Pese al paso de los años, y quizás debido a que es la segunda economía más fuerte del bloque, Reino Unido nunca se ha integrado plenamente a la UE: no usa el euro, y entre otras medidas no se acoge al Acuerdo de Schengen –que regula los controles sobre el tránsito en las fronteras entre los países miembros–. Incluso, dado el acuerdo en febrero entre el primer ministro David Cameron y la Comisión Europea (que se pondría en práctica si ganaba la opción favorable a permanecer en la Unión), esta disociación se intensificaría, ya que Londres obtendría nuevas concesiones en aspectos migratorios y económicos. Según el ex vicepresidente de la Comisión Europea, Joaquín Almunia, con este acuerdo se reconocería lo que hasta ahora se daba de hecho, que ningún otro país ocupa una situación tan “periférica” (El País, Madrid, 11-IV-16). En síntesis, con el afán de asegurar la permanencia británica, la UE estaba dispuesta a hacer cumplir ese acuerdo en caso de que triunfara el Remain. Sin embargo, algunos británicos siguieron entendiendo que esto no era suficiente e igual hicieron campaña por la ruptura.
A la hora de analizar los principales argumentos es importante destacar que la mayoría de los motivos tienen un peso más político que económico. Del lado de quienes querían irse primó el fuerte rechazo a la inmigración.
La política migratoria de la UE permite a cualquier ciudadano de un país miembro la libre circulación para viajar, vivir o trabajar en el resto de la Unión. No obstante, según el acuerdo de febrero, la UE estaba dispuesta a permitirle a Reino Unido mayores controles al ingreso de personas provenientes de uno de los 28 socios.
Según datos del observatorio de migración de la Universidad de Oxford, antes de la creación de la UE la inmigración no era un problema en Reino Unido. Pero entre 1993 y 2014 la población inmigrante nacida en el extranjero que vivía allí más que se duplicó, pasando de 3,8 millones a más de 8 millones, lo que en un conjunto de unos 65 millones representa el 13 por ciento. A su vez, esta inmigración se compuso, en primer término, hasta 2004, de inmigrantes nacidos en India y Pakistán, en ese orden. Entre 2004 y 2014 la inmigración desde Europa, sobre todo central y oriental, aumentó mucho, principalmente desde Polonia, que casi iguala la proporción de indios.
Ese aumento se acompañó de una percepción negativa hacia los migrantes. Durante la campaña del Brexit se utilizó el argumento del efecto de la inmigración sobre los salarios y el nivel de empleo, a pesar de que la evidencia señala que tal efecto es inexistente sobre el salario promedio, aunque sí podría tenerlo sobre los salarios más bajos de los nativos del reino. Desde el punto de vista económico también se puede discutir el efecto de la inmigración sobre las finanzas públicas. Aunque la medición del efecto neto (los mayores gastos por el uso de servicios públicos y los mayores ingresos por el pago de impuestos que hacen) depende mucho de la metodología utilizada, la mayoría de los trabajos estima un efecto muy pequeño, según recuerda el Observatorio de Migración de la Universidad de Oxford.
Además, los atentados que han tenido lugar en algunas ciudades de Europa han incrementado un sentimiento antimusulmán, al asociar –injustamente la mayoría de las veces– a esta población con el Estado Islámico y con posibles nuevos ataques.
En segundo lugar, fue creciendo la sensación de que hay un autoritarismo económico de la UE que no refleja necesariamente las necesidades de los países en situaciones puntuales, como en el caso de las agobiantes exigencias a Grecia. Sin embargo, la percepción de que las regulaciones sofocaron la creatividad, la innovación, la competencia y el crecimiento de los británicos es exagerada. En 2013 la Ocde estimó que Reino Unido tiene el segundo nivel más bajo en cuanto a regulación de productos entre los 28 países miembros, justo por debajo de los Países Bajos (Financial Times, 27-VI-6).
