritores argentinos más talentosos de su generación, también al hombre que cultivó la amistad como una forma de trascendencia. Seminarista, aviador, profesor de latín, marino, guionista de cine y escritor, Conti dejó huellas profundas en la arena de nuestras costas y en el corazón de un puñado de habitantes de esta banda.

AD OCULOS. El sol cae a pique sobre las cabezas de los dos hombres que se han largado a caminar por la playa a través del salitroso trayecto que une La Paloma con La Pedrera. Van mirando el océano distraídamente, el cielo abierto y las gaviotas que cada tanto atraviesan lo alto. Intercambian palabras que nadie, salvo ellos, escucha. De pronto el hombre más alto se detiene, ha descubierto una boya de vidrio que trajo la espuma. La carga. Es azul. Brilla como un ojo gigante y transparente que dejara ver el fondo de todas las marinas historias de naufragios. El hombre alto encuentra un tablón. Segunda maravilla y regalo lamido por la resaca, peinado prolijamente hasta dejar surcos en las vetas oscuras. El alto convence a su amigo de cargarlo también. Ahora marchan unidos por el travesaño de madera de hombro a hombro, obligados a coordinar el paso. Al poco rato el roce de la madera comienza a levantarles la piel de los hombros. “Entonces Haroldo se quitó el short y yo no tuve más remedio que imitarlo para así transportar la boya con un aislante entre la madera y nuestra piel. Pero los shorts eran lo único que teníamos encima. No importa. Seguimos impávidos. O más bien dicho, Haroldo siguió impávido presidiendo la marcha. Yo no podía ver nada a no ser, obviamente, en esa posición forzada de semigaleote, la parte posterior de Haroldo tal como había venido al mundo. No recuerdo cómo terminó el episodio, pero supongo que todo marchó sin novedad porque no se nos cruzó ningún marinero de Prefectura o alguna dama puntillosa capaz de lanzar un chillido viendo a dos hombres desnudos desplazándose por una playa abierta a todo público.” La anécdota1 es del escritor uruguayo Juan Carlos Legido (Montevideo, 1923-2011) y desnuda más que la falta de los trajes de baño de sus protagonistas. Haroldo Conti ya era un autor consagrado. Es difícil imaginar hoy a un escritor de prestigio atreviéndose a este striptease improvisado por una causa que para muchos puede resultar insustancial, pero como dice uno de los personajes de Conti: “La vida es célebre, de cualquier tamaño, o no sirve para un carajo”. La de Lucho, Oreste, Cafuné, el Príncipe Patagón, el gigante Carpoforo y el enano Perinola, todas se igualan. Que la inocencia te valga. Los personajes de Mascaró, el cazador americano (1975), con su vagabundo circo del Arca a cuestas, son eufóricos inocentes, utópicos despiadados. Se largan a la aventura en bolas. En este sentido, tanto el mismo Haroldo como su amigo Legido o el artista pescador de La Paloma Alfredo “Lucho” Maurente (véase recuadro 1), tienen un aire modélico, ejemplar, al menos a los ojos del primero, que transforma al resto en furibundos personajes de sus obras.2

