—¿Qué se viene para Cuba ahora sin Fidel?
—Es difícil imaginarlo. La verdad es que no lo sé. Fidel aparece como uno de los grandes próceres de la patria latinoamericana. Pero bajo un manto revolucionario de otro signo, de otra época. Se constituyó en una suerte de visionario. Abrió a nuevos temas la agenda política. Inició en la región, allá por 1992 en la Cumbre de Rio de Janeiro, una crítica al modelo de consumo dominante. Fidel denunció tempranamente el consumismo que deterioraba la calidad de vida y depredaba el medio ambiente, cosa que ninguna de las izquierdas progresistas de la región hizo en los últimos años. Una de las características de la revolución cubana es su carácter austero, anticonsumista y defensor de un modelo de protección de los recursos naturales. Ese es otro de los rasgos de la revolución cubana, un nuevo ideario.
—¿Fue una suerte de visionario, entonces, al plantear temas que el conjunto de la izquierda recién ahora está formulando?
—Lo era, pero… a ver. El bloqueo estadounidense, las limitaciones del cambio revolucionario en un solo país, las persecuciones a la oposición política y las restricciones a las libertades públicas le hicieron un escaso favor a la revolución. Eso dividió aguas en la sociedad latinoamericana, y el progresismo no fue precisamente lo primero que buscó la revolución cubana, ni fue la orientación que tomó posteriormente. Sin embargo, es cierto que, si hacemos un balance, queda muy bien parado el proyecto de construir otro tipo de sociedad más igualitaria, basada en valores alejados de los patrones de consumo que conocemos. En términos personales, soy de una generación que fue mucho más impactada por la revolución sandinista en Nicaragua que por la cubana.
—¿Y eso cómo influye en tu balance sobre Cuba y Fidel Castro?
—En principio, mi análisis sobre las izquierdas latinoamericanas no se agota en la experiencia de Cuba y de Fidel. Tampoco en el posterior sandinismo nicaragüense. Viajé hace poco a Nicaragua y me encontré con la experiencia de un país sometido a prácticas autoritarias por parte de Daniel Ortega. De todos modos, lo esencial en todo esto es que no tenemos modelos revolucionarios en este siglo XXI, salvo que tomemos esa falta de modelos como un desafío para las ideas de izquierda en el continente. Los llamados gobiernos progresistas en su mayoría han fracasado y se toparon con sus propias limitaciones características del siglo XX.
—Podemos decir que, en un siglo sin modelos de revolución ni proyectos alternativos de sociedad, ¿Fidel sigue siendo un transgresor?
—Fue un visionario, pero no necesariamente un transgresor. Criticó la sociedad de consumo, abordó temas como la destrucción del planeta y la defensa de la ecología, y hasta hace poco habló contra el fracking. De todos modos, creo que los modelos de izquierda en el siglo pasado encontraron severas limitaciones. Así y todo me parece que Fidel queda mucho mejor plantado que otros revolucionarios del siglo XX.
—¿Quiénes? ¿Hugo Chávez?
—Sí. Hugo Chávez y el sandinismo, por ejemplo. Sus excesos generaron al interior de sus propios movimientos una serie de ambivalencias y controversias distintas de las que pudo haber generado Fidel en Cuba. Fidel siguió gobernando con dignidad, fue un patriota con su país. Y, por otro lado, tuvo la destreza de pararse contra el gigante de Estados Unidos.
—Ese enfrentamiento con la gran potencia ¿no justifica en algún sentido la represión interna y la censura dentro de Cuba por el bloqueo?
—Eso habla de ciertas limitaciones internas de su gestión. Creo que nada justifica la represión y no sé cómo seguirá ahora la revolución cubana. Nadie tiene la bola de cristal para saber qué puede pasar. Estamos ante un plano internacional sumamente difícil. Hay una ola de fin de gobiernos progresistas o de centroizquierda, y el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos. Ese agotamiento del ciclo progresista que se está dando en América Latina parece encontrar su cierre con la muerte de quien fuera el patriarca de la idea de revolución. Y eso repercute no sólo sobre las izquierdas o las pretendidas izquierdas que han querido monopolizar los progresismos, sino sobre los campos de acción de esas izquierdas.
—Cuando hablás de pretendidas izquierdas dejás entrever que ese concepto admite fluctuaciones. ¿Fidel se engloba también en esa categoría o es un fiel representante de la izquierda revolucionaria incluso en el siglo XXI?
—Efectivamente, representa la revolución. Cuando hablo de pretendidas izquierdas no lo digo en tono despectivo, sino que han evolucionado hacia formas más moderadas, en algunos casos; en otros se han institucionalizado y se mimetizaron con prácticas capitalistas. La revolución cubana se ha mantenido dentro de los márgenes que tuvo con un cierto rumbo, pero hay que tener en cuenta que es otra la época, ya no se habla de lucha armada. Pero tampoco se habla de cambios de sistema, los progresistas nunca se propusieron seriamente cambiar el sistema ni encarar una lucha anticapitalista, como sí lo hizo la revolución cubana.