Según el economista Chang (The Guardian, 18-V-16), los problemas económicos de Reino Unido devienen de la industria manufacturera –corazón del crecimiento de la economía real–, que no ha podido recuperarse totalmente de la crisis de 2008. De hecho, en 2015 el déficit de la balanza comercial británica –exportaciones menos importaciones– se situó en 5,2 por ciento del Pbi, siendo la industria manufacturera la que más contribuyó a dicho resultado. La raíz de esto radica en el desarrollo excesivo del sector financiero en detrimento de la industria, el cual se siente muy cómodo operando en la city de Londres, y no en vano los mayores donantes de la campaña por “quedarse” fueron bancos: Goldman Sack y City Bank.
En otro orden, desde el lado de quienes se querían quedar se argumentaba que la UE tiene un rol de garante con respecto a ciertas conquistas sociales vinculadas a derechos laborales y de seguridad social. Se entiende que la existencia de instituciones supranacionales permite un mayor cumplimiento de ciertos acuerdos o tratados. Sin embargo algunos autores, como Xabier Arrizabal,1 entienden que en un marco internacional desaparece toda posibilidad del control democrático que sí existe en los gobiernos nacionales. Esto explica el motivo por el cual Suecia no adopta el euro: su Constitución establece que su Banco Central está bajo la autoridad exclusiva de su parlamento. Al adoptar el euro dejaría de tener control democrático sobre su política monetaria, ya que la UE exige a todos los bancos centrales total independencia respecto de sus gobiernos respectivos o a cualquier otra institución, según se desprende del artículo 107 del Tratado de la Unión Europea.
Así, resulta interesante la interpretación que hacen los diversos actores sobre el rol de la UE. Desde la derecha se la ve como una traba a la hora de pensar cambios en ciertas políticas, asociadas a derechos (humanos, laborales, migratorios). De acuerdo a esa línea de razonamiento, para llevar adelante esas políticas sería necesario salirse. Por su parte, la izquierda entra en una disyuntiva, ya que por un lado ve a la Unión como garante de esos derechos pero por otro como defensora de los derechos corporativos.
DERIVACIONES. Hay pocas certezas sobre el impacto del Brexit en el mediano y largo plazo, dado que han pasado sólo unos pocos días desde el referéndum. Lo cierto es que durante los siguientes dos años Reino Unido seguirá siendo parte de la UE, por más que no tenga voz ni voto en las decisiones.
Lo que sí se sabe es que la libra esterlina ha tenido su peor devaluación respecto al dólar en los últimos 31 años. Además, las cotizaciones en la bolsa han caído, tanto en Londres como en otros centros financieros europeos (París, Fráncfort). Esto responde a que los inversores, al percibir como negativa la salida de la UE, quieren deshacerse de sus activos: libras esterlinas, acciones y títulos. Dada la urgencia en quitarse esos activos de encima, están dispuestos a aceptar menos dinero del que valen. Esto genera un círculo vicioso. Otros inversores, que en primera instancia no tenían intención de vender, ahora sí lo hacen, acelerando aun más el proceso. Esto no dura infinitamente.
Al romper con la UE, Reino Unido pierde todos los beneficios que provienen tanto del comercio entre países miembros como de los acuerdos firmados entre la Unión y terceros. Por eso varias empresas han anunciado su intención de marcharse hacia otro país miembro, para seguir haciendo uso de dichas ventajas. La salida implica que para volver a la situación previa al referéndum Londres deberá negociar y firmar unos 36 acuerdos comerciales, lo que sin duda llevará tiempo. El resultado dependerá de cómo los renegocie y de los costos asociados a esa renegociación. Respecto de la nueva situación de los inmigrantes, esta dependerá de la política adoptada por Reino Unido.
A su vez, puede haber consecuencias dentro del territorio británico, en especial en Escocia y en Irlanda del Norte.
Por último, se puede esperar que la UE entre en un período de revisionismo respecto de sus políticas, analizando si éstas benefician al grueso de los países, dando soluciones viables a los problemas concretos que varios enfrentan.
- Capitalismo y economía mundial, 2014.