El martes 26 de julio, en el programa de televisión estatal Hablando con Maduro, el mandatario dedicó buena parte de sus energías a criticar a Pokémon Go y en general al mundo de los videojuegos, y ya que estaba incluyó también en la misma bolsa las “seriales”, que “consumen los niños” y “que les crean realidades virtuales”. Además de reflotar palabras en desuso como la arcaica “serial”, y permitirse una licencia poética al bautizar como “realidad virtual” al concepto de “realidad aumentada”, Maduro desplegó una concienzuda y edificante diatriba moral. Apuntó su artillería contra “una cultura que genera realidades virtuales, todas vinculadas a las armas, a la violencia, a la muerte”.
Evidentemente el presidente venezolano es un especialista en esta cultura específica a la que señala, y como buen conocedor puede permitirse generalizaciones de este porte. En lo que respecta en particular a la aplicación, señaló: “Como el nuevo juego que hay por ahí, de Pokémon Go. ¿Ustedes lo conocen? Son realidades virtuales, y miles de jóvenes, miles de personas terminan viviendo en la realidad virtual, cuando ésta es matar y matar, desde la primera edad: 6 años, 8 años, 10 años”. También aseguró que no puede esperarse nada “de un ser humano que se compenetra única y exclusivamente con la cultura de la muerte que ha creado el capitalismo”. Pensador lúcido y hasta vanguardista, Maduro desconsidera las tesis de que la pobreza y el hambre sean factores influyentes en los índices de violencia de una sociedad, y entiende que los productos culturales consumidos sí son determinantes.
El comunicador fue muy generoso al hablar de “miles” de jugadores; no querrá alarmar a la población señalando que en realidad se trata de millones. Claro que los niveles de violencia de Pokémon distan mucho de los videojuegos apenas violentos, pero si Maduro colocó su vara allí, debe de tener razón y seguramente poco más que violencia puede esperarse de quienes consumimos juegos como Pokémon Go, Minecraft o Mario Bros. Además, la franquicia de Pokémon es de origen japonés, un país en el que la tasa de homicidios llegó a un 0,3 en 2012 según cifras oficiales, colocándolo en el puesto 192 de los más violentos del mundo. Está claro que el presidente venezolano sabe muy bien de lo que habla.