A John Le Carré le vino de maravillas la Guerra Fría para elaborar algunas de sus mejores historias de espionaje. Terminada esa etapa, Le Carré vino a tener el auxilio de que, en el mismo país –ahora con su nombre ancestral–, donde antes naufragaban o triunfaban espías buenos y espías malos por causas ídem, se generara una mafia lo bastante poderosa como para complicarle la vida a los honestos, ya que siempre habrá deshonestos para ayudarla, y no tener así que añorar los buenos tiempos del Kgb. Las cosas se ponen mejor cuando alguien de vida ajena a toda épica se ve atrapado en enredos criminales que debe enfrentar con escasas armas, toda una seña de identidad del buen viejo cine de acción, que no admitía superhéroes. Hossein Amini elabora en esa línea el guión basado en un libro de Le Carré para esta película1 que dirige la inglesa Susanna White (El regreso de la nana mágica, capítulos de series de televisión, como Jane Eyre, Boardwalk Empire o la muy atendible Parade’s End, que puede verse actualmente en Films&Arts).
Perry (Ewan McGregor) es un profesor de literatura que está en Marruecos con su esposa Gail (Naomie Harris), tratando de salvar una relación deteriorada por algo que sólo promediando el metraje sabremos qué es, y que tampoco tiene mayor importancia a los efectos de la historia, pero sí para esos toques de ambigüedad que Le Carré suele otorgar a sus personajes. En un carísimo restaurante, Perry es invitado por un locuaz y cargoso ruso llamado Dima (el sueco Stellan Skarsgård) a una lujosa bacanal donde el inglés interviene para salvar a una mujer de la violación de un gorila tatuado, gesto que demostrará a Dima que ese muchacho tiene el tipo de reserva moral de la que él, en ese momento, está muy necesitado. Dima, encargado de lavar dinero para los rusos, insiste en darle a Perry un pendrive con datos de los políticos y empresarios ingleses que la mafia coimea para poder instalar un banco en Inglaterra, a cambio de obtener protección para él y su familia. Las dudas de Perry y Gail son rápidamente aventadas cuando conocen a la familia en cuestión y calibran los riesgos mortales que corren. Y comienza la “acción” propiamente dicha, que consiste en convencer a los servicios británicos encarnados en el inefable agente del M 16 Damian Lewis, quien a su vez –por su cuenta y riesgo– debe convencer a sus jefes de la pertinencia de la operación, y evacuar a Dima y su gente desde Berna hasta Reino Unido.
Como película “de acción”, acción aquí no hay mucha, concentrándose el hilo narrativo mucho más en los personajes y sus reacciones, en la pintura de ambientes, que trabaja el contraste entre la violencia implícita en ese tipo de vida y la impronta familiera y afectuosa del personaje central, que en realidad viene a ser ese ruso gritón y expansivo que habla un inglés masticado y gutural. Una primera secuencia, en la que otro lavador de dinero, después de asistir al teatro con su esposa y su linda hija adolescente, firma papeles importantes, es tratado afectuosa y ceremoniosamente por su jefe y recibe de él una histórica pistola de regalo para ser casi enseguida ejecutado fríamente junto a la mujer y la niña en un nevado camino, demuestra el camino elegido para la realización. Más que aplicarse a las acciones que se ejecutan para enfrentar al mal, la película elige ojear el mismo mal, sus refinadas puestas en escena, su capacidad de infiltración y corrupción, su absoluta falta de piedad. El desbalance entre la contundencia de ese retrato y el carácter desatado del ruso, y la idoneidad, correcta pero nada más, del matrimonio inglés encargado del rescate, deslíe un tanto un filme con tramos interesantes y un atractivo aire de otros tiempos.