Hay tantas que es fácil encontrarse con alguna. Sólo hay que fijarse bien y no confundirlas con cauces secos de arroyos, torrenteras o con las antiguas zanjas cavadas para que los automóviles no salieran del asfalto en los años en los que la zona estaba abierta al tráfico.
La Casa de Campo, finca histórica y mayor parque público de la ciudad de Madrid, cuenta con numerosísimos restos de los combates que allí se libraron durante la guerra civil española –en su inmensa mayoría abandonados a las inclemencias del tiempo y sin siquiera rotular–, entre ellos cientos de metros de trincheras.
Pero hay una en concreto que es especial, y en ella se ha fijado el grupo de arqueólogos dirigidos por Alfredo González-Ruibal, investigador del Instituto de Ciencias del Patrimonio, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Csic), y en la que en estos días trabajan estudiantes de las universidades Complutense, del País Vasco y de Nottingham (Reino Unido), así como alumnos de las maestrías en arqueología del conflicto de diferentes países y voluntarios internacionales.
“Esta es, probablemente, la única trinchera que se conserva de la batalla de Madrid”, desvela el investigador. Corría el mes de noviembre de 1936 y las tropas de Franco se disponían a atacar la ciudad desde el oeste. El día 7 cruzaban el muro que Francesco Sabatini construyó en el siglo XVIII para cercar la finca real, en lo que fue el comienzo de casi tres semanas de ataque directo sobre la ciudad, una operación militar que acabó con la resistencia republicana y la estabilización de un frente al oeste de la urbe que estaría activo y sin cambios sustanciales hasta el fin de la contienda.
Dos años y medio de guerra a las puertas de la capital, con sus escaramuzas, ofensivas y contraofensivas, provocaron que los campos de batalla fueran los mismos en numerosas ocasiones. Algo que no ocurrió aquí. “Es muy difícil localizar un episodio que haya tenido lugar durante los comienzos del ataque de los sublevado a la capital. En este sitio concreto de la Casa de Campo, por diversas razones, se ha conservado una trinchera que estuvo en uso exclusivamente o principalmente durante el mes de noviembre de 1936”, relata González-Ruibal. Pero esta no es la única característica que hace único a este lugar.
“La mayor parte de las fortificaciones que se conservan en la Casa de Campo son franquistas. En cambio, en esta esquina los republicanos lograron mantenerse por lo menos dos semanas más, cuando ya prácticamente toda la Casa de Campo había caído en manos sublevadas.” Para mayor interés histórico y arqueológico, la trinchera fue excavada y defendida principalmente por los soldados alemanes de la XI Brigada Internacional, la primera de las fuerzas de voluntarios internacionales en constituirse en apoyo al gobierno republicano, apenas unas semanas antes de los combates en Madrid. “Esto es un valor añadido, porque no se conservan muchos campos de batalla como este donde hayan participado voluntarios internacionales”, destaca.
La trinchera, junto a las ruinas de la antigua Casa de Vacas del parque, tiene además una fisonomía peculiar. “Es una trinchera muy del comienzo de la guerra, no es la trinchera perfectamente diseñada que se ve en otros campos de batalla y en líneas más consolidadas. Seguramente se hizo con cierta precipitación, cuando las tropas sublevadas habían entrado ya en la Casa de Campo, y tiene algunas características que la aproximan a lo que es una trinchera de la Primera Guerra Mundial.” Entre éstas, el hecho de que sea una trinchera muy lineal, “que no es muy buena idea porque si cae un proyectil de artillería puede batir fácilmente a todos los defensores”, apunta González-Ruibal; o que los abrigos de tropa se encuentren en la parte delantera de la zanja, “nuevamente una característica de la Primera Guerra y en este caso una buena idea, porque evita que entren proyectiles, balas y metralla en el abrigo al estar dando la espalda al enemigo”.
En resumen, el espacio es “una prueba más de que aquí estuvieron luchando las Brigadas Internacionales y que entre esos brigadistas alemanes había gente que ya había estado en la Primera Guerra, por eso lo que hicieron aquí fue reproducir un poco un campo de batalla de esa guerra”, lo que interesa especialmente al grupo de investigadores.
NIETA DE UN BRIGADISTA. Entre las voluntarias que este mes de julio se encontraban trabajando en la trinchera junto a la Casa de Vacas está Frieda Park, nieta de un brigadista británico fallecido en el frente de Aragón. “Mi abuelo luchó en España y le mataron, de hecho cerca de Belchite (Zaragoza), donde estuvimos excavando el año pasado.”
Fue precisamente el grupo del Csic coordinado por González-Ruibal el que trabajó e investigó en el área de Belchite, una localidad que acabó totalmente destruida tras quedar en medio del frente. “Fue muy emocionante estar allí, en el lugar en el que luchó y murió”, relata la voluntaria, muy implicada en su país en la fundación International Brigades Memorial, una organización que sigue la pista de las Brigadas Internacionales británicas.
