La humanidad parecería empeñada en lograr que la tecnología sustituya cada una de sus funciones más elementales; a diario nos enteramos de complejos dispositivos diseñados para sustituir la mano de obra humana por la robótica. Pero a veces estas innovaciones llegan a extremos impensables, como las empleadas recientemente para preservar la seguridad pública.
Shenzhen es una localidad del sur de China, convertida en los últimos años en uno de los principales polos económicos y estandarte del crecimiento de la potencia asiática. Ciudad limítrofe con Hong Kong, con más de diez millones de habitantes, pasó de ser un austero pueblo de pescadores a una urbe plagada de rascacielos, así como un referente en la vanguardia tecnológica.
Allí fue que se desarrolló Anbot (an significa “seguridad” en mandarín), un robot ovoide de 75 quilos y 1,5 metros de alto, equipado con tecnología de reconocimiento facial, cuatro cámaras digitales y una pantalla en su frente, según describe la agencia estatal de noticias Xinhua.
Por el momento la jurisdicción de esta unidad es el aeropuerto de Shenzhen, allí cumple funciones de vigilancia y de control de los pasajeros. Anbot toma imágenes de los transeúntes para que sean analizadas, aunque también puede atender al público respondiendo algunas preguntas y dando información sobre los vuelos. Pero lo más interesante del robot es su reacción ante emergencias de seguridad. Si la unidad identifica a algún sospechoso puede advertir a los guardias con sus sirenas, pero también puede perseguir al sujeto a 18 quilómetros por hora e incluso detenerlo con una garra metálica e inmovilizarlo con descargas eléctricas. Además Anbot tiene la capacidad de buscar armas, estupefacientes y explosivos, pudiendo patrullar de forma continua durante ocho horas.
Esta máquina es producto del trabajo conjunto del Buró de Seguridad Pública de Shenzhen, la Universidad Nacional de Tecnología y una empresa de la zona, y es el primer resultado de un proyecto de robots destinados a preservar el orden en los espacios públicos. Sus realizadores anunciaron la intención de que también estén presentes en bancos y escuelas. El Ministerio de Seguridad Pública ya expresó su interés por estas unidades, cuyo valor ronda los 15 mil dólares.
China invierte cifras millonarias en materia de seguridad. Incluso en la misma ciudad de Shenzhen, pionera en videovigilancia en el país, son varias las empresas de tecnología que se han inclinado por el rubro de la robótica y los drones. Muestra de esto es Makerspace, un conglomerado de empresas de la localidad que se vale de fondos público-privados para financiar alrededor de 50 proyectos vinculados al desarrollo de aplicaciones, robótica e inteligencia artificial.
La empresa Kiateng, radicada en la localidad lindera de Foshan, ha vendido en la última década más de cinco mil robots que ofrecen servicios de transporte, atención en hoteles y restaurantes. Pero hasta el momento las intervenciones de estos androides en la vida cotidiana no han sido totalmente exitosas, ya que algunos de estos mozos-robots debieron ser retirados por inconvenientes en su labor.
La creciente presencia de estos dispositivos en la vía pública ha generado encendidos debates relativos a los derechos humanos y las tecnologías. Y los riesgos no parecen ser menores. El experto en inteligencia artificial Shi Zhongzhi advirtió, por ejemplo, que “en la vida real podrían no funcionar adecuadamente si no son guiados por un líder humano”.
Este es el camino que China elige para su futuro, con máquinas más presentes en el día a día de la gente. Como el mismo Robocop, estas unidades inteligentes deben preservar la estabilidad y el orden aunque, a diferencia del personaje de la ficción, no cuentan con componentes humanos.