Mario di Lucci Medina murió el 12 de setiembre en Copenhague, pocos días después de cumplir 68 años. Murió en la ciudad de su elección, donde pintó su obra y donde nació su único hijo, Sebastián, de su matrimonio con Hanne. Las grandes telas de Mario llevan la marca de los años violentos de las décadas del 60 y 70 en Montevideo y Buenos Aires. “Yo creo que tuvieron muchísimo que ver, pero en forma totalmente inconsciente”, reconoció en una última conversación que mantuvimos en Copenhague, pocas semanas antes de su muerte. Amigo de toda la vida y gran admirador de su obra, siempre opiné que Mario fue el pintor de los años de plomo. En Buenos Aires, adonde llegó exiliado en 1974, encontró a su maestro, Luis Felipe Noé, uno de los principales exponentes de la nueva figuración argentina, que tuvo una influencia determinante en su vida y en su arte. “Noé me dio una identidad, me agarró en un momento crucial, me trató como a un hijo y yo como a un padre. Empecé a pintar libre cuando dejé de buscar el tema. Noé me dijo una vez ‘el tema no lo pienso, tiro pintura y el tema surge’. Eso me cambió la vida. Y así salían imágenes y yo las trabajaba. El día que empecé a tirar color y a encontrar cosas, ahí me liberé, nunca más me faltaron temas, era una cuestión de todos los días, no tenía más que pensar .Y claro, me salían temas que eran muy violentos, yo me doy cuenta de que a la gente le chocaba, a favor o en contra. La gente, o quería absolutamente ese cuadro, o no quería verlo nunca más. Yo me eduqué no en la pintura uruguaya, en la pintura argentina, que es mucho más libre. En Uruguay tuvimos la maldición de Torres García, nadie sale de eso”, dijo en aquella entrevista, pero enseguida matizó: “He visto algunas cosas interesantes en Facebook de la pintura uruguaya actual”.
Mario fue capturado en las grandes redadas contra los tupamaros de mayo de 1972, torturado en el Batallón Florida y luego encarcelado hasta fines de 1973, primero en el penal de Punta Carretas y después en la cárcel de Libertad, donde pintó sus primeros cuadros. Abandonó Buenos Aires en 1976 y obtuvo refugio político en Suecia. A principios de los ochenta conoció a Hanne y se mudó a Copenhague. En sus inicios fue muy influenciado por Francis Bacon, y desde luego por Noé. “A Bacon lo conocí mirando un libro de arte, vi una foto muy rápida del cuadro del papa Inocencio III. Al principio me basé mucho en Bacon, incluso demasiado. Después se me pasó la locura de Bacon, no como pintor, como pintor la tengo hasta hoy, sino por eso de tratar de pintar como él. Noé se basaba mucho en el grupo Cobra (Copenhague, Bruselas, Ámsterdam). Se vino a Copenhague a visitarme y a ver a Jasper Jones, el que más admiraba de los tres, justamente un danés. Hay una influencia de Noé, aunque él se reía y decía que lo único que me enseñó fue a tomar vino. Me fui independizando más de Noé, de Bacon, y llegué a mi pintura, que es mía. Mientras pintaba escuchaba música todo el tiempo, música fuerte. Me ponía a bailar solo frente a la tela, pintando. Llegaba a éxtasis más elevados que el orgasmo, te lo juro.”
Expuso en Copenhague, Wa-shington, Nueva York, Buenos Aires y Montevideo, su ciudad natal. En 1997 retornó a Uruguay y quedó sumido en una profunda crisis personal. Su última exposición fue en 1998, en el espacio de Buquebus. “Morí durante 15 años en todo sentido. Los 15 años perdidos me generan una gran frustración, no solamente en arte, que quizás sea lo más importante, en todo sentido”. Fue su regreso a Copenhague, tres años atrás, lo que le devolvió la vida. Pero no volvió a pintar. “La cárcel marcó mi vida definitivamente. Ahora estoy viviendo las consecuencias. Durante 40 o 30 años borré la cárcel. Para mí no me había quedado ningún problema, yo era normal, no me había afectado para nada. Me llamaba la atención. No tenía problemas para dormir, ni de droga, ni de alcohol, ni con las mujeres, todo era normal. Seguí mi vida. Me vino el trauma a los 50 años. Lo que más me acuerdo de la tortura son los plantones. No la picana, ni el submarino. La paranoia. Esa paranoia quizás es lo que más me persiguió toda la vida. Esperar una cosa que sabés que va a venir y que es muy mala. Por eso siempre busqué la solución aquí y ahora. Esperar siempre me dio pánico.”
Visité y entrevisté a Mario en julio, en el hospicio donde vivió sus últimos días. “En esta situación me importa más la vida que el arte. No tengo la idea del legado o de la trascendencia. Los cuadros, que es lo único que voy a dejar de mi pasaje por el mundo, me importan por Sebastián.”
* Periodista uruguayo. Ex jefe de redacción de la Agencia France Presse para América Latina.