Es como un cuento. Cómo empezó todo. Dónde, con quién. Un cuento que empieza varias veces en diferentes años, lugares y con distintas personas, y que sigue por otros. En Montevideo, hace un año o en Palencia, España, hace muchos. En Treinta y Tres, cuando llegó cargada de equipos a una escuela rural o con una llamada telefónica de su hermano, que escuchaba “El día que me quieras”. Con la sorpresa por la autoría de unas estrofas anónimas perdidas y vueltas a encontrar en una computadora, o con un tarareo que todavía no sabía que era un pez. Con Cafrune, gracias a los comunistas o con el único verso recordado de un viejo hit del cancionero uruguayo que se solía cantar tanto en las escuelas que los niños le modificaban la letra y la hacían amarga. Y es que es verdad, nadie sabe nunca “cómo empezó todo”.
Si le preguntáramos a Queyi, la de noviembre del año pasado, cuando grababa una serie de programas para la radio online argentina Flash Violeta diría: “Empieza con [una] grabación de esta niña de dos años y medio y que canta muy afinadamente y que soy yo en el otro lado del Atlántico en una pequeña ciudad llamada Palencia. Más o menos por esa edad conocí la primera canción de un país en el que muchísimas vidas después yo iba a vivir y que era Uruguay. […] Por esos tiempos escuché, en la voz de mi padre, una canción que es ‘Gurí pescador’, de Osiris Rodríguez Castillos, una canción de un niño que intenta pescar una tararira y que ahora he sabido que es un pez que hay en los ríos de Uruguay pero que por mucho tiempo yo pensé que era un “laralala” –tararira… el tararear– y que habla también de un sauce, que es donde está pescando ese niño. Está pescando el misterio, que es lo mismo que yo estoy tratando de pescar –no sé si pescar, pero al menos mirar, desde un sauce lejano, que es donde yo me crié– intentando desvelar ese misterio que se me va presentando a lo largo del tiempo y en forma de canciones”.
Cuatro décadas más tarde, el cuento empieza de nuevo.
—¿Cómo empezó todo?
—Cuando en marzo de 2015 desde la Intendencia de Treinta y Tres me convidaron a hacer algo en zonas remotas y yo me dije “¿qué voy a hacer?”. Me vino como un peso y pensaba: “¡encima, española!”. Demasiado lejano a la hora de ir a lugares más puros. Y ahí fue cuando me dije “voy a ir a escuchar, para ver en qué puedo yo aportar algo”. Y a poco de llegar les dije a las personas que me convocaron: “vamos a hacer música uruguaya”. Al ratito les dije: “vamos a hacer un disco”. Unos minutos después agregué: “y una película”. Ellos me decían: “no, no, pará”. Pero yo les decía que se quedaran tranquilos, que yo iba a estar con los niños, a hacer lo que tenía que hacer, pero me iba a llevar un tesoro para devolvérselos luego. Porque si no, hubiera quedado sólo el trabajo que pude hacer allí y lo lindo que fue, pero de este modo está reflejado en unas músicas que pueden volver a escucharse, y por más gente.
A mí me cuesta muchísimo tocar para niños, me resulta difícil en extremo, porque ya la catalogación “esto es para tal tipo de persona” no la entiendo. Ni siquiera entiendo mucho mi propia edad como para entender la de los demás. Pero tenía clarísimo cuáles serían las canciones. Casi todas. Menos las dos que compuse yo al hilo del disco, tenía claro cuáles serían las canciones, pero también tenía prejuicios. Hasta que me encontré con la canción de Rubén Lena.
