Creo que nos conocimos personalmente en 1986, en la VI Bienal del Humor y la Historieta, de Córdoba, festejando los “100 años de Humor e Historieta en la Argentina”. Habíamos viajado 44 uruguayos en un ómnibus de la vieja Onda (como bien señaló Fontanarrosa: éramos los 33 orientales más un cuadro de fútbol)… En ese grupo había 20 dibujantes (diez más que la delegación argentina, de la que formaban parte Quino, Caloi, Fontanarrosa, Tabaré –el dibujante, no el cacique obviamente uruguayo– y otros). Hay, o había, una foto en la que estábamos: Tunda, Hogue, Miguel Casalás, Osvaldo Cibils, el viejo y admirado maestro de maestros Alberto Breccia, y Carlos Nine. Todos estábamos deslumbrados con sus increíbles acuarelas, y creo que fue Hogue, con su perpetua humildad, el único que se animó a preguntarle a Nine si estaba dispuesto a dar al menos algunas clases de acuarela mensuales en la ciudad de Buenos Aires.
Unos años antes de ese encuentro, sería 1983, ya habíamos empezado a conocer su trabajo en las portadas de las revistas Humor (Registrado), Fierro, Superhumor y el semanario El Periodista. Aunque sé que terminó medio peleado con Andrés Cascioli por problemas económicos (como pasa siempre), hay que decir que Cascioli, que era un consumado caricaturista, tuvo la grandeza de dejar que Carlos hiciera aquellas tapas con caricaturas formidables de Raúl Alfonsín, Dante Caputto, Aldo Rico y sus “carapintada” y todo el circo, hasta la asunción y el oropel de Carlos Saúl Menem. Muchos años después Nine me confesó que ¡¡¡no le gustaba hacer caricaturas!!!
Mucho antes de eso, Carlos Nine se había formado en las escuelas nacionales de artes visuales Manuel Belgrano y Prilidiano Pueyrredón. Él declara que durante su juventud se dedicó a la militancia política y estuvo varios años en la clandestinidad…; recién cercano a los 40 años se volcó a dibujar con pasión. Es entonces que aparece ese estilo único e inconfundible que, como me contó, no sólo se apoyaba en los grandes dibujantes de las publicaciones rioplatenses de principios del siglo XX (como Caras y Caretas), en donde descollaban el gallego José María Cao, el italiano Zavattaro, Mayol, Málaga Grénet, el abuelo de “Menchi”, Hermenegildo Sábat (Carolus)… También destacaba la enorme importancia que tuvieron para él los dibujantes e historietistas estadou-nidenses de los comienzos de la historieta: Lyonel Feininger con sus Kinder-Kids, el Lit-tle Nemo de Winsor McCay y Krazy Kat de George Herriman. Y me dijo que su hijo Lucas Nine sufría la injusta acusación de parecerse a su padre en sus dibujos, cuando en realidad había sido él, Carlos, quien alguna vez había usado toscos dibujos infantiles de su hijo para darles luego un tratamiento académico que generaba imágenes extrañas.
En el año 2003, a iniciativa de María E Yuguero (la curadora de la sala Carlos Federico Sáez, del Mtop), se realizó su primera y hasta ahora única exposición individual en Montevideo. Lo visité junto a María de la Fuente en su taller del barrio de Olivos… Fue una larguísima mañana mirando casi en éxtasis sus preciosos originales, algunos de ellos realizados en cartones, con cortes y rayaduras y pegotes variados, que él luego fotografiaba con distintas luces logrando recursos e ilustraciones insólitas.
Como material para su primera muestra en Montevideo me dio muchos de los dibujos que integran su magistral libro Gesta Dei (editado en Francia y en Argentina). Cuando nos íbamos de su casa, luego de una larga charla con María sobre Alicia en el País de las Maravillas, me dijo con ese humor “lunfardesco” tan de él: “Si el barco en que cruzan el río se hunde, ¡tratá de poner a salvo esa carpeta!”.
Entre fines de julio y fines de agosto y con la curaduría (y texto del catálogo) de María E Yuguero, se mostraron durante un mes sus impresionantes dibujos.
Una vez en Montevideo, y con la invalorable ayuda de varios de sus admiradores, como Álvaro Amengual, Tunda Prada y Santiago Paulós, montamos la muestra. Al final de la exposición, en los últimos días de agosto, Nine viajó a Montevideo para dar una charla. Cuando llegó estaba de visita en la ciudad “Pancho” Graells, y una noche, con Tunda en casa, María cocinó en honor a Carlos Nine una exquisita cazuela de mariscos digna de Lewis Carroll.
La charla en el Mtop creo que fue un viernes, y luego de almorzar cerca del hotel, Nine quiso visitar el Cementerio Central: allí nos demoramos varias horas, ya que Carlos se lamentaba por no haber traído su cámara fotográfica; quedó alucinado con el cementerio, con sus lápidas, con sus viejas estatuas; cuando le mostré la lápida de François Ducasse (padre del “Conde de Lautréamont”), cónsul en Montevideo, no daba crédito… Esa visita larga nos demoró y llegamos muy tarde a la sala Sáez, donde lo esperaban muchos de sus admiradores montevideanos, artistas uruguayos que miraban atónitos sus dibujos publicados en la prensa argentina: a Álvaro Amengual y Tunda Prada se les sumaron Virginia Patrone, Renzo Vay-ra, Álvaro Pemper, Hogue, y varios ex compañeros de la revista Guambia.
El crítico Nelson di Ma-ggio, frecuentemente renuente a reconocer o considerar artes más tradicionales (como el dibujo o la ilustración de prensa), escribió en el diario La República: “Conoce todos los resortes de las más variadas técnicas (…). Conoce los secretos del grafito en color y en blanco y negro, de la tinta, el pastel, la tiza, la acuarela utilizada de manera muy especial, el collage con fotos recortadas. Pasa con asombrosa facilidad de lo lineal a lo pictórico, del plano al volumen con resonancias escultóricas, de la composición cerrada a la abierta, del empaque referencial a la sugestiva fantasía. Al parecer, no tiene límites formales ni encasillamientos estéticos. La libertad operativa es su hábitat natural”.
Todo esto y mucho más era Carlos Nine, nacido en Haedo, Buenos Aires, en 1944.