TEMPORA. El amor de Conti por el balneario de Rocha comenzó con un naufragio. Se produjo el 12 de agosto de 1965 en la Playa del Cabito, según consta en un certificado expedido por el subprefecto de La Paloma y que Conti mostraba orgulloso y divertido a sus amigos.3 Habían partido “cinco hombres casi desconocidos entre sí” del puerto de Buenos Aires a bordo del yawl (yola) Atlantic rumbo a Rio de Janeiro: “Pescarán, dormirán o entrarán en los grandes silencios”, pronosticaba una nota publicada en La Nación.4 Una semana después encallaban cerca del puerto de La Paloma. “Inmediatamente descubrió un mundo lleno de vagabundos y marinos, de quienes se hizo muy amigo. Uno de los principales era el capitán Alfonso Domínguez, que aparece en varios libros y fue quien le talló a mi viejo un mascarón de proa. Y después, muchos de los personajes de Mascaró, el Príncipe, en fin… le gustó tanto esa aventura que a partir de allí todos los veranos íbamos de vacaciones a La Paloma. Se la pasaba hablando con toda esa buena gente”.5 Toda esa buena gente comparece también en el cuento “Tristezas de la otra Banda”, dedicado a sus amigos Mario Benedetti y Eduardo Galeano y publicado junto con otros relatos en La balada del álamo carolina (1975): Lucho (Maurente) y Juanca (Juan Carlos Legido), Barboni Soba, Alfonso Domínguez y la que entonces era su compañera, Renata Mascaró, doña Miquina, Adolfo Pose, entre otros. En esta historia el autor hace mentalmente un viaje en ómnibus hasta arribar al balneario en cuestión, donde se cruza con vivos y muertos (véase recuadro 2). El cuento es una proeza en el manejo de las estratagemas espacio-temporales de la escritura. Por un lado, el narrador viaja sentado en el vehículo contando lo que observa: “Hace media hora pasamos San Carlos, donde vive y pinta el Lucho para el invierno, que es este tiempo”. Por otro, salta en voltereta mortal hacia el pasado: “La muy digna ciudad de Rocha, blanca y conserva hasta los huesos, la mitad de mis amigos pasaron a probarse su capucha por el cuartel de las Fuerzas Conjuntas (…). Pero no, todavía no llegué a esa noche, estoy varios inviernos aquí, cuando el viejo Gestido gobernaba esta noche de mi memoria”. De pronto, se eleva con un magnífico firulete de trampolín hacia el futuro: “el boliche de Lucho con las dos sirenas tetonas que sostienen el techo de la galería… La Pedrera con la torre de Renata y la misma Renata (…) que al fin se encaminó también por la foránea”. Y cae parado en la capital porteña: “Podría fijarme aquí, esta noche, no pasar a otros tiempos ni proseguir mi propia historia donde en otra noche, prisionero nuevamente de Buenos Aires, recordaré a esta otra”. Finalmente, para rizar el rizo de la caída salvaje, se eterniza en el acto de escribir: “Dulce farolito del Cabo de Santa María, obelisco suplente, ¡cuántas historias alumbrarás todavía cuando yo sólo persista en estas líneas!”.

QUALIS VITA, TALIS ET ORATIO. “La que siempre viene es Silvina Bullrich, y ese otro tipo macanudo, este escritor… ¿cómo se llama? Un hombre importante, ¿sabe? Que ha ganado premios y todo por sus libros…, este… cómo se llama… ¡Me acordé! Conti. Haroldo Conti. Él me compró un cuadro grandote, uno de una mujer en la playa.”6 No hemos podido saber que pasó con ese cuadro que Conti le compró a Lucho Maurente. Quizá marchó también esa espantosa noche en que lo raptaron y saquearon su casa “hasta no dejar ningún objeto de valor”, según cuenta Gabriel García Márquez en un artículo que, lejos de cualquier realismo mágico, se torna escalofriante por el oprobio que denuncia y la impunidad que perdura.7 Quizás los asesinos no repararon en el valor (¿cómo podrían?) de esa pintura ingenua. En El retrato postergado (Argentina, 2009), documental que terminó Andrés Cuervo y que había iniciado su padre Roberto en vida de Conti, asoma un cuadrito de una pareja de tangueros bailando que tiene toda la pinta de una obra naíf de Lucho. Pero quién sabe, la aparición es fugaz. Luego se ve cómo Conti toca dulcemente la frente del ángel-mascarón de proa tallado por el otro marino de La Paloma, el capitán Alfonso Domínguez, “alias Cojones”. Colgado en su casita del Delta del Tigre, el ángel-mascarón parece un pájaro imposible, casi monstruoso, con ojos hipnotizadores compuestos por arremolinados caracoles.8 En el filme, Haroldo se arrima para acariciar con dos dedos –que sostienen un pucho– la cabeza del ángel, luego toca su propia frente y besa su mano, en un gesto litúrgico de comunión con la “cosa”, uniendo destinos trascendentes. Interesa constatar que en la novela el presunto autor de la talla se refunde con el de la Virgen de La Paloma: “Embarcó la venerada imagen de Nuestra Señora de La Paloma, tallada lo mismo que el ángel en un taco de fresno por el maestro Silvestre Nardi”. ¿A cuál escultura podría remitir esta venerada imagen sino a la que aún custodia la casa de la pintora Martha Nieves en La Paloma? Martha (San Carlos, 1926-Maldonado 2014), fue la principal responsable de salvaguardar las esculturas de cemento de Lucho en el momento de la destrucción de su casa restaurante. El valor que el escritor asigna a los objetos que colecciona, tangibles o de memoria, se integra con naturalidad a una narrativa que encuentra en este locus un eje paradigmático donde el arquetipo y la sustancia se vertebran. “A las pequeñas cosas –sostuvo Conti– les doy mucha importancia. Si usted viene a mi casa verá muchos cachivaches. Bueno, es todo lo que va a quedar de mí, la lámpara que encendí con tanto cariño, la lapicera que he usado toda mi vida (…). Yo le confieso que no le doy más importancia a mi obra que a las cosas físicas que dejo, porque ellas han compartido más vida, tienen mucho más sentido que mis libros. Los libros yo los escribo como vida que vivo, no como un monumento literario que dejo.”9