DEMONIOS Y EXORCISMOS. En la radio, Queyi ya hablaba de aquellas dudas, del temor de que lo que era un acercamiento sincero y agradecido fuera leído exactamente al revés: “Tuve que luchar contra mis prejuicios, contra lo que otros pudieran pensar sobre las actitudes o trabajos personales. Pero hay que tener disciplina y cultivar la coherencia de hacer las cosas obedeciendo eso que desde adentro tuyo te manda; esa lucha, cuando mis demonios me hablaban y me decían: ‘pero tú no eres nacida aquí, ¿cómo vas a hacer esto?’ o cuando iba a grabar una canción que es de un artista que se disputan argentinos, uruguayos y franceses, que es nada menos que Carlos Gardel. Ahí fue cuando apareció una canción que no conocía: ‘Del templao’, de Rubén Lena. En una época en que el folclore argentino era escuchado en Uruguay, pero no el autóctono, Lena comenzó a escribir serraneras, usando el lenguaje del campo, y en periódicos de Montevideo le hicieron una crítica muy dura. Él no respondió con una oratoria, sino con esta canción. ‘Si ya he ensillado mi caballo, ya las espuelas calcé, y con la noche en la cara, sin despedirme, marché’. Lo que dice es: ‘Esto es lo que yo tengo. Lo he hecho con el corazón en la mano’. Esa humildad. La canción de Lena me vino perfecta en un momento en que yo me prejuzgaba acosándome sobre un trabajo que me estaba resultando fascinante. Compuso aquella canción como respuesta, igual que John Cage, que en los sesenta en Nueva York respondía a las críticas sobre una performance con otra performance. Lena grabó ‘Del templao’ en el medio de Treinta y Tres y a mí me hablaba directamente no sé cuántos años después, con esa cosa loca del tiempo que va y viene, y acompañada de unos niños que podían ser los bisnietos de los alumnos de Rubén Lena, en ese salón de suelo de piedra. Porque la grabé en el salón donde Lena, que era maestro rural, daba clase hace 45 años”.
—No somos demasiados conscientes de que Cage y Lena son contemporáneos…
—A mí me gustaba mucho John Cage, componía, yo que sé, una sinfonía para un camión de 25 toneladas y latidos del corazón. O su famosa 4’33” de silencio. Me gustaba además que era monje zen. Y, al igual que Lena, respondía con su trabajo. Eran más o menos de la misma generación y a mí se me aparecieron hermanos.
—Ya que hablamos de Cage y sus composiciones con sonidos no convencionales, en Canción azul que viaja hay toda una dimensión de sonidos ambientales, de niños, de juguetes. También silencio. Porque está toda la dimensión emotiva del trabajo con los niños, pero después hay que componer eso y decir “esto lo pongo y esto lo saco”.
—Yo sabía que no quería hacer un disco en el que los niños cantaran, porque para eso tengo que trabajar un año con ellos. Entonces, lo que hacía era ir con una idea de lo que quería hacer, pero ni siquiera tenía definido con qué canción, y los invitaba a grabar algunos sonidos. Primero grabábamos la canción con ellos ahí en silencio total. Y luego los sonidos que hacían –con las manos, con la voz, con otros objetos– además de reflexiones sobre la canción. Nos llevábamos eso y más tarde, en el estudio, íbamos colocándolas con mucha sutileza. Primero elegimos todas las voces, luego quitamos la mitad, luego algo más. Siempre me gustó estudiar el global en detalle, ver todo el bosque y luego agarrar detalles, y es lo que hicimos con las voces de los chiquillos.
CONCEPTO. En diversas ocasiones Queyi ha intentado explicar la idea detrás del disco. “Un disco que cuenta una vida entera. Las canciones han ido apareciendo, queriendo y sin querer. El tiempo que se mezcla, las energías que se mezclan, la parte física con la parte más espiritual, en un torbellino que he intentado describir sobre todo cantando, sin pensarlo mucho, porque si lo hubiera pensado no hubiera cantado ni una sola sílaba de este disco.” O también: “Es un cuento lo que quisiera contar, como misterioso. Aunque no sé exactamente –ni exactamente ni de lejos– lo que quisiera contar o lo que se va a contar por sí mismo”. E incluso: “Esta canción [‘Río de los pájaros’] se la descubrí a una persona que es muy importante para mí, y que cuando le mostré la premezcla me dijo que hacía años que estaba buscando una canción que aprendió en el colegio y que nunca volvió a escuchar, y de la cual se acordaba de un solo verso: ‘su madre cocina charque’. Eso me dio la pauta de por qué yo había elegido esa canción, como que el tiempo se hubiera dado la vuelta y una cosa que iba a suceder en el futuro me termina explicando algo que ya hice”.
