Una familia cuyos integrantes enfrentan diversas circunstancias difíciles y los conflictos de siete representantes de la tercera edad que conviven en una casa de salud inspiran dos grandes textos que comparten la cartelera del teatro de la calle Paraguay.
Viaje de un largo día hacia la noche (Alianza, sala China Zorrilla, miércoles y jueves), del estadounidense Eugene O’Neill, dirigida por Jorge Denevi, con afinadísima puntería y un toque irlandés y autobiográfico, explora el deterioro que el pasaje del tiempo ocasiona en una familia de las primeras décadas del siglo pasado. A pesar de sus problemas personales, cada uno de los componentes del hogar en cuestión, por momentos, brinda la impresión de estar procediendo en nombre del amor que siente por los otros. Puede más, sin embargo, la carga de los fantasmas que pesa sobre los hombros de cada uno, carga que define no sólo la imposibilidad sino también el creciente número de obstáculos que encuentran para seguir adelante por separado. El soberbio texto, que culmina con un maravilloso golpe de teatro –léase gran final–, encuentra en Denevi la mano comprensiva y experimentada, capaz de trasmitir tanto lo que los personajes dicen como lo que, por distintos motivos, no expresan, sutil ecuación que la inteligente puesta lleva adelante por medio del intenso desempeño de Roberto Jones en el sugerente papel del gran actor que no llegó a ser, Nidia Telles, conmovedora en el manejo de los contrastes de la esposa y madre cuya razón se resquebraja, y Álvaro Armand Ugon como el hijo que decae bajo el efecto de las frustraciones y el alcohol. Sebastián Serantes, a cargo de la figura del hijo menor, no alcanza, en cambio, a reflejar ni los estragos de la enfermedad que padece ni los maltrechos lazos que lo unen al núcleo familiar, un descuento que no siempre los brillos del espectáculo, que incluyen escenografía y vestuario de Nelson Mancebo y banda sonora de Alfredo Leirós, logran hacer pasar por alto.
La pecera (Alianza, sala China Zorrilla, sábados y domingos), del recordado autor nacional Eduardo Sarlós, con dirección de Mario Ferreira, vuelve por sus fueros con la tocante galería de un septeto de siluetas en el retiro de un hogar de reposo, donde cada uno se relaciona y sobrevive de acuerdo a sus características. Una pecera en el salón que los siete atraviesan cada poco tiempo aloja otras tantas criaturas a las cuales el dramaturgo acude para proponer adecuada comparación, a lo largo de una asordinada progresión en la que cada uno tiene oportunidad de desgranar quejas e inquietudes. Un logradísimo diseño de personajes le abre camino a Ferreira para extraer lo mejor de un elenco integrado por figuras de probada eficacia. Vale entonces la pena disfrutar del trabajo de composición que llevan adelante una puritana y correctora Cristina Morán, la superficial y dicharachera Silvia García, una sagaz y autoritaria Susana Castro, la Lucía a la deriva que dibuja Norma Salvo, el Franz quebradizo y generoso que le toca a Hugo Bardallo, un frágil y rezongón Ricardo Couto y la deliciosa húngara –como los antepasados de Sarlós– que encarna Susana Groisman. En todos y cada uno la platea descubre rasgos compartibles que se integran con facilidad en una obra para la cual el tiempo no pasa. Menos feliz, en cuanto a la puesta, parece esta vez la utilización de los desplazamientos por el espacio escénico y la demasiado débil alusión a lo que sucede en el piso de arriba de esta pecera de ladrillos que, sin la menor duda, alberga a gente tan reconocible.