Una inquieta línea fronteriza - Semanario Brecha

Una inquieta línea fronteriza

El premio Figari 2015 a la trayectoria en artes plásticas y visuales fue otorgado al dibujante, ilustrador, grabador Domingo “Mingo” Ferreira. El recorrido por medio siglo de labor que, desde sus inicios en Marcha hasta la actualidad, sigue sorprendiendo en su lenguaje plenamente vigente y en la determinada e incansable voluntad de transformar el más simple gesto gráfico en un delicioso enigma a resolver.

22-23 - Mingo Ferreira - Homenaje a Monet -Técnica mixta 2015 - Foto Pablo Bielli. Gentileza Museo Figari cmyktiff

“A través de los cristales, empañados por la nieve,

pienso que Veo su imagen, la de ella,

que no pasa ahora… que no pasa de largo…”

Fernando Pessoa.

 El viajero en el tiempo. En el principio fue la línea. Ese puede ser nuestro punto de partida en este recorrido: los mundos encerrados en el lápiz de Mingo Ferreira, creador que ante cualquier denominación prefiere la de dibujante. “Siempre con la pe de posible puede pasar del plumín al pincel (…), del lápiz al crayón (…) sus múltiples manos haciéndolos convivir en una sola plancha”, lo presenta, en el juego enciclopédico (suerte de “Pequeño Domingo (no) Ilustrado”) del texto del catálogo, su curador, el también creativo y diseñador Gustavo Wojciechowski (“Maca”), quien propone un itinerario marcado por un eje cronológico que atraviesa tanto el devenir histórico del país como la realidad personal (indivisibles uno de la otra en este caso ) del artista. El resultado es, sin embargo, visualmente muy libre e incluye delicias como los pequeños stickers que nos sorprenden en los soportes de las vitrinas de libros y objetos. El recorrido temporal juega con presentar la condición de cronista poético del ilustrador, al que se percibe, nuevamente en la perspectiva de Maca, como “genuino representador de sus épocas. Una ilustración suya para Marcha sintetiza todos los sesenta. El compromiso político, el pop, el dibujazo, las utopías. El Che y los Beatles…” en una plataforma de espacios propicios para la obra gráfica como puede ser el boom editorial de los sesenta, la militancia cultural, la politización de las clases medias y su contrapartida de necesidad de cultura independiente que, en el planteo de Peluffo Linari, “demandaba la publicación de programas, revistas y artículos de prensa”. La retrospectiva recorre la presencia del artista por esos espacios propicios, que dan cuenta además de los especialmente significativos trabajos para Marcha, ilustraciones para Cuadernos de Cine Club, exposición en Galería U, Arca, Ediciones de la Banda Oriental, el trabajo para el Club del Grabado, en un momento en que los dibujos, como otras formas de opinión, podían literalmente reventar en la mano. La obra de la primera sala, que recorre los míticos sesenta y la crisis institucional que conduce a la dictadura, actúa como sismógrafo conectado a la realidad desde una perspectiva que sobrepasa por mucho la descripción lineal. Es que si bien son los espacios donde el dibujo guarda un discurso más explícitamente político, eso no lo conduce a perder, según la opinión de Peluffo, “la fineza poética que Mingo invierte en cada dibujo, constituyendo una política de la imagen que aspira a trascender lo temático contingente y abrir un diálogo con otras voces”. Las grandes áreas negras, concentradas, contundentes en su densidad, conformadas por la insistencia de mil líneas que laceran el papel en su intrincada red, los presagios terribles, como la maligna figura alada que podría anticipar fatídicos cóndores, o la serie de 1972 “Cristo muere todos los días”, son ejemplos significativos de ese vuelo interpretativo que evita caer en segadas obviedades. La fauna de elefantes, camellos, lobos y rinocerontes que con distintos niveles de significación y rasgos más terribles o risueños también comienzan a definirse participan en la concreción de un lenguaje expresivo particular. Con respecto a esa etapa, Mingo nos relata precisamente la dinámica que caracteriza desde entonces a su trabajo: “No eran más de dos colaboraciones por número, en general una, pero a mí me absorbía la responsabilidad de trabajar para Marcha. El concepto de lo que quería enfocar era algo a lo que dedicaba mucho tiempo. Los temas además eran muy cambiantes, muy distintos, y me demandaban un buen tiempo de interiorización; podía ser literatura, filosofía, política nacional o internacional, economía… Eran temas que no tenían registro fotográfico. Para mí la ilustración no debía ser literal al tema, y más aun con estos que por su amplitud se escapaban por sí mismos de la posibilidad de literalidad. Era necesario generar el contrapunto visual con lo que el texto proponía, y que sin separarse del tema fuera lo más abierto posible. En eso he estado todos estos años”.