—Hay cierto concepto detrás del disco. Una especie de postulación de conexiones en principio imprevisibles que viajan hacia delante y hacia atrás en el tiempo. Desde la niña que prácticamente la primera canción que aprende es, sin saberlo, una canción uruguaya, a la comprensión a posteriori de que la elección de otra canción probablemente se debiera a que una persona que te importa la andaba buscando.
—A veces cuando me escucho explicándolo pienso: “pero es que no se me entiende absolutamente nada”. A mí me llegó una canción cuando era pequeñita, cuyas palabras “qué arisca y sabia que estás” me causaban desasosiego, aunque no supiera qué significaban. Y cuarenta años después me entero aquí que la canción es “Gurí pescador”, del uruguayo Osiris Rodríguez Castillo, que “tararira” era un pez…
—Tu primer disco se titula Nada como un pez…
—Hay algo más, hay una forma de conocimiento que verdaderamente se nos escapa y que quienes practicamos la meditación un poco vamos conociendo. Ese lugar sin tiempo y sin espacio. Creencia o no creencia, el hecho de sentarse a practicarlo te hace experimentarlo y estas cosas que me pasan me hacen creer que eso es así. Hay una forma de conocimiento o de percepción más profunda que efectivamente carece de tiempo y de espacio y que nos une. Se une todo, se quita esa división continua en “esto es bueno, esto es malo, esto es raro, esto es hombre, esto es mujer, esto es bajo, esto es feo, esto es gordo, esto es pequeño”.
—Acá volvemos un poco a Cage y a la noción del budismo de que todo está conectado. Pero también a la física cuántica: “El entrelazamiento destruye nuestra experiencia del espacio. Dos partículas, dos electrones creados juntos están entrelazados. Si se envía uno al otro extremo del universo y se le hace algo al otro, el primero responde instantáneamente. Y, considerando que todo estaba entrelazado en el momento del big bang, eso significa que todo está conectado. El espacio es el constructo que da la ilusión de que son objetos separados”. Será física de partículas, pero ya que de unir hablábamos, tiene al menos la virtud de unir las dos culturas…
—Totalmente. Es un principio básico, creas en lo que creas. Sea en la ciencia o en corrientes místicas, o incluso simplemente en la literatura o en todo lo anterior junto. Y, volviendo al disco, y a aquella tararira que era tarareo y resultó ser pez, el dibujo en el arte del disco es el de una tararira viva, que es muy difícil de ser pescada. O este niño con una pelota en el aire, que no se sabe si sube o si baja (la flecha del tiempo), o esta foto mía tomada en Nueva York, donde señalo el símbolo japonés que significa “luz”. Y ahora que hablamos –otra vez– de Nueva York, recuerdo una exposición en el Moma de un artista cuyo nombre no recuerdo (probablemente Daniel Buren) que sólo pintaba rayas verticales, como si fueran toldos para el sol. Yo en aquel momento me enfurecí al ver la exposición, pero a fin de cuentas he vuelto una y otra vez a pensar en ella. Y es que a veces me enfado mucho, con un libro, por ejemplo, y me deshago de él. Me pasó con El vagabundo de las estrellas, de Jack London y ahora estoy entendiendo y estoy arrepentida de haberme deshecho de mi preciosa edición de Siruela… Y es que a veces tardo años en comprender, como con aquellas rayas del Moma. Sólo hay rayas para hacer. Yo hago rayas en mi trabajo. Estoy tratando, con toda humildad, de volver a lo esencial.
