—Dijiste que cuando estás triste escribís para adultos, no para niños. ¿Por qué?
—También escribí libros para niños durante un tratamiento quimioterápico, pero me refería, más bien, a la desesperanza; si estoy desesperanzada me resulta más difícil escribir para niños, lo que de ningún modo lo vuelve imposible.
—La literatura infantil y juvenil (Lij) ha sido históricamente fastidiada por el funcionalismo pedagógico, y modernamente aprovechada por el mercado para multiplicar lecturas moralizantes. ¿Cómo ves estas variables en Brasil?
—Tuvimos la fortuna de escapar de eso gracias a un pionero fantástico, Monteiro Lobato, que en los años veinte y treinta creó una obra de una inmensa calidad literaria que impactó en los niños y formó una generación de autores que hoy se llaman Ligia Bojunga, Ruth Rocha y Ziraldo. Autores que por haber absorbido a Lobato navegaban sin tutelas didácticas en el universo infantil y no necesitaban anillos ni lámparas mágicas para pasar de lo real a lo imaginario, como después lo hizo el realismo mágico. La otra ventaja es que las editoriales brasileñas tardaron mucho en darse cuenta de que la literatura infantil era rentable, y cuando lo hicieron, hacía una década que autores provenientes de diversos géneros y campos culturales estábamos publicando material para niños. Como Ruth Rocha y yo, que publicábamos en la revista Recreo. Entonces la fuerza, frente a las editoriales, estaba del lado de los escritores.
—Podían elegir.
—Eso mismo, uno de mis libros más premiados, Raúl pintado de azul (Grupo Editorial Norma, 2001), fue rechazado por siete editoriales y lo publicó la octava. Las que lo rechazaron querían cambiarle pequeños detalles.
—¿Cuáles?
—Estábamos en dictadura y era sobre un niño al que le daba herrumbre en la cabeza si no pensaba, herrumbre en la garganta si no gritaba, herrumbre en las manos si no peleaba, y así. Otro de mis libros, Ojos, penas y plumas (Grupo Editorial Norma, 2012) estaba prometido a una editorial cuando decidí enviarlo al concurso de Casa de las Américas, en la categoría literatura brasileña, y gané. Enseguida la editorial dijo “con un premio en Casa de las Américas no podemos publicarte”. Probé en otra editorial que repitió la negativa y al fin salió en la misma que había publicado Raúl pintado de azul.
—Valiente, además de fiel.
—Sí, era un muchachito de 20 años hijo y nieto de editores, cuya pequeña empresa fue tragada luego por una multinacional. Ese poder de elección acompañó a varios escritores durante años, permitiéndonos consolidar una literatura de autor, no de catálogo.
—¿Conservan ese poder?
—Las cosas cambiaron mucho y las grandes editoriales, sobre todo españolas, entraron en Brasil. Una me ofreció un apartamento a cambio de exclusividad.
—¿Aceptaste?
—Claro que no, apartamento ya tenía, independencia no quise perder.
—¿El sistema pedagógico brasileño concientizó la noción de que la literatura sólo sirve para ser literatura?
—Un sistema es algo muy grande, soy enemiga de las generalizaciones. La sociedad brasileña es multiforme y compleja, hay muchos pedagogos, académicos y escritores que adhieren a esa convicción que mencionaste y defiendo, pero el asunto es que la pedagogía, en todo el mundo, tiende a servirse de cualquier cosa con tal de enseñar. Incluso de la literatura. Luego, los pedagogos críticos y creativos no son, en general, quienes definen las políticas educativas.
—Las definen los perpetuadores de la tendencia.
—Sí, y a pesar de eso, comparando a los docentes brasileños con los de otros países, creo que todavía tenemos un margen bastante ancho como para presentar batalla. Presentar batalla, digo, no triunfar, porque siempre puede llegar un imbécil con poder de decisión y cambiarlo todo.
LA VIEJA Y LOS NIÑOS
—¿Tu producción para adultos es paritaria con la destinada al público infantil?
—No en número de títulos pero sí de páginas, escribí diez novelas y nueve ensayos.
—¿Y libros para niños?
—Los que restan para llegar a 100.
—Por qué la inspiración decidió acumular en ese género y no en los otros.
—Buena pregunta pero complicada de responder, cuando comienzo a escribir nunca sé para “quién”. Supongo que influyó haber sido la mayor de 11 hermanos, tengo hermanos más jóvenes que mis hijos, además de 19 sobrinos y 11 o 12 sobrinos nietos; convivir con esa gama de edades hizo que mi lenguaje aprendiera a adaptarse a cada una. Todos somos capaces de ser políglotas en nuestra lengua pero pocos la usamos a fondo; muchas veces los adultos optamos por dirigirnos a los niños en forma condescendiente, de arriba abajo, pero si te sentás con ellos en el piso estás ahí, jugando y hablando.
—Igual, después, hay que transformar la experiencia en lenguaje literario. ¿Tenés explicación para un talento que te condujo a ser traducida a 20 idiomas?
—No, sólo doy gracias a la vida, como Violeta Parra, por poseerlo sin haber hecho nada para recibirlo. Una niña colombiana me escribió agradeciéndome el libro De carta en carta (Alfaguara, 2004), sobre un niño que intercambia cartas con su abuelo, ambos analfabetos, a través de un escribidor solidario. Esa niña no conocía al abuelo, que se había peleado con la madre antes de que ella naciera, pero luego de leer el libro comenzó a escribirle, el abuelo le respondió y decidieron encontrarse. Otro niño, en México, me preguntó la edad, le respondí 64 años y lanzó: “¿Cómo puede una vieja de 64 años, en Brasil, saber todo lo que está en la cabeza de un niño en México?”.
—Qué periodista.
—Qué lector. Esto es literatura, porque yo también preguntaría ¿cómo pudo un ruso del siglo XIX saber lo que estaría en la cabeza de una brasileña de 30 años dos siglos después?
—¿Qué ruso te cautivó a los 30?
—Tolstói, antes que Dostoievsky: Anna Karenina.
—Contaste que la protagonista negra de Niña bonita (Ediciones Ekaré, Venezuela, 1994, novena edición 2009) nació de tu hija blanca. ¿Por qué la ficción invirtió la realidad?
—Ese cuento fue publicado por primera vez hace 30 años, en ese momento era imprescindible, en mi país, una niña bonita negra.
—Asombroso, para la historia de la negritud en Brasil.
—Pero no para la discriminación de la negritud en Brasil. Ahora es un cuento conocido, pero en sus primeros tiempos, cuando comenzaba a leerlo en voz alta, ni siquiera ante la descripción de las cualidades del personaje –piel de pantera, trencitas de princesa de África– los niños conseguían imaginar una niña negra. Cuando levantaba el libro y les mostraba la ilustración, corrían las exclamaciones de sorpresa. n
- Nacida el 24 de diciembre de 1941 en Santa Tereza, Rio de Janeiro, Ana María Machado estudió artes plásticas y letras, fue docente de lengua portuguesa en La Sorbona, de París, posee un doctorado en lingüística y semiología cuya tesis, sobre la obra de Guimarães Rosa, tuteló Roland Barthes, fue presa y exiliada por la dictadura brasileña. En 2000 recibió el premio Hans Christian Andersen por el conjunto de su obra y en 2001 el Machado de Assis que otorga la Academia Brasileña de Letras, institución que integra como miembro de número y presidió de 2011 a 2013. Sitio en portugués www.anamariamachado.com
- La 11a Feria Internacional de Promoción de la Lectura y el Libro tuvo lugar del 23 al 30 de octubre en San José de Mayo.