 “Mi casa está en la frontera.” Hay una sensación de fragilidad, a pesar de la contundencia conceptual, que recorre la selección y está contenida en la condición efímera del soporte en lo que supone sus prácticas de conservación. El planteo de Thiago Rocca en el texto del catálogo acerca de la importancia de este premio por la necesidad de “revalorizar el papel histórico de la ilustración y de la gráfica en el espacio de las artes y de la cultura” nos invita a reflexionar sobre el de­stino de este tipo de imagen en su carácter de peregrina: el trabajo curatorial supuso rastrear ilustraciones, grabados, portadas de libros que tienden a la dispersión, el deterioro y la desaparición, y sin embargo guardan la promesa, la sorpresa del encuentro con las figuritas marcadas que supone en esta era digital cruzarse con una edición de La ciudad, de Levrero, o los tomos de Bradbury de Minotauro. Pero hay algo más. La imagen gana liviandad y nuevamente, en esta búsqueda sin fin del artista y su vínculo con la realidad, traza los signos visibles de una nueva etapa. En la medida que el recorrido temporal se acerca progresivamente al fin del milenio, el terreno en el que nos movemos va perdiendo solidez. Los personajes juegan a una comunicación incomunicada en sus globos de diálogo que nada dicen o que al menos no podemos entenderlos, en un cortocircuito interpretativo análogo al que uno puede tener con una iconografía que le es ajena (los códigos de un bestiario medieval pudieron ser diametralmente diáfanos para un campesino analfabeto del siglo XIV y un misterio para nosotros). En palabras del artista: “Tal vez se trata de asumir la existencia de una suerte de tensión entre lo expresado y lo inexpresado (…) y la imagen, para mí, puja, como la palabra, por salir de estados inciertos, en la frontera entre lo posible y lo imposible. Dicho esto agrego que considero las fronteras y sobre todo las que todavía son fronteras inciertas como las zonas más atractivas de cualquier mínima faceta de la realidad”. Mingo juega al límite y lo hace maravillosa y conscientemente; y en un mundo donde lo efímero y lo intrascendente están a la orden del día, las alternativas frágiles y potentes, apocalípticas y poéticas de los variados lenguajes gráficos originan ventanas a mundos tan particulares como diversos, en los distintos avatares que son el mismo artista. Las etiquetas parecen desdibujarse o invalidarse en la intención de búsqueda que impera en toda la obra: “Mi trabajo de supervivencia era el de ilustrador pero a la vez debía hacer cosas aledañas a eso, y de esta manera la exploración de lo nuevo (lo que para mí lo era) resultaba una constante riquísima. Acá estaba todo por hacer en ese ámbito, y uno de los lugares de aprendizaje fue la publicidad. Cada uno aprendía como podía. Yo me considero sobre todo ilustrador, y eso implica para mí un espacio muy particular, ya que como tal la necesidad de nuevas búsquedas es constante. El dibujo como forma expresiva es inagotable, en lo personal me formó absolutamente en todo”.

El universo en la punta de su lápiz. ¿Cómo se llega entonces, en esta constante de búsqueda e investigación, al actual momento plástico, donde la tradición del blanco y negro, si no abandonada, parece perder hegemonía, con una presencia muy definida del color? Una vez más el resultado plástico parte de una reflexión profunda y consciente: “En mi trabajo como ilustrador tuve que trabajar en publicaciones donde las reproducciones eran en blanco y negro, y la rotundidad de ese blanco y negro, su contundencia, era algo que tenía metido muy a fuego en mi forma de trabajar. Me costó mucho incorporar el color. Pero de a poco empecé a experimentar y fue como todos mis procesos, un tema de trabajo constante, ir dando pasos e ir viendo en qué momento eso va dando frutos. El color se presenta como una necesidad de meterme en una atmósfera nueva, menos metida en el blanco y negro, que no ha dejado de interesarme, pero la presencia del color cambia absolutamente todo, el color empieza a tener su propio protagonismo y a dirigirlo a uno, que tiene que ver cómo hace para seguirle ese ritmo que va poniendo. Es fascinante, porque es otro mundo, otra dimensión de lo visual”. Hay también una búsqueda de síntesis en esos nuevos trabajos donde el dibujo se conjuga con (o quizás mejor: a partir de) un collage de dibujos, en el que las nuevas piezas son visitadas por personajes o elementos de épocas anteriores. Es que, nos narra el artista, “las imágenes están soñando. Cuando yo hago un collage aprovecho dibujos que han quedado guardados. La mayor parte de los collages los hago sobre cosas que estaban guardadas como bocetos, empiezo a jugar y las agrupo, reúno, de alguna manera, y es notable cómo van formando atmósferas distintas: me interesó ese cruce de técnicas, de épocas, en esa instancia donde el collage da lugar a una armonía que conjuga los pasos de este largo proceso de aprendizaje. Es un plus de lo que intenté hacer: quise hacer collages y además dio como resultado un encuentro entre las distintas etapas. No es sólo un collage, en los hechos, fáctico, en el papel, sino también conceptualmente en su condición de reunir, como parte de un todo, fragmentos del proceso”. Las imágenes se reproducen, se copian, se superponen y reúnen. El uso del grabado, el esténcil, el juego del sello y la imagen seriada, multiplicada pero a la vez viva en su capacidad trashumante, suponen otra faceta de la apropiación de la realidad que nutre esos fragmentos oníricos a la vez que forman parte de un mismo proceso creativo, generando una obra muy particular, una creación muy propia. La realidad es compleja y la obra de Mingo Ferreira refleja sensiblemente esa condición y más aun, el trazo inicial está ahí dando cuenta de infinitas posibilidades, desde pequeños enigmas subjetivos hasta cuestionamientos universales, vigentes todos en el simple acto de levantar un lápiz.