LUPUS IN FABULA. La obra de Conti se ha divido topográficamente según los ambientes en que desenvuelve sus historias. Sudeste (1962), para muchos su opera magna, transcurre en los canales y vericuetos del delta y es proa de una serie de relatos posteriores en donde El Tigre y sus tipos humanos marcan el rumbo. Alrededor de la jaula (1966), la preferida del propio Conti, transcurre en un Buenos Aires portuario y marginal, lo mismo que la novela En vida (1971) y los cuentos de Con otra gente (1967). El pueblo natal de Chacabuco y alrededores son el contexto de casi todas las historias de La balada…, incluida la que da título al volumen. Mascaró, en cambio, construida como un relato de aventuras, atraviesa varias comarcas. No hay duda de que las descripciones de Arenales y Palmares corresponden a parajes (y personajes) de La Paloma, La Pedrera, Punta del Diablo y Cabo Polonio. En la segunda parte de la novela (“La guerrita”) los asuntos acontecen en un clima de provincias. Pero la crítica ha preferido centrase en el talante combativo, “político”, de su trama, y no tanto en el mapeo de atmósferas y afinidades electivas. ¿Constituye esta novela, para utilizar un símil bíblico, el camino de Damasco de Conti? Se ha visto la señal inequívoca de su tránsito al activismo libertario, y aunque es posible que Conti lo viviera de esta manera, nos inclinamos a pensar que esta su última novela es más una especie de summa que un viraje. En sus páginas están como encapsuladas casi todas las historias que escribió. ¿Presentía Conti su final al punto de concebir una síntesis de su experiencia como escritor? Asusta pensarlo. Puede que se trate sólo de las frecuentes obsesiones que persiguen a los escritores. Quizás en el inconsciente ya todo está escrito. Pero a las pruebas me remito. Oreste, el protagonista de Mascaró y álter ego del escritor, que es empujado con cierta fuerza inercial por las circunstancias, lleva el mismo nombre que el melancólico protagonista de En vida y es su segura continuación. La tormenta que sacude al barquito Mañana es una paráfrasis de los avatares que sufre el Boga y su soñado Aleluya en Sudeste, salvo que el primero llega a mejor puerto. La historia de Basilio Argimón es un apretado resumen del cuento “Ad Astra”, y mantiene hasta el nombre de este extremo Homo viator. El loco Garbarino, que acompaña la revuelta del maestro Cernuda, es el mismísimo loco de “Las doce a Bragado”, el genial cuento del corredor de fondo de La balada… La historia del viejo león de circo Budinetto remite a dos puntas: al ambiente zoológico de Alrededor de la jaula y a la querida mascota de J C Legido, “el casi mastín Budinetto, que yo mismo ayudé a enterrar en el jardín del fondo en el verano del 72” (“Tristezas…”). Y así las intertextualidades se suceden y se elevan sobre el plano ficcional para alcanzar al real, ya sea por tangente en las anécdotas vividas entre amigos, o por adivinación: el asombroso anticipo que Conti autoprefigura hacia final de la novela, con Oreste secuestrado y torturado por los “rurales”.

