En todas las sociedades, armoniosa o discutiblemente organizadas, rara vez falta alguien que decida no seguir los pasos de la mayoría para vivir de acuerdo a los dictados de su propia conciencia. Tal lo que en principio hizo el personaje que aquí encarna Viggo Mortensen cuando, acompañado de su mujer, construyó una casona en medio de solitarios bosques y montañas donde fueron creciendo sus seis hijos.1 Razones de salud empujaron un día a la esposa a volver a la “civilización”, pero el núcleo familiar, a pesar de todo, permaneció en el remoto lugar a las órdenes de ese progenitor llamado a enseñarles y entrenarlos para poder defenderse en aquel ambiente. Diversas circunstancias que conviene no revelar coinciden más tarde para que el grupo decida hacer una visita a sus tíos y luego a los mismos padres de la enferma, habitantes todos ellos de populosas ciudades, un vuelco en la vida de esa familia rural que pondrá en grueso relieve las diferencias que pueden darse tanto en Estados Unidos, donde transcurre esta historia, como en otros países, en situaciones de este tipo. Puntos tan vitales como la educación de los niños y el respeto a ciertas costumbres sociales y religiosas, habida cuenta de los aconteceres y las tendencias políticas de turno, asomarán en la trama a medida que unos y otros intercambian pareceres.
Sin duda que resulta siempre provechoso prestar atención a los disidentes, de quienes muchas veces surgen puntos a considerar que pueden traer consigo cambios a menudo positivos. La historia que firma y dirige Matt Ross, haciendo desde el título irónica alusión a algún héroe de historieta, dice así lo suyo en cuanto a la unidad familiar, la crianza de los niños, la educación escolar y las libertades de pensamiento y expresión capaces de empujar al espectador a reconsiderar costumbres y decisiones que, de vez en cuando, no estaría de más poner en tela de juicio. Un soplo de aquellos cambios o, al menos, intentos de cambios que aportó la filosofía hippie a partir de la década del 60 asoma en la contradictoria figura del “patriarca” Fantástico. Le falta empero al asunto justificación para que la platea entienda realmente qué fue que llevó al protagonista y a su mujer a alejarse de los grandes centros poblados y a criar en soledad a media docena de chicos que, tarde o temprano, tendrían que alternar con otras personas de su edad, una alternativa que la película resuelve con la simpleza de mostrar que a los integrantes del sexteto en cuestión les basta con jugar y dialogar entre ellos, sin necesidad de entrar en contacto con los demás. Las carencias de verosimilitud se van así acentuando en un relato que termina por retratar a “los habitantes del bosque” con más tonos de pintoresquismo y agresividad de lo necesario. Las recurrentes menciones al agudo pensador Noah Chomsky y algún tema de Bob Dylan en la banda sonora, de a ratos, subrayan a los asistentes las buenas intenciones de una narración que, entre el esquematismo y los huecos que el guión olvida rellenar, culmina de forma poco convincente. La entrega del siempre atendible Mortensen y la convicción del elenco –los jovencitos incluidos– le otorgaban buenas armas a Ross para defender una empresa que quizás un guión más exigente hubiera conducido a un nivel más digno de consideración que el que aquí se logra.
- Captain Fantastic. Estados Unidos, 2016.