La cartelera teatral comienza a poblarse de títulos tan dispares como atractivos. Es el caso de dos que impactan por la originalidad de los temas que abordan desde una mirada tragicómica. Pedro Infante no ha muerto, escrita y dirigida por Verónica Mato (Santa Rosa, Pátina), coproducción de Uruguay y México, ganadora de Iberescena 2016, se centra en el concepto de frontera y desde allí desarrolla la historia de dos seres solitarios. Mi hijo sólo camina un poco más lento, del croata Ivor Martinic (éxito reciente en el circuito off de Buenos Aires y que se pudo ver en Montevideo dirigida por Guillermo Cacace), bajo la dirección de Gerardo Begérez, narra la historia de una familia marcada por la enfermedad que ancla al hijo varón en una silla de ruedas.
Pedro Infante no ha muerto. El actor y cantante del título, ídolo en la época de oro del cine mexicano, ícono de la masculinidad en una sociedad machista, murió trágicamente en un accidente aéreo. Tal vez ese destino impulsó a Verónica Mato a crear este texto sobre dos seres que transitan realidades amargas y que, en ese dolor y soledad compartidos, se encuentran para intentar salir a flote. Dos actores representan dos idiosincrasias latinas: el mexicano Raymundo Garduño y la uruguaya Noelia Campo. Él, un migrante que quiere traspasar ilegalmente la frontera entre México y Estados Unidos y teme morir en el intento, ella, una prostituta que fue engañada en su tránsito hacia el “sueño americano” y queda atrapada en Tijuana. La directora trabaja el concepto de frontera desde su raíz misma: busca una nebulosa entre realidad y ficción, rompiendo abruptamente la cuarta pared e irrumpiendo ella misma en escena para contar al público sobre su obra, e intercala personajes paralelos desde proyecciones audiovisuales de carácter seudodocumental. Este recurso, que supo ser novedoso hace ya muchos años, resulta un tanto forzado y desconectado del resto de la puesta, que fluye más naturalmente en cada encuentro de sus personajes. La historia se cuenta con saltos temporales, pero logra trasmitir el paso del tiempo y plasmar cómo la angustia corroe a los personajes. Noelia Campo (que trabajó con Mato en Santa Rosa) compone un rol exigente en el que intenta plasmar la vivencia de diversas violencias, corporales y no sólo. Carga con un sueño roto y con el deber de reclamar el cuerpo del migrante en caso de que de-saparezca en su intento de cruzar la frontera. Un texto duro, que toca un tema que golpea desde su contemporaneidad.
Mi hijo sólo camina un poco más lento. Tal vez el éxito de esta obra se encuentre en que sus personajes, aunque tratados de manera satírica, generan una rápida identificación en el público. El director Gerardo Begérez refuerza la idea de que estamos invitados a un festejo: al cumpleaños de Branko (Cristian Amacoria). El público es recibido por los actores que lo acomodan en las butacas y le dan la bienvenida a la fiesta. Pronto el tono cambia, el festejo se torna en una realidad fuertemente cotidiana. La madre de Branko, la verdadera protagonista, está abatida por la condición física de su hijo, que no logra aceptar. Alicia Alfonso compone con todos los matices necesarios a esa madre que sufre mientras cuida de los otros y que calla pero desea otro destino para los suyos. El director logra convertirla en centro, en personaje eje, pues la mantiene presente escena tras escena y focaliza sus discursos, siendo un broche de oro para su lucimiento la incorporación de la veta musical de la actriz al final de la obra. La sorpresa es otro de los recursos que Begérez trabaja de manera adecuada. Las intervenciones de la abuela (con reminiscencias de Mama Cora) en una excelente interpretación de Solange Tenreiro, traen esa sorpresa jocosa que aliviana la pesadumbre y el dolor de fondo y despierta la risa. Una puesta dinámica con un elenco que responde en su conjunto al tono tragicómico planteado.