IN MEMORIAM. En todo caso, los amigos escritores que son mencionados o entrevistos en Mascaró también se avinieron a las citas del amigo, y en vida de Haroldo o bien como homenaje postrero, le siguieron el juego. Felipe Novoa (Buenos Aires 1909 – Montevideo 1989), poeta, crítico de arte, militante y “navegante cum laude”, es mencionado en dos oportunidades en Mascaró capitaneando al fantasmal buque Barón Grampo. Novoa le devuelve el gesto con la dedicatoria a La novia herida, poemario ilustrado por el artista Adolfo Nigro, y se imagina a un Conti fantasmal y vengador en el cuento “Pueblo perdido en el mar”.10 Juan Carlos Legido lo menciona en el poema “Buenos Aires”, de Poeta al sol de junio11 y le sirve de modelo para el relato “Haroldo o cómo interpretar a los lobos marinos”.12 Matilde Bianchi (Montevideo, 1927 – 1991) termina convirtiendo a Conti en un pez en Bajo el signo de Piscis. Los encuentros se continúan en este y en el otro lado del río.

Se entenderá por donde viene, pues, el nudo marinero de esta nota. No por el análisis literario, aunque sea la literatura la que cuenta (en el sentido de decir el cuento). Mario Benedetti afirmó que los atributos más generosos de Haroldo fueron, a los ojos siniestros de los militares, elementos subversivos. “Toda esa vitalidad e inocencia de Haroldo, que eran esenciales en su obra y en su vida cotidiana, deben de haber sido especialmente urticantes para las fuerzas represivas, para los ejercitantes del odio.”13 Humberto Constanstini da un paso más y lo imagina convirtiendo a sus opresores: “Estoy seguro de que aun detenido y torturado Conti debe de haber charlado con sus carceleros por la curiosidad que tenía frente al hombre (…). Era muy difícil no ser amigo de Haroldo a los diez minutos de haberlo conocido”.14

La amistad, los objetos tocados para la gracia del tiempo y los lugares vividos constituían su verdadera épica. No en el sentido de un enfoque realista, neoverista o realista mágico. Buscaba una transfiguración temporal de las miserias del mundo en humanas instancias compartidas: “Por fin entiendo cuál es la Gran Cosa (de escribir), porque yo los junto a todos ellos, salto sobre las distancias y el tiempo y los junto a todos ellos en esta mesa del recuerdo que tiendo y sirvo para mis amigos”.15

  1. Haroldo Conti, alias Mascaró, alias la vida. Eduardo Romano compilador. Ediciones del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti y Ediciones Colihue. Buenos Aires, 2008, págs 70-71.
  2. Agradezco los valiosos datos y testimonios aportados por Silvia Novoa, Beatriz de Legido, Gabriel di Leone, Tamara del Castillo y Juan Luis Martínez.
  3. Haroldo Conti. Biografía de un cazador. Néstor Restivo y Camilo Sánchez. Homo Sapiens-Tea. Buenos Aires, 1999, pág 73.
  4. “Emprendió viaje a Rio el Atlantic”. 6 de agosto de 1965, citado en Haroldo Conti. Biografíade un cazador, pág 72.
  5. Marcelo Conti en Haroldo Conti. Biografía de un cazador, pág 86.
  6. “Lucho. El ingenuo y la mar”, entrevista de Ramón Mérica a Alfredo Maurente, en el suplemento dominical de El País, 7-V-1972. Montevideo.
  7. Haroldo Conti. Biografía de un cazador, pág 206.
  8. Una fotografía frontal del mascarón sirvió de ilustración de tapa de la primera edición argentina de Mascaró.
  9. De la charla en el Instituto Superior de Periodismo, 1968, citado en Haroldo Conti. Biografía de un cazador, pág 194.
  10. Conti-Novoa. Dos narradores del Plata. Signos, Montevideo, 1991.
  11. Ediciones Destabanda, Montevideo, 1985.
  12. Antología del Mare Nostrum. Trilce, Montevideo, 1988.
  13. Haroldo Conti, alias Mascaró, alias la vida, pág 82.
  14. Op cit, pág 89.
  15. Los caminos en “La balada del álamo carolina”. Emecé, Buenos Aires, 2002, pág 208.

