La Catedral Ortodoxa de París se acaba de convertir en la primera víctima simbólica –las demás son horrorosamente reales– de la tensión entre Rusia y las potencias occidentales, derivada de la estrategia rusa en Siria, donde la aviación de Vladimir Putin se alió con la del mandatario sirio, Bashar al Asad, para arrasar con los sectores rebeldes de la ciudad de Alepo. Putin debía acudir el miércoles 19 a la capital francesa para inaugurar la monumental Iglesia Ortodoxa, cuya construcción empezó a gestarse bajo la presidencia de Nicolas Sarkozy. El deterioro de las relaciones entre los bloques tornó imposible el viaje. El presidente francés, François Hollande, primero acusó a Rusia de cometer “crímenes de guerra” en Siria, luego presentó el fin de semana una resolución en el Consejo de Seguridad de la Onu contra los bombardeos rusos –fue vetada por Rusia– y, por último, decidió recibir a Putin para evocar la situación en Siria pero no estar presente en la inauguración de la catedral ortodoxa. Putin terminó anulando su desplazamiento.
Las relaciones entre Moscú y Occidente nunca habían atravesado una fase tan nefasta desde la caída del Muro de Berlín, en 1989. El ex presidente ruso Mijail Gorbachov sentenció hace dos años lo que hoy es una realidad: “El mundo está al borde de una nueva Guerra Fría”. Dos años más tarde, el mismo dirigente que presidió los destinos de la Unión Soviética cuando cayó el muro vuelve a señalar la amenaza de un conflicto generalizado con el telón de fondo de la guerra en Siria: “Pienso que el mundo se acerca peligrosamente a la zona roja”.
La suspensión del viaje de Putin a París no hace sino traducir el mar de fondo y las intrigas que se mueven detrás de esta barbarie moderna en la que rusos y occidentales juegan a una ruleta mortal a espaldas de las víctimas. La ofensiva conjunta sirio-rusa en Alepo tiene como objetivo tomar el control de los barrios del este controlados por los rebeldes desde 2012, mientras que los occidentales y varios países árabes vecinos que soplaron sobre las brasas del conflicto se cruzan de brazos o acusan de todo a Moscú como si, desde el principio, no hubiesen sido quienes respaldaron, adiestraron, financiaron y armaron a una resistencia dispar que jamás pudieron controlar realmente. Luego Moscú se metió en el juego con una ambivalencia que no tardó en plasmarse en otra calamidad: los rusos también estaban jugando en el conflicto, pero al revés de lo que habían anunciado y sin la más mínima piedad por las poblaciones civiles. Civiles, médicos, miembros de la Onu, periodistas, la Cruz Roja testimonian cada día del horror de bombas de todo tipo bajo el cual vive Alepo.
París esperaba que Putin hiciera “algunas concesiones” sobre su posición en Siria, pero en lugar de “concesión” hubo un plantón y, por ende, el cierre de una nueva vía para frenar la escalada. Como lo admiten ya sin medias palabras los expertos en estrategia internacional, se ha instaurado realmente una lógica de confrontación que nadie sabe hasta dónde irá. Uno de los gestos más espectaculares que prueban esa escalada es la instalación, el sábado 8, en Kaliningrado, de misiles crucero con capacidad para llegar hasta Berlín. Poco a poco, las tentativas de mediación, de diálogo y de consenso fueron cediendo ante la imparable evidencia de la guerra y de los intereses cruzados que la alimentan. El ministro de Relaciones Exteriores alemán, Frank-Walter Steinmeier, admitió que “el peligro de una confrontación militar es considerable. Desde hace varias décadas ese peligro nunca ha sido tan importante como ahora. La confianza entre el Este y el Oeste nunca había sido tan débil”. Pese a todo, la presidencia francesa reconoce que el “diálogo nunca se ha roto entre París y Moscú”. En total, los presidentes de Francia y Rusia han mantenido cerca de 30 conversaciones telefónicas. Ninguna, sin embargo, ha cambiado el rumbo del conflicto en torno de Alepo. Decenas de personas mueren cada día por la responsabilidad directa de todas las potencias mundiales que tomaron a la población civil como rehén de sus guerras de alianzas y de influencias. Más de 360 mil muertos, 2 millones de desplazados, decenas de miles de refugiados, ciudades arrasadas por los bombardeos: Siria paga el tributo del volcán que encendieron Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Rusia, Irán, Arabia Saudita, Qatar y Turquía. Los unos apoyan a los rebeldes, los otros a Al Asad o a quien les convenga según el momento –Moscú– y los terceros –en su empeño por debilitar a Irán o a los kurdos– a los grupos yihadistas sumergidos dentro de la polifónica “oposición siria”. Guerra global en un pequeño territorio donde cada día la indolencia y la inoperancia de quienes gobiernan el mundo extiende la catástrofe.