Qué extraño el sentimiento, o la mezcla de ellos, que debe de aquejar a las familias de personas devenidas símbolos, personas que por su vida o su muerte, o ambas –como en este caso–, tienen una existencia intensa para miles o millones de gentes ajenas, distantes, desconocidas. Marcia Tambutti Allende, hija de la senadora Isabel Allende y nieta del presidente de Chile que murió en La Moneda, emprende en este documental el trabajo de buscar no al político, al líder, al mártir, al símbolo, sino a su abuelo. Para eso no tiene que enfrentar a la historia ni a sus intérpretes, sino a su propia familia.
Y no resultó nada sencillo, según vamos comprobando a medida que transcurre el documental. Su tono calmo, pausado, no parece el resultado de una opción premeditada sino de las propias dificultades que la realizadora debió encarar para hacerlo. Cuando empezó a filmar, su abuela Hortensia Bussi (“Tencha”) aún vivía, pero ya muy frágil y anciana, y su cansancio ante las preguntas, además del natural resultado de la edad, sugieren algo de evasiva, de no querer volver, ni revolver. Porque también sus hijas Isabel y Carmen Paz, que lucen enteras y lúcidas, aunque siempre muy amablemente, parecen rehuir, o terminar antes de tiempo, las inquisiciones de Marcia. No así los primos –Maya, Gonzalo, Alejandro, la misma Marcia–, que al revisar fotos, conversar entre ellos o con las mujeres mayores, son capaces de reírse, bromear, imaginarse cómo habría sido poder jugar con ese abuelo, el “Chicho” –así es nombrado casi siempre en la película–, no con el presidente de Chile sangrientamente derrocado por los militares. Las fotos, esa maravilla que hace contemporáneo el pasado, más que al inevitable presidente-mártir devuelven al esposo de Tencha, al padre de Isabel, Carmen Paz y Beatriz, al abuelo de ellos, al habitante de esas casas que recorren y que también son el pasado, la familia que quiso ser, y en muchos sentidos lo fue.
Deslizándose suave pero firmemente, sin cejar en su propósito, Marcia Tambutti recorre los hilos de esos indicios verbales o gráficos, intentando no engañar ni engañarse, sin evitar aristas incómodas a nivel familiar, como los amores extramaritales del Chicho –o, quizá, de Salvador Allende–, como la “Payita”, a cuya casa concurría Allende acompañado muchas veces de su hija Beatriz (aunque la colombiana Gloria Gaitán, la hija de Jorge Eliécer Gaitán, tan próxima a Allende en los últimos meses de su vida, no aparezca siquiera mencionada). Secretos más allá de los otros secretos a voces, los revelados, que impregnan una familia tocada por la historia de una manera particular; si todas las familias son tocadas por la historia y tienen secretos, no todas están, a la vez, expuestas a la mirada pública y entregadas a la lectura colectiva que de ellas se haga. En esta búsqueda persistente emprendida por su nieta prima lo íntimo, la recuperación, hasta donde fue posible, de un abuelo que tuvo poco tiempo para serlo, y de un pasado donde la familia era una familia. Y sin embargo, queda claro que Salvador Allende encontró al Chicho, lo llevó a su destino ejemplar y trágico. Y no sólo se llevó al Chicho, también, con distancia de cuatro años, se llevó a Beatriz, la hija más próxima a él, su cómplice perfecta, que se suicidó en 1977, y a Laura, la hermana, que también se suicidó pero en 1981. (También su nieto Gonzalo Meza Allende, hijo de Isabel y medio hermano de la realizadora, que aparece, habla y reflexiona en la película, se suicidaría mucho después, en 2010.) Marcia Tambutti busca en este documental a su abuelo Chicho, y lo encuentra en parte, porque quedan silencios y secretos que aun su persistencia no pudo develar. Salvador Allende, y Chile y su desvastadora historia reciente, parece, siempre van a interponerse.