CANCIONES. El disco se compone de nueve canciones: “Gurí pescador”, de Osiris Rodríguez Castillo, “Canción azul que viaja”, de Queyi, “Río de los pájaros”, de Aníbal Sampayo, “Tierra adentro”, de Ana Prada, “Estrellas”, de Leo Maslíah, “Del templao”, de Rubén Lena, “Viajera”, de Malena Muyala, “El día que me quieras”, de Gardel y Lepera y “Verdad del cuento”, de Queyi. Salvo las dos canciones de su autoría –la que da nombre al disco y la que lo cierra, una revisión de la leyenda del negrito del pastoreo– son versiones de canciones ajenas.
—Hablemos de las canciones, entonces… Las primeras son “Gurí pescador” y “Río de los pájaros”. ¿Cómo creés que tu padre llegó a conocer “Gurí pescador” para cantártela de pequeña?
—Mis padres practicaban la religión católica pero sus hijos mayores eran comunistas. Estábamos en el contexto de finales del franquismo y pensamos que mi hermano mayor, Javi, trajo a casa folclore argentino, de Jorge Cafrune, que cantaba esta canción. Esto lo he averiguado ahora, he estado preguntando en mi casa y esa es la teoría más plausible. Y me pasó algo muy bonito en Alta Gracia, Argentina, donde canté esta canción y me vinieron a ver unas señoras al final, para darme un abrazo, y eran las hijas de Cafrune.
El “Río de los pájaros” es muy querida para mí, porque cuando llegué todos los músicos me decían que era la canción del Uruguay, que todo el mundo la conocía y que la cantaban en las escuelas. Después me encontré con que no era tan así, definitivamente en los pueblos a los que fui no se cantaba. Y otra vez, la mochila: “¿yo estoy restituyendo la canción del Uruguay a los niños uruguayos?”
—Definitivamente los escolares de mi generación sí la cantaban. Tanto, que le cambiábamos la letra. En una entrevista de Emiliano Cotelo1 a una de las directoras y al productor de la película uruguaya Hit (Claudia Abend y Fabio Berrutti) se menciona la “letra tuneada”: “el Uruguay no es un río, es un charco de agua sucia, donde pasan los gallegos, en los ómnibus de Cutcsa”. En la película se recoge también el olvido popular de la canción a raíz de la prohibición de Sampayo durante la dictadura. Los jóvenes definitivamente no la conocen (los Ibarburu, Sebastián Teysera, Emiliano Brancciari), pero a medida que la edad del entrevistado es mayor, la canción es recordada y valorada (Jorge Drexler, Fernando Cabrera, Larbanois-Carrero). El cambio de letra puede no tener mucho significado, pero muestra una visión bien amarga del país.
—Yo me doy cuenta de que la gente de aquí ama muchísimo a su país y a la vez hablan terrible de él. El “charco de agua sucia” es tan duro… era en los años de la dictadura ¿no?. No es extraño que Drexler recordara la canción, es también a través de los Drexler y los Prada que la conocí yo. Emiliano está eximido por argentino… Y justo que mencionas a Cabrera, justo cuando me habían entregado el arte del disco, me lo encontré. Ni siquiera se lo pude dar a él, porque era una prueba del arte y con esa generosidad de él y ese amor por el folclore uruguayo me dijo unas cosas muy bonitas, sin escuchar el disco, sólo por el hecho de que lo hiciera. Y eso también fue un alivio de la mochila…
—Cabrera hace incluso una versión de “Gurí pescador” en Canciones propias… Siguiendo con las canciones del disco, ¿por qué “Tierra adentro”, de Ana Prada y “Estrellas”, de Leo Maslíah?