 

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Arte ingenuo en La Pal oma

Alfredo “Lucho” Maurente

Resulta hoy difícil imaginar el balneario La Paloma sin la figura entrañable de Alfredo “Lucho” Maurente (San Carlos, 1910 – La Paloma, 1975). Fue obrero de la construcción y vendedor ambulante hasta que conoció la costa rochense y se hizo pescador. Autodidacta inquieto, comenzó tallando figuras en piedra para pasar a los viejos y duros tocones de madera que traía la sudestada. Incursionó también en la pintura, con predilección por los bailongos, paisajes, retratos y fantasías religiosas. Decoró su propio rancho con incrustaciones de caracoles marinos y esculturas de sirenas, ballenas y un pescador de tamaño natural en arena y pórtland, materiales con los que realizó “La virgen de La Paloma” y el “Cristo de los pescadores”, hoy en la playa Los Botes. Su vida y su obra sirvieron de inspiración a novelistas (Silvina Bullrich, Haroldo Conti, Juan Carlos Legido), habitués de su rancho convertido en restaurante El Copetín con Mariscos. Su producción pictórica destaca por el alegre colorido y la fina observación del detalle. En las lustrosas tallas de madera dispone los volúmenes y proporciones de sus figuras con un contundente vigor expresivo. En vida tuvo el dudoso galardón de ser considerado el principal artista ingenuo del país. Su muerte, acaecida en el “año de la orientalidad” –según cuenta la leyenda al conocer la noticia de la destrucción de su casa en el viejo muelle donde vivía–, sellaría toda una época del país: el fin de la edad de la inocencia.

Las obras en cemento que ilustran esta nota se encuentran dispersas en distintos lugares de La Paloma, la mayoría de ellas en un creciente estado de deterioro. Tal vez sea hora de que las autoridades reconozcan el valor estético e identitario de estas piezas y devuelvan el esplendor de una obra que representa el auténtico sentir de toda una época.

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En ómnibus o en combi

El eterno retorno

El ómnibus del cuento era de la empresa Onda. Por eso al poeta Gabriel di Leone se le ocurrió el año pasado, cuando estaba en la Dirección de Cultura de la Intendencia de Maldonado, conseguir un legendario Gmc para repetir el viaje de “Tristezas de la otra Banda” en clave de homenaje. Di Leone no tuvo suerte con el ómnibus pero consiguió una combi y el apoyo del Consulado de la República Argentina. Un frío 12 de junio de 2015 un grupo de personas, entre las que estaban el cónsul de Argentina, el especialista en la obra de Conti Eduardo Romano, Tamara del Castillo, el poeta rochense Gonzalo Fonseca, entre otros, se largaron a la aventura del eterno retorno. En Maldonado se proyectó un audiovisual facilitado por el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, se leyeron emotivos pasajes del cuento y de la novela Mascaró a la llegada a La Paloma y hubo encuentros con algunos de los “personajes’ de aquellas historias, como la hija del capitán Domínguez. ¿Quién se atrevería a decir que Haroldo no estuvo allí, de cuerpo presente, milagrera aparición a bordo del Mañana?

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