Hasta los bien pensados saben lo que es la Cia y hasta dónde puede llegar, pero no todo el mundo se imagina que, aun dentro de tal organismo, se encuentra gente que teje intrigas y es capaz de acudir a maniobras de todo tipo para lograr mayor poder, o al menos conservar el que ya tiene. Datos todos que el bueno de Jason Bourne, castigado miembro –o ex miembro– de la mencionada central, va reuniendo sobre la marcha, a medida que investiga por qué le han sucedido ciertas cosas y qué responsabilidad tuvo realmente su padre cuando Watts –el apellido verdadero de Bourne– entró a tallar allí. Todo un tema que se remite a una miniserie inspirada en una novela de Robert Ludlum que le abrió camino a fines de la década del 90 y se prolonga en un cuarteto de películas, tres de las cuales resultaron protagonizadas por Matt Damon, y las últimas dos dirigidas por Paul Greengrass, quien vuelve aquí a la carga de la mano del mismo actor, con el cual se unen a la inquieta pareja compuesta por Frank Marshall y Kathleen Kennedy para producir el presente nuevo capítulo de una saga que probablemente, en breve plazo, continúe.
A favor de Greengrass, responsable de la atendible Vuelo 93, debe constar el ritmo más que ágil que le imprime a todo un asunto que decide basar en secuencias muy cortas en las que siempre sucede algo importante. Secuencias, por supuesto, brillantemente fotografiadas en pantalla ancha por Barry Ackroyd, y sagaz y velozmente editadas como para pasear a la platea por lugares tan diferentes como Washington DC, Las Vegas, Berlín, Grecia y la mismísima Islandia, sin contar las escenas filmadas en Tenerife, Islas Canarias, de manera de aligerar presupuestos. En ellas se ve al preocupado Damon, a un castigado Tommy Lee Jones como su ex superior, al siempre interesante Vincent Cassel en el papel de un implacable ejecutor, y a la sugestiva Alicia Vikander (La chica danesa) como la aparentemente bienintencionada nueva subordinada del maquiavélico Lee Jones. Corresponde asimismo a Greengrass el desarrollo de una acción cuyo comienzo parece más elíptico y oscuro de lo recomendable, detalles que el propio realizador se encarga de borrar con un estilo que consigue que todo quede claro cuando en verdad se necesita. Más que en grandes actuaciones de Damon, Lee Jones, Cassel, Vikander y compañía, el relato se apoya en lo bien, muy bien, que los nombrados redondean tipos humanos con miradas elocuentes y economía de gestos, a lo largo de una anécdota que, otra vez más, parece decirnos qué pequeños somos frente a los tejes y manejes de quienes ostentan poderes incontables y, desde las sombras, se aprovechan de movimientos filosóficos, religiosos o lo que sea para seguir adelante con sus planes. En muchos casos, tales manejos ni siquiera se relacionan con el futuro “bienestar” de la potencia que les paga el salario, una conclusión que aporta trascendencia y por cierto actualidad a un producto que, sin mayores obstáculos, supera el nivel de aquellos entretenimientos que se olvidan no bien se hace abandono de la sala.