—Obviamente iba a hacer una canción de Ana y tenía que ser “Tierra adentro”. Desde que llegué me llamó la atención cómo se dividía el Uruguay en Montevideo y el Interior, y justamente me estaban convocando para hacer un trabajo “tierra adentro”. Esa canción es para mí una joya y trata sobre el tiempo y sobre el viaje . Es de Ana sobre su abuela, que estaba muriendo y ella tenía que ganarle la carrera al tiempo para llegar tierra adentro a verla. Sobre la canción de Leo… es otra de esas cosas extrañas que pasaron y que de alguna manera se unen en este disco. Antes de saber nada del Uruguay me encontré en Madrid con un poema sobre unos caballos y le puse música. Luego lo encontré en un disco duro y recordaba perfecto que no lo había escrito yo, pero no tenía ni idea de quién era. Yo ya estaba en Montevideo y busqué la letra ¡y era de Leo Maslíah! Yo me ericé porque, vamos, era de mi vida madrileña y Montevideo allí no estaba en ningún lado, o al menos eso pensaba yo. Leo es un maestro y “Estrellas” es una canción que, si bien mi discurso como artista, no tengo ganas de que sea de advertencia… A ver si me explico mejor: hace un tiempo ya que tengo ganas de hablar del bienestar. Sólo por ver si se puede conseguir bienestar dedicando las energías al bienestar. He escrito en el pasado canciones como “Superman”, sobre situaciones políticas y de guerra horribles, aunque fuera de una forma de protesta-pop y bueno, ahora tengo ganas de enfocar en otro lado. Sin embargo… viendo a los gurisitos y conociendo historias muy duras de niños que sufrían en la casa situaciones muy difíciles, no me aguanté de poner “Estrellas” de Leo. En la película que filmamos aparece antes un texto de Rubén Lena que habla de la función de la canción en tiempos de la dictadura, de la necesidad tremenda de comunicación y de la canción como resistencia. La canción de Leo habla de cinco hermanos que quieren ir a las estrellas. El primero no puede porque el padre le pega, el segundo se va a trabajar a Hollywood, el tercero se hace comisario para tener una estrella en el pecho, el cuarto directamente se olvida y el quinto en efecto va a las estrellas y manda una postal. No me resistí, porque realmente todo depende de la acción. Todas nuestras acciones describen un trazo.
—Terminemos rumbo al tango…
—“Viajera” de Malena Muyala es una canción mayor. Con Malena nos une una gran amistad y es una compositora de una profundidad enorme que, si bien no tiene muchas canciones, las que tiene son increíbles. “Viajera” la escuché por primera vez en un coche hace como cinco años y no pude parar de escucharla. La incluí porque trata del viaje y porque es una canción mayor. Cuando se la mostré me dijo: “¡pero has hecho una “Viajera” de seis minutos!”
Y luego… bueno… “El día que me quieras”. Con mi hermano Javi teníamos una tremenda amistad y cocinábamos hablando por teléfono con el altavoz entre Madrid y Palencia. Siempre que “descubríamos” una canción nos avisábamos. Él murió de pronto, pero un mes antes de que me pasara todo esto que me trajo al Uruguay él me llamó en una de esas cocinadas telefónicas y me dijo: “¡tienes que escuchar esta garganta! Estamos aquí bailando”. Se suponía que era un argentino, todo el mundo lo quiere ¿no? Era Gardel, pero nació en Tacuarembó. Cantamos “El día que me quieras” en el teléfono. Al venir aquí esa canción se me repetía, iba a algún lugar y estaba la canción, sucedía algo importante y allí estaba.
—¿Fue difícil animarte a cantar Gardel?
—Todo esto si lo escucha alguien con ganas de no disfrutarlo, pues, es sencillo. Cantar “El día que me quieras” como yo lo canto… ¿qué tengo yo de tanguera? Está hecho desde otro lugar. No puedo decir otra cosa. No tengo nada en mi defensa. n
- “Hit, el éxito de las historias detrás de los éxitos”, 11/IV/08, espectador.com