Park no es la única británica del grupo. Sue Turner es una profesora jubilada de un pequeño pueblo entre Leeds y Manchester. También participó en la excavación de Belchite, tanto en 2014 como en 2015, las dos ocasiones en las que el grupo de arqueólogos ha trabajado en la zona. “Me interesa mucho la arqueología, voy también a excavaciones en Inglaterra y también tengo interés en la historia política, especialmente la guerra civil española, por las Brigadas Internacionales que acudieron desde países de todo el mundo”, relata. “Es una parte de la historia que no se enseña en los colegios ingleses y británicos. Muchos no conocen nada de la guerra civil española y de la importancia que tiene, y de cómo la historia en Europa podría ser diferente si hubiese ganado el bando republicano.”
Por el momento el grupo de arqueólogos ha encontrado fundamentalmente restos bélicos en la zona. “Puede parecer obvio, pero en las trincheras se encuentran muchas más cosas, objetos que tienen que ver con la vida de los soldados”, cuenta González-Ruibal. Entre estos materiales hay decenas de balas, restos de metralla, proyectiles de artillería, proyectiles de mortero e incluso bombas de la aviación. Algunos de estos restos han sido retirados por los artificieros de la Guardia Civil, como dicta el protocolo en estos casos.
La imagen que trasmite la escena a los investigadores es la de un lugar en el que hubo un duro combate continuo durante un período de una o dos semanas. “Realmente la experiencia para estos soldados internacionales, que quitando a los veteranos de la Primera Guerra era la primera vez que se enfrentaban a un combate, tuvo que ser tremenda. Fueron lanzados directamente desde la segunda línea en Albacete, donde habían entrenado, a un frente durísimo”, relata el coordinador de la excavación.
A pesar de que tres universidades y varias organizaciones internacionales están vinculadas con el proyecto, este tipo de acciones no consigue financiación de los organismos españoles. “La financiación de este proyecto proviene prácticamente en su totalidad de fuera, es muy difícil conseguirla en España para este tipo de proyectos”, remarca González-Ruibal.
Para estas tres excavaciones en concreto, una parte importante de los fondos la ha aportado la Universidad de Nottingham, mientras que otra la ponen los estudiantes estadounidenses que vienen a trabajar en el proyecto del Csic, y algunos fondos europeos.
Pero el proyecto de arqueología, que se desarrolló durante todo julio, no se limita a la trinchera de la Casa de Vacas. “Este proyecto lo que pretende realmente es comprender cómo afectó la guerra civil española a una gran capital”, dice González-Ruibal, quien recuerda que Madrid fue la primera gran ciudad europea donde se desarrolló un frente bélico. “Fue aquí donde por primera vez un ejército moderno se enfrentó a una ciudad, y lo que nos interesa es recuperar cómo fueron esos paisajes de guerra, cómo la guerra transformó materialmente la ciudad.”
Para ello el proyecto considera tres localizaciones. La primera, ya excavada –y en la que el equipo ha trabajado en anteriores ocasiones–, es una zona de la Ciudad Universitaria en la que hubo un frente de larga duración, con posiciones republicanas estables durante dos años y medio. “Después vamos a trabajar en el cerro Garabitas, una posición franquista también de larga duración que estuvo ahí durante los dos años y medio que duró la guerra en Madrid y que tiene el elemento añadido de ser un punto icónico de la guerra en esta ciudad, porque ese era el observatorio desde el cual se bombardeaba la ciudad.”
El cerro, en el que al día de hoy se pueden observar fácilmente las líneas de trinchera, así como los restos de otras posiciones fortificadas, era el lugar desde donde se atacaban continuamente con cañones zonas como Argüelles y la Gran Vía.
Josu Santamarina, estudiante de una maestría de la Universidad del País Vasco y arqueólogo, que estos días trabaja en el grupo, explica que el fin de la excavación es “intentar rescatar historias olvidadas que en los informes y en las fuentes oficiales no se mencionan, y que si no se pierden”.
“La arqueología de la guerra civil sirve para traer el pasado al presente, y hace que nos reunamos todos en torno a estos restos materiales de la guerra y de la dictadura”, apunta por su parte González-Ruibal, “y discutamos sobre ellos”. Según el investigador, no se pueden cerrar las heridas si antes no se ha hablado de ellas. “Es evidente que la guerra civil sigue siendo una herida abierta, por mucho que algunos intenten negarlo, y lo que nosotros pretendemos es que nuestras excavaciones, de un campo de batalla o de una concentración, sirvan para seguir debatiendo, porque una sociedad democrática no puede existir sin que haya un debate público sobre estas cosas.”
Tomado de Diagonal, Barcelona, por convenio.