En Francia Pierre Lemaitre (París, 1951) es un autor leído y admirado. Fue premio Goncourt en 2013 por su novela Au revoir là-haut (“Nos vemos allá arriba”) y es el creador de Camille Verhoeven, comandante de la Brigada Criminal de París que protagoniza la saga policial comprendida en una trilogía que, paradójicamente, está conformada por cuatro novelas. Además de escritor es guionista de cine. Suele explicitar sus admiraciones literarias haciendo de varios escritores –Bret Easton Ellis, Émile Gaboriau, James Ellroy– los protagonistas de sus intrigas o bien agradeciendo a aquellos que ayudaron en la elaboración de sus novelas. Para el caso de esta Tres días y una vida, los homenajeados son H G Wells y otros escritores y libros “cuyas imágenes y frases acudieron a mi mente”: “Las que pude reconocer pertenecían (perdón por el desorden) a Cynthia Fleury, Jean-Paul Sartre, George Simenon, Louis Guilloux, Virginie Despentes, Rosi & John, Thierry Dana, Henri Poincaré, David Vann, Nathaniel Hawthorne, William McIlvanney, Marcel Proust, Yann Moix, Umberto Eco, Marc Dugain, K O Knausgard, William Gaddis, Nic Pizzolatto, Ludwig Lewisohn, Homero y sin duda unos cuantos más”.
Tres días y una vida es una historia de suspenso, una novela de costumbres, una reflexión moral y, para usar la vieja jerga, una novela psicológica. Lo es sin que ninguno de esos atributos codicie la estelaridad y con esas cuatro definiciones tan exitosamente urdidas no se puede hacer petición lectora de una sola sin que vengan a incumbirse las demás. Es la historia de una fatalidad y de sus derivaciones en un timorato pueblito francés: Beauval, un pueblo o una ciudad pequeña enclavada en una región boscosa de Francia, y a la que Lemaitre saca gran partido. El narrador muestra gran agudeza al montar la naturaleza provinciana de Beauval que, como todos los ámbitos provincianos de este mundo, comparte esa naturaleza entre generosa y mezquina que promueve la pequeña escala. Muchos de los esfuerzos de Lemaitre se van en levantar un tinglado de personajes con señas particulares muy nítidas y un poco caricaturescas (sin embargo hay que saludar la elusión del estereotipo en el diseño). El alcalde, el empresario del pueblo, el médico, el religioso, el mojigato, la misteriosa, el iracundo…, de todos y todo se nos notifica con generosa minucia. Es necesario que así sea, porque en la novela hay un asesinato, y con éste, mejores o peores sospechosos, aunque el lector esté enterado, ya desde las primeras páginas, de quién es el asesino.
Antoine es un niño de 12 años. Rémi apenas consigue los seis. Viven en casas contiguas y agradecen la compañía de Ulises, el perro de la familia de Rémi. Lemaitre concede a la caracterización de Antoine algunas condiciones de existencia y algunos atributos psicológicos levemente perturbados, antes de que todo suceda: y lo que sucede es que tras el tiro de gracia que el padre de Rémi le da al perro herido en la carretera, Antoine se desquite en venganza con un golpe seco de un palo sobre el pequeño Rémi y se encuentre con que sin querer lo ha matado. Sin saber mucho qué hacer, lo esconderá en un recoveco de una haya caída en el bosque y callará para siempre. Esto es: literalmente por siempre. Cuando las autoridades y el pueblo se concentren en la búsqueda, Antoine será librado de sus miedos debido a dos furiosos tornados que asolarán el pueblo, dejando a la historia de la desaparición de Rémi en segundo lugar. Un conveniente segundo lugar que se extenderá por mucho tiempo. Las contingencias naturales han salvado el pellejo de Antoine, pero aún no está claro qué sucederá cuando todo recupere la calma.
Organizado en tres partes y tres tiempos –“1999”, “2011” y “2015”–, el libro sigue el derrotero de Antoine, de su vida y de su psiquis, enfrentando solo su culpabilidad y las vicisitudes públicas y mediáticas del caso. Una fuerza oscura lo arrastra sin concesiones a su pasado, y a pesar de que ha decidido mudarse y ya es un médico, terminará viviendo en el epicentro de su infierno personal, es decir en la propia Beauval, y a merced de todos sus vecinos, entre ellos la familia de Rémi.
Ya han sido excesivos los spoilers en esta reseña, así que pongamos un punto sobre la trama exactamente aquí. La novela de Lemaitre invita a reflexionar sobre la tragedia que suponen esos accidentes agravados y penosos a los que la jurisprudencia llama homicidios culposos. La contingencia del accidente devenido drama. Y en la culpa, claro. Si bien todo en la historia es bastante irreprochable –una escritura especialmente fluida, ningún lugar común, un acabado trabajo de cincelado de los personajes– no se puede evitar sentir que se está ante una novela entre miles de otras. Una correcta, pero sin pathos. Falta alguna clase de brillo, de imprevisión o desacomodo fulgurante en este libro, aunque no sabría decir exactamente de dónde podría provenir ese relumbre.