 

  1. Domingo Ferreira, retrospectiva de Domingo Ferreira, ganador de la vigésima edición del premio Figari (2015), que otorga el Banco Central del Uruguay. Elegido unánimemente por un jurado integrado por Gabriel Peluffo Linari, Patricia Bentancur y Haroldo González. La muestra cuenta con la curaduría de Gustavo Wojciechowski (“Maca”), que es también responsable del texto y el diseño del catálogo, que incluye textos de Pablo Thiago Rocca, director del museo Figari, y de Gabriel Peluffo Linari, integrante del jurado seleccionador. En el museo Figari (Juan Carlos Gómez 1427), de martes a viernes de 13 a 18 horas, sábados de 10 a 14 horas, hasta el 13 de agosto (http://www.museofigari.gub.uy).
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“Imaginaria”

Un lugar donde perderse

 Todo comienza con un sueño (¿o son varios?) que, por arte de una magia gráficamente convocada, se mete en un libro.1 El cuidado volumen que compone Imaginaria, y que acertadamente se incluye en el espacio de la retrospectiva, en su condición, si se quiere, de engañoso “libro de artista”, es desde todos los ángulos una propuesta singular y seductora en el giro de guión que supone, en el mundo del ilustrador, que sean las imágenes las que den lugar (sueñen) los relatos. “Somos imaginación, la nuestra y la de los otros (…) la imaginación nos relata” (¿nos delata?), plantea Ferreira en el prólogo de este libro que arma el juego y replica la experiencia de los dibujos en la condición de ser visitado por personajes, anónimos y conocidos, que dialogan con otros sueños recurrentes, fantasías que salen de la mano del dibujante pero que exceden, una vez “fuera”, su posibilidad de control o dominio. “Para mí las imágenes siempre están ahí, latentes, esperando que las despierten de un sueño. Uno se enfrenta a ellas y si deja volar la imaginación instala un hilo narrativo. Me interesó mucho jugar con la posibilidad de crear un relato que saliera de mi subjetividad, desde luego partiendo de algo que originalmente no se había hecho con ese fin. Pero no juego yo solo, la idea es que cada subjetividad cree a su vez su propio relato, cada espectador se mete en ese juego y ya no va a ser un relato solo sino muchos, un juego cruzado. Y relatar es además algo que hacemos constantemente. Fue una experiencia muy satisfactoria que me provocó una gran sensación de libertad. Dibujar, escribir y ver que de alguna manera las cosas se iban enganchando de un modo en el que, tanto la imagen como el relato, se defendían, jugaban, interactuaban de una forma libre, fluida”, nos plantea el artista. Imaginación que proyecta imágenes conocidas, cotidianas (el pueblo, la plaza, lo tangible y doméstico), o que se adentra en ese sustrato profundo, onírico, inconsciente (y sigue siendo la plaza, el pueblo, los hermanos, pero en su yo nocturno e inquietante), materializando, sacando a la luz lo que hasta ese momento era inexistente, en una convocatoria a lo real, lo imaginario y lo simbólico del nudo borromeo lacaniano. En este mundo entre dos luces, el humo y el cigarro (esas volutas hipnóticas y constantes en la obra de Mingo) marcan espacios de contemplación, vapores de pitonisa que materializan visiones de una tríada femenina y pueblerina. El acto de fumar como el tiempo detenido, de hacer no haciendo nada en el relato de Thelonious Monk. Los personajes de un tiempo en suspenso. Es tan potente la magia, que parecería que las palabras (las mías, no las del artista, que abren las compuertas de la mentada frontera incierta entre los lenguajes) sobran. Y sin embargo no podemos detenernos, queremos doblar la apuesta y seguir trenzando historias. ¿Quién sueña a quién? ¿Sueñan letras tipográficas los tacos de grabado? Y nosotros, ¿de que lado de la frontera quedamos? ¿Estamos amenazados de desaparecer, como la Alicia del otro lado del espejo, si ellas, las imágenes, como el rey rojo de detrás del espejo, de pronto despiertan? El juego es infinito y el disfrute del demiurgo se percibe y se contagia, y no queremos que termine la sorpresa aunque sabemos que en esta dimensión sin límites podemos volver a empezar por donde queramos. Tampoco queremos que se acabe el relato del autor que nos cuenta: “Me interesa mucho esa rotunda levedad que encierra lo cotidiano. Meterme, adentrarme en esas profundidades que son muy cotidianas, muy personales y a la vez muy mágicas, entrar en esta maquinita de sueños que menciono. Lo disfruté mucho y creo que va a haber más”. Ojala se cumpla, por el bien de los viajeros sin brújula que queremos caernos al vacío de esos espacios donde el sueño de la imaginación, lejos de crear monstruos, genera liberadores espacios de interacción entre lo visible y lo invisible.

  1. Imaginaria, 20 imágenes sueñan relatos, de Domingo Ferreira. Premio Fondos Concursables para la Cultura, rubro relato gráfico, 2015. Mec.

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Crónica de un encuentro

El otro que soy yo mismo

En el texto del catálogo, Gabriel Peluffo Linari hace referencia a su encuentro, en tanto artista y espectador, con la propuesta curatorial y el “corte expuesto […] en el que podía ver las distintas capas arqueológicas” de su carrera, en esta titánica recopilación de piezas únicas y trabajos dispersos que implicó entre otros desafíos la tarea curatorial. Inevitablemente eso supuso el encuentro con piezas perdidas y olvidadas, ¿cómo se vive un cruce de esas características? ¿Pudo reconocerse en esas etapas, en esos otros Mingos que en un momento dominaron su escena creativa?

—No es fácil explicarlo, pero tiene que ver con el proceso en el que me fui formando como dibujante de prensa. Porque al empezar a dibujar yo estaba también experimentando distintos ángulos de acción. Se daban experiencias que de alguna manera me iban indicando por qué camino ir, cuál profundizar, cuál no, en una experiencia que de alguna manera me indicaba caminos. Este encuentro con muchos años de diferencia es como revivir, recorrer otra vez, enfrentarme a ese camino de inseguridades, seguridades, errores, aciertos, que no deja de ser bastante, no sé si abrumador, pero importante: me estaba reidentificando con todos ellos y de esa forma conciliando los resultados, los pasos seguidos en todos esos años de labor.

—En realidad, más allá de momentos formales o preocupaciones temáticas que indudablemente marcan etapas, hay en la obra un componente de continuidad que se reafirma en la convergencia, las “visitas” que temas y personajes de diversos períodos se hacen a lo largo de la obra.

—Hay continuidades, sí, y por otro lado hay también otra cosa, otra forma de constante si se quiere, que es, curiosamente, el cambio. La convicción de que trabajaba cumpliendo etapas. Investigar un tema o un recurso hasta que veía que se iba agotando, repitiendo, y entonces buscaba enfocar el asunto desde otro ángulo, ya fuera técnica o conceptualmente, y todo eso genera que de alguna manera haya en esta retrospectiva un reconocimiento, por decirlo así, a etapas de las que me había olvidado. Un olvido alimentado además por el hecho de dejar de verlas, porque no tengo los originales. Muchos se fueron perdiendo en las redacciones, en archivos irrecuperables. En ese sentido la dictadura, la represión a medios de prensa, el exilio, fueron grandes motivos de dispersión de material. Mucho material de esa época de la década del 70 fueron aportes de amigos que habían conservado material de cuando se cerró Marcha. El trabajo del curador fue toda una pesquisa en ese sentido. Se trató de ir viendo de contactar amigos que tuvieran materiales, que tampoco eran tantos, porque por ejemplo gente que estuvo vinculada a Marcha no quedamos muchos. Un poco ese es el meollo del asunto: el interés que genera esa distancia temporal y hasta física con las piezas, y el hecho de reencontrarse con esas puntas olvidadas dentro del proceso de formación de toda una vida de trabajo. 

(Fragmento de la charla que con motivo de este artículo sostuvimos con Mingo Ferreira. Julio de 2016.)

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